sábado, 31 de octubre de 2015

los chicles de la abuela Isabel

A la abuela Isabel no le gustaban los chicles. A la abuela Isabel no le gustaba que nos gustaran los chicles. La abuela Isabel hacía campañas propagandísticas sobre los chicles. Y hacía las campañas con tal profusión de anuncios....guarros, que a mí me dejaban impresionado.
      "Los chicles son mocos verdes de burra". "Los chicles se te pegan en las tripas, no le dejan sitio a la comida". "Como tendrás la barriga pegada no vas a crecer". "Son una guarrería".
       Pero, los chicos sabíamos que los chicles....estaban buenísimos. Sobre todos unos que salieron, sabor fresa, o, al menos color fresa, que tenían forma de un cilindro en el que, cada dos centímetros había un estrangulamiento. Se cortaban fácilmente por ahí y, se repartían. Como eran de color fresa, no eran mocos verdes de burra, lo cual los salvaba a priori, de la maldición de la abuela. Es verdad que eran un poco más caros que los baratos, pero los baratos sí podrían ser de mocos de burra.
        El caso es que los chicles tenían, aparte de los sabores, una función didáctica. A través de ellos nos enseñaban a masticar en público. Por ejemplo, tia Mariana. Te veía con un chicle y decía: "se mastica con la boca cerrada, sin hacer ruido".... y uno, trataba de cumplir el encargo dentro de lo posible porque, si estaba el chicle nuevo, era muy difícil darle la vuelta con la lengua.... sin abrir la boca.
         De otra parte estaban unas golosinas mucho más finas que los chicles: los caramelos de "la viuda de solano", que eran los que compraban las tías. Tenían un sabor especial, se ablandaban al empezar a comerlos y no eran chicles exactamente, pero casi lo parecían. Un inconveniente fundamental, se pegaban al cielo de la boca y ahí, ahí,... De ahí era difícil sacarlos como no metieras un dedo. Por ello, volvía la función didáctica: "Niño no se toca la comida en la boca".
        Segunda función didáctica: El manejo de la lengua. ¡Hay que ver qué músculo!. Lo ponías en punta, empujabas al caramelo pegado al paladar desde atrás hacia adelante, de delante hacia atrás, cuando notabas que había un lado suelto, incidías exactamente ahí y, como una perforadora, metías la lengua entre el caramelo y el paladar....¡ya está!¡despegado! y, ahora, atención a no repetirlo.
        En el paraíso también aprendimos a entretener la boca. ¡Los juncos!. ¿había cosa más rica y refrescante?. No, ¡qué va!. Ibas por el campo, si pasabas por una zona húmeda, una mata de verdes variados anunciaba la posibilidad de que los hubiera.
         Altos, Verdes intensos, con punta  sola o con punta y una especie de flor y, cercanos al suelo una especie de funda color madera clara, así como un grosor determinado, Anunciaban un rato de mastiqueo placentero
         Se sacaba el junco con cuidado. A veces, la funda, que era como de papel cebolla, se quedaba en el agujero. Salía un cilindro blanco al que observabas por si había que quitarle una capa más o había salido "operativo".
           En el primer bocado se cortaba el trozo, color endivia y, más o menos, del mismo sabor, quizás menos amargo, Nada, un caramelo sin azucar. Segundo bocado o tercero, igualmente válidos. Cuando pasabas de esos ya te acercabas al chicleteo. Ya no se desprendía la materia, pero tenía la misma constante recuperadora que podía tener un chicle.. así que mordisqueabas durante un rato y, al final quedaba un tallo largo verde y, en tu lado una especie de paja mordisqueada.
           Funcionaban, parecían chicles, no eran moco de burra y tenían una ventaja sensacional. ¡Eran baratísimos!.
         
         

      Con los juncos se hacían, también, manualidades. Mi madre hacía balsas que ¡flotaban!. Porras que servían para luchar entre nosotros, cual espadas triunfadoras. y algunas cosas más que ahora no recuerdo.
        Yo creo que, del uso de los juncos, nació una habilidad serrana tremendamente eficaz. En la sierra no había muchas fuentes y sí bastante calor. En las excursiones pasábamos sed y alguno de los tíos observó que si te metías en la boca una pajilla -sería esparto o primo hermano-, ésta te hacía insalivar y, por ello, marchabas con la boca húmeda aunque respiraras a través de ella.
       Pues ya está. Vamos de excursión a la fresnadilla. Última parada de agua: la fuente "fresca". De ahí hasta la almoteja pasábamos por un erial calenturiento como eran "las asperillas". No hay problema, al salir del bosque, te agachas, cojes una pajilla, la cortas, te la pones en la boca y ¡ala! a subir o bajar cuestas.
        Tal costumbre la trasladé a todas mis excursiones camperas. Sierra Nevada, La Almijara o cualquier otro lugar. También a la mili, a mi mili en Montejaque.
          Un día les dio a los capitanes y comandantes por jugar con la tropa. Bajamos con la instrucción a la 'plaza de armas'. Todas las unidades de todas las armas. Total, aproximadamente, 2500 'cadetes'.... nos ponen derechos, izquierdos, al frente, de tres en fondo, de nueve en fondo y, me toca ver cómo discuten sobre si era posible ponernos de tres en fondo... a todos. O sea, setecientas y pico filas de a tres.
          Hay una avenida que parece recta y que puede cumplir el cometido. Nos hacen meternos por ahí. "izquierda,¡ar!, ¡alinearse!, ar"... y quedo de tal manera que estoy en primera línea, que da al exterior. Se ponen los mandos a ver si estamos rectos, como si de una regla se tratara.
          Es el capitán de mi batería el que está al mando y las órdenes las está dando a través de los altavoces del campamento.
           Se agacha a comprobar la linealidad, coge el micrófono y, con un sonido estruendoso dice "¡Flores!¡la pajilla!".
            De ahí, hasta que acabó el período del campamento, podréis figuraros el cachondeo que tuvieron mis compañeros conmigo.....¡Hay que ver hasta donde me habían llevado o los chicles de la abuela, o los juncos de la sierra!.


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