domingo, 1 de octubre de 2017

¡Fuego en el bosque!

      Yo creo que todo aquel que haya vivido en contacto con la naturaleza, y más si es un bosque, y más si está seco o hay poca agua, tiene un especial cuidado con el fuego.

Es como si el fuego fuera un ente poderoso -que lo es- y, en cierta forma maléfico. Hay que usarlo, pero saber hacerlo, saber cuando hacerlo y, si cabe, con quién hacerlo.

En el Paraíso nos enseñaron a tener un especial cuidado con el fuego. Así, veíamos cómo los mayores que fumaban tenían siempre a mano un cenicero, pero no para poner la ceniza, que también, sino para aplastar minuciosamente la colilla.

Se llegaban a hacer tantos ceniceros cuantos hicieran falta. Una concha de pino, una navaja y, ¡ale!, un cenicero al mundo, ¿que me lo he dejado en la casa y estoy en la fuente?, otro, otra concha de pino, una concavidad y colilla aplastada. 

Pero estoy hablando de fuegos y aún no he dicho cómo se encienden. Tiene su historia.

El tío Félix, especial tío fumador, tenía unos mecheros "de gasolina" que eran, de por sí, una maravilla, o un desastre, que tanto da. El caso es que, si podía y me dejaba trataba de encenderle yo el cigarro. Era difícil porque el accionamiento estaba algo duro y, en un principio, no entendía cómo podía salir una chispa de no sé dónde y, prender una "torcida" (que esto sí lo sabía porque era igual que las de las "palomitas" de aceite).

Tuvo que ser mi padre -otro gran fumador- el que me explicara que al accionar la "tapa" del encendedor, una rueda -muy áspera- rozaba una "piedra" -de chispa- (eso era mágico), saltaba una y, al llegar a los vapores de gasolina que desprendía la torcida, prendía ésta. Según mi padre, no era difícil, sí, pero ¿qué era una "piedra de chispa"?. Pues realmente no lo sé, es decir, nunca lo supe, pero no tenía que ser tan mágica porque alguna ve me mandaron al estanco a comprar una. O sea, un trocito de materia, con aspecto metálico que... producía chispas.

Estamos en lo que estamos, en cualquier mesa, sobre todo después de comer, aparecía uno o varios paquetes de cigarrillos y un mechero, al menos.

Los que tenía tio Félix eran como el que ponemos a la derecha, más o menos gastados, con mayor o menor holgura entre sus partes y con distintos tipos de decoración, pero no daban mucho más de sí. 
Eran mecheros. ¡Ah!, también se podían llamar "encendedores", pero ese término era menos popular.

No recuerdo a mi padre usar estos artilugios, él era más bien de "cerillas", "fósforos, ¡perdón!", de los de la "fosforera española" o, algo más tarde los que él llamaba "de seguridad", porque el fósforo, material inflamable no estaba en el palillo, sino en la caja. Esto era susceptible de explicarse con prolijidad, pero no viene al caso.

El tío Pablo sí que tenía mecheros bonitos, algunos ¡hasta de plata! y, cuando menos, algo más elegantes.


Yo creo que tenía una razón poderosa para usarlos tan bonitos, eran un regalo de Tía Piluchi quien, al cabo del tiempo, recorrió una gama de formas realmente interesantes

Llegó a tener encendedores "de oro" y uno, de plata, al que le tenía yo especial querencia tenía una forma que no era otra cosa que una de las torres gemelas de Nueva York, llevada
a mechero y muchos antes de ser construida como edificio. Es más, si las "Torres" eran bonitas eran porque se parecían al mechero de tío Pablo.


Sin haberme hecho nunca el plan de fumar sí tuve, sin embargo ganas de tener uno. Eran objetos agradables al tacto, manejables, y en cierta forma bonitos. 


 Cuando estaba en el "Insti" teníamos pasión por los mecheros, pero ya de una forma más pintoresca que eficaz. Los no fumadores pasábamos por jugar con los que nos dejaban los que sí lo hacían. Es más, era un objeto que sería para "fardar" (presumir), sobre todo ante las chicas y, claro, quien lo tenía, no presumía y, por tanto, las chicas, ni caso. 


¿Qué decir de los que tenían un "Dupont"?, era como el que -decían y decíamos- tenían los "marines" que era una gente del ejército americano al que se le atribuían muchas batallas importantes.

Mi padre llegó a tener el mechero más raro del mundo, de gasolina, sí, pero ¡se encendía con una resistencia eléctrica!.

O sea, que no tenía "piedra" y sí una especie de gusanito que, al accionar el mando se acercaba a la mecha, veías cómo se prendía la llama al cabo de un instante y, ale, a fumar.

El tío Rafa, al que alguno le habéis echado de menos en este escrito, tenía otro mechero más -diríamos ahora- "ecológico".

Era especial para echarse al monte, porque "no hacía llamas", sino "brasa". Era más difícil de utilizar, porque había que frotarlo, enérgicamente, con la palma de la mano. y, luego, casi inmediatamente, soplar sobre la...., sobre la.... ¿cómo se llamaba?, (porque no era yesca), sino una "¡mecha!", era una "mecha", que consistía en una cuerda de algodón trenzado. 

Si ésta era suficientemente larga -decía Rafa Martínez-, se podía atar al cinturón y "así no se perdía". Se podía llevar por el campo sin problema porque no había rama de pino, ni
concha, ni piedra que pudiera accionar el rascador con suficiente fuerza para arrancarle una chispa.

¡Ah!, pero eso sí, una vez usado había que tirar del cordón, que éste se encerrara en su cilindro y así ahogar las pequeñas brasas que hubieran podido causar una catástrofe.

De todas formas me queda uno. También con Rafa Martínez.

Sucedió un día, por supuesto en la Sierra, creo que en una sobremesa en el Quinto Pino. 

"Oye Nicolás, ¿es cierto que los antiguos pobladores de la tierra encendían fuego frotando maderas?".

Contesta mi padre que sí, que es cierto  o, al menos, como tal se tiene entre los historiadores.

Rafa propone intentar hacerlo, y no hay más. Busca un palo, Félix, con la garlopa puesta al revés entre las piernas, le va quitando asperezas para que se acerque a la forma de un cilindro. y, mientras, se busca una concha de pino, una rama o la madera que sea, con alguna concavidad donde alojar el extremo del palo.

Se pone en el suelo, o sobre uno de los "bancos" de pino que usamos como asiento y Rafa empieza a darle vueltas con las palmas de las manos.
no era Rafa, pero no hubiera desmerecido
Así, de la forma que indica la figura, se pone Rafa a darle vueltas al palo. Todo el mundo a su alrededor observa sin decir nada. Un intento.

Otro intento, no hay fuego. Se toca el extremo del palito, sí, parece que está caliente. 

Mi padre observa la escena con su proverbial postura de una pierna encima de la otra, el pie oscilando y, claro, fumando....

A ver, Rafa, creo que habrá que añadirle algo que favorezca el fuego, ¿qué se yo?, algo de estopa, ramitas secas, pinocha, algo que sea fácil de prender.

Se busca la estopa, las ramitas secas, la pinocha, un trozo de tela que trae tía Teresa.

Se intenta de nuevo, y de nuevo, y de nuevo.  

Rafa sopla, dice "no sé si esto se encenderá, pero yo estoy ardiendo". Nuevo intento y nuevo fracaso.

Félix: "no va a funcionar". Papá: "nos falta algo". 

Al final, se renuncia al tema, pero mi padre se obstina: "No sabremos hacerlo, pero así se hacía".

Y el tío Rafa sigue con la cuestión... "Y, si no se conseguía así, de qué otra forma se podría hacer?".

Mi padre: Con pedernal y un eslabón de acero.

Pues quedamos en buscar el pedernal y, creo, aún seguimos buscándolo...