lunes, 26 de octubre de 2020

La "Era del Boquerón"

 Un lugar de excursiones repetidas, quizá por la cercanía y pintoresco del sitio, era la "era del boquerón". Nombre raro y extraño en un lugar en el que el agua era un regalo de los dioses.

¿Cómo podía llamarse así?.
Pues era su nombre.
Resulta que nuestra Wikipedia particular, reserva intelectiva de la familia Martínez, autónoma y sin necesidad de recargarse, podía contestar a cualquieer pregunta y esta era una de ellas.
Cualquier cuñado. A ver, Nicolás, ¿cómo puede llamarse a 'esto' (estábamos en el pedregal que lo conformaba) '...del boquerón.
Y mi padre, incansable, contaba que toda esta zona de nuestro paisaje había estado en algún momento por deb
ajo del mar y que una serie de movimientos -supongo que tectónicos y no políticos- lo habían elevado hasta el nivel en el que nos encontrábamos.
Entonces, alguno de los presentes inquiría...¿y se podrían encontrar aquí algún resto marino?. Respuesta: positiva, claro.
Pues ¡nos poníamos los chiquillos a buscar boquerones!.
Claro como había piedras de todos los gustos, tamaños y formas era, más que probable, seguro, que salía una piedrita larga, tostada por el musgo que la recubriera, vamos, un boquerón.
¡Confirmada la afirmación del progenitor!.
Bajaba uno de allí con el cacho de aprendizaje conseguido. 'Eso' había estado debajo del mar y la prueba de que había sido así, yo la llevaba en el bolsillo..



martes, 29 de septiembre de 2020

Un pinchazo en los Calarejos

 El otro día, viernes, les relaté a mis amigas de siempre, de los viernes, claro, una historia la mar de curiosa.

Estábamos en el Begijar, Alicia, mi mujer, mi hijo Rafa, con algo menos de tres años y yo.
Nada más que contar cómo vivíamos allí era ya, de por sí, digno de relatar pero hoy no. Hoy voy a contar algo que tiene que ver con las tías y con la Sierra.
No sé cómo se me ocurrió pero les propuse a la famila irnos a pasar el día al Paraíso. ¡Y aceptaron!....Ahora me quedo perplejo. Meterno los cinco en el Dyane, hacer más de trescientos kilómetros, de polvo, calor y baches y... aceptaron.
La primera parte del viaje salió a pedir de boca. Llegada, bajada a la fuente fresca, paseo por lo alrededores de la casa madre y demás tal y como estaba previsto.
Pero, viendo que nos iba mejor que bien me atreví a la aventura. Les dije -realmente era más ilusión mía en hacerlo que enseñárselo-, que íbamos a ver los Calarejos "enteros". Es decir, paso por la casa forestal y seguir carril adelante. Donde nunca había estado -en coche-.
Ese fue el camino al que nos llevó un día el tío Rafa para llegar al "Saltador", el "Charco Azul" y maravillas por el estilo...pero, en coche, no.
Ningún problema. Paramos a ver la casa, creo que bajamos, en coche, a los tornajos -de cemento- del lado de la forestal y por un carril que avanaba entre pinos añosos, ¡adelante!.
Pero una cosa es proponer y otra alcanzar.
Al kilómetro y pico de marcha, una puñeterísima piedra rajó una rueda. Así de claro, los neumáticos Michelin-X, del dyane tenían los flancos muy blanditos. Rajados. Rajados. Sin aire de manera instantánea.
En esos momentos uno se sujeta el ánimo, las pulsiones, el miedo y todo lo demás. Pone cara de circunstancias y... "nada, bajaros un momento, que cambio la rueda".
Efectivamente, cambias la rueda... y te entra un acojono de mil pares de idems... porque la cosa pasa a tener miga.
Estamos a 17 ó 18 kms de pueblo. En mitad de la nada, sin móviles, tams-tams ni comunicación alguna... con las tías...
Pero, claro, hay que aparentar.
Pones la rueda, das la vuelta y Alicia y yo nos miramos de reojo. Quedamos de acuerdo en rezar a todas las instancias, cercanas, medianas y lejans para que el dios de las carreteras nos asista....
Vuelta hacia Siles, ji ji y ja ja, no hay problemas... se mira el paisaje. No se habla del asunto, todos contentos..... paramos en la Navilla para ver de nuevo el paisaje y... bajamos hacia Siles.
Mis ojos están por debajo del coche, viendo piedras, ramas, espinas, tachuelas, o rayos verdes que puedan atentar contra lo que nos pueda sobrevenir.
Pero nos parece que todo marcha bien porque... no hay ningún comentario.
En esto que, milagrosamente -digo ahora- llegamos a Siles. ¡Ya estamos en la civilización!...
Atravesamos el pueblo y me sorprende el comentario de tía Mariana: "¡Uy!¡Qué susto hemos pasado!. Creíamos que no íbamos a llegar aquí!".
¡Eran perfectamente conscientes del acojone que llevábamos Alicia y yo, pero se lo habían aguantado, elegantes y magníficas como siempre fueron.
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Las extrañas visitas

 Casi todos los relatos sobre el Paraíso tienen que ver con lo bien que lo pasábamos allí, cómo nos arreglábamos para la vida, hospedaje y excursiones y algunas cosas más, pero no he hablado hasta ahora de una cierta sensación de soledad que teníamos en aquellos parajes.

Y tenía que ser así porque cada vez que se oía un ruido de vehículo mecánico, todos, todos, prestábamos atención....

¿Quién será?¿quién podrá venir a vernos?.

O sea, que en cierta manera, estábamos deseando que alguien viniera.

Pero había un problema. Sabíamos que la entrada  a la finca era de difícil localización. Si alguna familia o amigo hubiera quedado en visitarnos le habríamos dicho que viniera a Siles, pueblo, después que, allí, preguntara por la ruta a la Navilla y, desde ahí....pues, siguiera adelante.... hacia los Calarejos y su casa forestal y...que tuviera cuidado porque, a la derecha, a aproximadamente 800 o 900 metros desde el comienzo de la bajada... había que cuidar no pasarse de una curva a derechas, muy cerrada, entre árboles. etc. etc. 

O sea, que como entonces no había móviles y mucho menos "ubicaciones", teníamos que confiar en haberle explicado el proceso.

Pero lo que al parecer teníamos más que claro es que, si venía alguien, no se nos podía escapar.

¿Cómo?. Sencillo. A ver, media mañana y, en el silencio magnífico de aquella zona se empezaba a oir un motor...Todos callados, ¿por dónde se oye?. Sí, parece que viene por la Navilla, a ver, a ver....el ruido aumentaba, más atención. ¿Se ha metido hacia la "era del boquerón"....si era así, podía ser una visita. 

Claro, en la bajada por el carril, el conductor habría reducido revoluciones y el motor hacía menos ruido. Más silencio nosotros... a ver, a ver....parece que ha pasado, ¡ya se oye otra vez!...va hacia los Calarejos y nos asomábamos por detrás de la casa porque, desde allí se veía el flanco del carril de esa zona....

Pasaba o no pasaba algo. Si era un camión no tenía tanto interés. Ningún familiar vendría en camión.... Si era un coche, ¿qué coche era?...¿El de Tío Paco? (o el de algún otro tío)...

La mayor parte de las veces era una frustración. Poca gente venía a visitarnos pero la mera eventualidad era una magnífica ocasión para romper la rutina. 

Recuerdo que un día oimos un motor que, como he dicho más arriba, pasó hacia los Calarejos, según yo dije taxativamente. Y, entonces, tío Pepe y yo subimos hacia allá corriendo por entre los pinos.

Llegamos al carril y, jadeando, me señaló el tío, ¿Qué?¿hacía dónde había pasado?. Yo, que estaba muy convencido señalé hacia la dirección de la casa forestal...El tío, algo enfadado señaló el suelo. ¡Por aquí no ha pasado ningún coche!....Y, estaba claro, no había rodadas sobre el polvo y los chinos que componían el carril.

Años más tarde, viviendo ya en mi casa, en mitad del olivar, estábamos prácticamente solos y ahí descubrí dos cosas. Una, que cada vez que oía un coche, revivía la sensación que teníamos en la sierra "¡viene alguien!", otra, el que como comanches en algún lugar del "far west", miraba al suelo para buscar las huellas...


martes, 28 de julio de 2020

A Begijar, en Bici

El otro día tuve la ocasión de recordar, con el tío Pepe, cómo le pusimos a la bici viejísima que había en casa de la abuela, una cinta en el manillar.
Veamos, tío Félix iba a trabajar a la fundición "La Tortilla", esa que estaba -están sus ruinas- en la salida de Linares, yendo hacia Bailén, con una bici que, en un principio, tuvo que estar nueva.
Pero habían pasado miles de año y aquel cacharro seguía en casa de la abuela. En ella aprendimos a montar sin patines en la rueda de atrás. Además, lo hacíamos de una forma harto peculiar porque, como era de las "grandes" (700, decíamos), no llegábamos a tener el culete por encima de la barra (por supuesto, sin subirnos al sillín), y metíamos una pierna por medio del cuadro para así poder dar vueltas completas a los pedales.
Otra forma de hacerlo era apoyarse en un sólo pedal y empujar con el otro pie como si fuera un patín. Pero aquello era más sencillo y no "tenía gracia". 
Dar vueltas por el patio, con aquella postura acrobática, evitando primos, macetas, mesa de mármol y palmeras nos educaba hacia unas habilidades ciclistas que dieron bastante de sí.
Pues esa bici estaba algo abandonada. Por ejemplo, el manillar se oxidó en su mayor parte y, como no estaba entre nuestros conocimientos volverlo a cromar, se decidieron los tíos por ponerle una cinta "de plástico".
Se compró, se llevó a casa de la abuela y creo que fueron Pepe y Félix los que la empezaron a poner.
Pero aquello tenía que estar mal, o era de mala calidad o no se acertó con la "puesta" porque, al cabo de un rato, la cinta estaba parcialmente despegada, los dedos llenos de bolillas pegotosas y no servía para cubrir los óxidos ni con estética ni con funcionalidad.
Se compró otra nueva, de color, creo recordar, verde esmeralda -preciosa- y esa sí, esa sí se pudo poner de parte a parte, solapándo una vuelta con otra hasta dejar una bici 'nuea', al menos en esa parte.
Yo tenía ya diez años y, como premio por haber aprobado el "examen de ingreso", me compraron una bici azul marino, con rayitas en color amarillo y rojo, y de un tamaño llamado "cadete" (650, decían los tíos), que pesaba más que un acorazado pero que funcionaba la mar de bien.
Di vueltas hasta gastar el lado izquierdo de las ruedas (siempre se daban en ese sentido), pulí algunas piedras que aparecieron debajo del cemento en casa de la abuela y, como había algún 'labio' del cemento anterior, cogí un martillo y suavicé el escaloncito que se había formado.
O sea, que todo andaba sobre ruedas.
Y un día a alguien se le ocurrió instarnos a ir a Begíjar.
Me pareció una magnífica aventura así que, yo con mi bici nueva y Pepe con la viejísima de "La Tortilla", emprendimos una mañana el paseo hacia el pueblo familiar.
Salida sin problemas hasta "la casilla de Peones" (camineros). 2 Km en casi recta y casi lisos. No había problemas. 
De ahí, hasta la Estación de Baeza (siempre me cabreé con que no se llamara "de Linares"), no había más cuestión que frenar en la pendiente continua. La carretera estaba bacheada -las carreteras de antaño eran de asfaltos de cubeta, sacudido en el suelo y puñado de arrocillo machacado con un pisón.
Al borde mismo del asfalto había un senderillo -10 cm- que separaba la carretera del campo. Se podía ir por él, pero a un metro de distancia.... pasaba el tranvía que, seguro, podía darnos un porrazo peor que las vibraciones que nos proporcionaba los bachecillos de la carretera....

Llegamos a la Estación malnombrada de "Baeza", atravesamos las vias y tiramos hacia la derecha. Pasamos bajo la boca de la que nos dijeron que agún día saldrían tranvías desde debajo de la estación y nos encaminamos al puente sobre el guadalimar.
El río, siempre sucio y grande -me parecía a mi- nos pareció precioso porque, a partir de ahí, no habría más que secano y olivar....y cuesta arriba.
Al llegar al final de la vega del río hay tres carreteras, a la iquieda, norte, va a Canena y Ubeda, la de enmedio a Baeza y a la derecha a Lupión y Begijar. Esta última es de grava apisonada, pero era la mas corta.
Tiramos por ahí, con todo el pesar del mundo. También tenemos que ir por el borde, que está más liso cuidando no caer pero ya sin el peligro del tranvía.
La subida es pesada y, al final de las cuestas, tenemos que echar pie a tierra.
No sé cuantas horas tardamos pero, al final, después de atravesar Lupión, llegamo a Begijar.
Nos presentamos en casa de tío Bernardino y tia Amalia que nos dijeron que pasáramos a comer.
Así lo hicimos y, supongo, que pasamos la tarde con ellos. Creo, también, que llamamos a Linares por el telefonillo de manivela que había en el pasillo al lado de la cocina.
La noche, en casa de la abuelita, una pequeña en la calle de la Iglesia que usaba el tío Félix en sus estancias begijeñas, nos permitió descansar para la vuelta.
Y, al volver, la bici vieja empieza a presentar sus achaques. Se le salía la cadena, aquello frenaba poco y, así con dificultades varias llegamos a la Estación de Baeza.
Nos esperaba la subida mostrenca hasta la casilla de Peones Camineros. Y se acrecentaron las salidas de cadena.
El tío Pepe subía detrás de mi que, con mi bici nueva, no tenía problemas. Se le salía la transmisión, nos parábamos, arreglándola seguíamos y así, así, hasta que, hartos los dos, el tío Pepe me dijo que me fuera.
Encantado -y pido perdón ahora, por la chulería-, tiré para alante y llegué sin problema a casa de la abuela.
Era media mañana y, en la puerta el tío Pablo. En principio, sonriente. ¡Hombre!¡ya estáis de vuelta!.
Pues sí, dije. Y él, echando de menos al otro ciclista preguntó por él. Le dije que lo había dejado atrás y, en ese momento, el siempre sonriente y agradable tío se volvió serio y regañón.
Me dijo que nunca se hace eso, que los ciclistas tienen que ir siempre juntos, que no se puede dejar a un compañero rezagado que....
Total, orejas calientes y dos aprendizajes importantes.
Que se podía ir a Begijar en Bicicleta y que no se debía dejar a los compañeros tirados en la carretera.
Indudablemente, aprendí.

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martes, 26 de mayo de 2020

La culebra del gallinero

Estamos en el año de después del verano de los hacheros o leñadores. El tío Félix viene con grandes planes agropecuarios. Trae más gallinas que en otras ocasiones, ya ha vislumbrado que las chozas que ocuparon los operarios, esa especie de tiendas de campaña, pueden ser unos magníficos gallineros para nuestras fábricas de huevos. 

Al día siguiente de la llegada empieza la labor. Se limpia toda la profundidad de la choza y se le adaptan unas puertas practicables. Se disponen los comederos y, una vez todo preparado se le da suelta a nuestro corral.

Las gallinas son jaleosas, ruidosas y, en cierta forma, divertidas. Alguna vez las perseguimos cuando se salían de madre y, lo más curioso es que, al caer la tarde, como el tío las tiene contadas, va pasando lista conforme entran en su casa. Si falta alguna, como estamos una pandilla, echamos una búsqueda que, siempre, es eficaz y rápida. Las matas que están por encima de la fuente, pinchos y jaramagos, son suficientemente tupidos como para no entrar y, también, contener a las aves más díscolas.

Pero un día hay un cambio de panorama. No recuerdo si es que el tío echa huevos en falta o aparece alguna gallina con daños o muerta. Se procede a una investigación que, en principio, no da resultado

Pero es preocupante, ¿qué puede ser?¿un zorro?. Evidentemente, pero el tío revisa los posibles agujeros del gallinero y se declara satisfecho. No es un zorro.

Prosiguen los ataques y el tío se propone que aquello acabe. Intervienen más mayores y, en su proceso y según las pruebas que ven deducen que tiene que ser una culebra. 

Pero también llama la atención, porque ¿una culebra contra las gallinas?....

El caso es que culebras, culebrillas, había también en Linares y nunca habían sido problema para las aves así que, que si es una culebra, no es una culebrilla....no, ni mucho menos.

Félix se pone inquiridor... hay probabilidad de que la culebra se oculte en el techo, (que, recordemos es de ramas de pinos y helechos ya secos), haga sus cacerías y vuelva a esconderse...A ver, qué se puede hacer.

Ya está el tío preparado, coge el hacha grande, la de 3/4 de kilo, con mango largo y con un valor encomiable se introduce en la choza. 

La tuvo que ver en algún lugar y se atrevió a incordiarla hasta que la culebra - el culebrón- se le enfrentó y, entonces, en la misma puerta de la choza la cortó en pedazos.

¡Aquello medía por lo menos dos metros!.¡Qué valor!. Recuerdo a tío Félix con el hacha en la mano, sudando como si hubiera subido al puntal a la pata coja. Miraba asombrado lo que acababa de hacer, un buen puñado de rodajas del ofidio.

Unos años más tarde -muchos años más tarde- me encontré en mi casa con una culebra de 2 metros -medidos- y tan gorda como un brazo. Como es lógico recordé todo este proceso y mi admiración por el valor del tío Félix renació vívida. 

¿Cómo lo solucioné?. Pues con una palustra de albañil y un cubo de mezcla. Observé que se metía en un agujero que conocía y que sabía no tenía salida. Se metió. Corrí a taparlo y, no he vuelto a verla. Está -su esqueleto, claro- debajo de la casa...






martes, 5 de mayo de 2020

La consulta del tío Pablo

Ayer acabé de arreglar la colección de microsurcos y ponerlos en su estante correspondiente.
No se usan, no los uso y me planteo cómo poder hacerlo porque, la verdad, se han quedado "anticuados" y, por eso de ser viejos están muy llenos de recuerdos.
Hace x-tantos años no eran tan antiguos, al revés, eran modernos y, como objetos extraños y peliculeros había que estar al tanto de quién tenía y pedírselos para disfrutarlos.
Pero yo tenía una suerte. Ya vivíamos en Granada y, en cuanto llegaba el verano, me la agenciaba para pasar unos días en Linares, en casa de la abuela.
Era un poco 'grande' como para jugar con los nanos que hubiera en el patio y me busqué una profesión magnífica. Me ponía a ser el 'secretario' o 'enfermero' de la consulta del tío Pablo. En el piso que habían tenido tía Carmina y tío Jose.
Tío Pablo había montado su primera consulta, entrando a la derecha y recibido, al parecer, gran parte de los pacientes del abuelo. O sea, que iban allí, llamaban a la puerta y esperaban su turno sentados en sillas de aquel recibidor.
Yo me ponía en la habitación del fondo, que daba al patio de la casa de la familia Failde. Y el tío, empezando a montar su futura casa familiar guardaba allí algunos enseres de su futuro hogar.
Lo mejor, un tocadiscos ¡automático!, marca Philco, con un sistema rarísimo porque tenías que poner los discos en un eje que estaba doblado y sujetarlos con un brazo auxiliar. Aquello hacía una serie de extraños movimientos hasta que, al final, sonaba.
¡Y qué discos!. "grandes", de 33 cm y de 33 y 1/3 revoluciones por minuto y con toda la música clásica del mundo porque, ahora viene lo complementario y que hacía que aquél secretariado fuera tan agradable.
La revista "Selecciones del Reader's Digest", que ya de por sí permitía pasearte por todo el mundo aprendiendo cosas que pasaban en casi cualquier parte, tenía una editorial de música y confeccionaban unas series de los grandes compositores.
Beethoven, Vivaldi, Liszt, o Mozart. De todo había.
Así que, después de desayunar en el patio de casa de la abuela. A eso de las diez o por ahí me iba calle abajo a mi antro disfrutón.
Hoy toca Vivaldi y, también, el número atrasado de Selecciones de Marzo del año pasado.
¡Qué gozada!.
Ayer tuve en mis manos los dos discos que me regaló el tío Pablo: La sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak, cuyos maravillosos compases del 4º movimiento fueron utilizados por un programa de radio de nuestra juventud, el "Ustedes son formidables" y, también, la sexta sinfonía, pastoral de Beethoven.
Todavía suena. A lo mejor esta tarde los pongo en honor del tío Pablo.

domingo, 8 de marzo de 2020

El baño en el paraíso.

En principio no podías ser consciente, porque estaba claro que para un chiquillo y en unos usos y costumbres distintos de los de ahora, no teníamos más necesidades que las inmediatas y éstas, estaban satisfechas.

Pero, en el paraíso no había agua.

Bueno, para beber y lavarse los ojillos por la mañana, sí. Para lavar platos y hacer el cocido, la traían desde la fuente de las tablas o de la fresca (ésta para beber) y, si conseguíamos afanar una vieja lata de leche condensada, podriamos hacer algo de barro.

Pero para lo que, a medida que fuéramos grandes sería un sueño magnífico, no.

Me refiero a bañarse. Es decir tirarse desde el borde de alguna poza y no dar inmediatamente con los talones en las piedras del fondo. Para eso, no había sitio, porque no había ningún lugar al uso.

Andando por allí me encontré con una respuesta curiosa. ¿cómo se lavaba la ropa? porque, eso sí, curiositos y aseados nos ponían todas las tardes a la hora que el sol iba a acostarse. (Luego me enteré que no era porque fuéramos a tener visitas, sino porque, así, manchábamos mucho menos las sábanas). Y para estar bonicos, teníamos ropita limpia, pero ¿dónde se hacía eso?.

Investigué y pregunté. Me guió tía Isa a un lugar situado al fondo de la cuestecilla que desde el fondo del "campo de fútbol", bajaba hacia la fuente fresca. Allí, a la izquierda, en medio de un follaje de zarzas, helechos y árboles medio caídos había un lugar lúgubre que escondía una medio charca y un chorrito minúsculo. Estaba oscuramente verdoso. 

Pero verdoso, oscuro, con rayos de luz que se filtraban entre la espesura y un ambiente húmedo con un charco bajo, a la derecha que tenía agua grisácea, como la que sale después de lavar. Todo oscuro, pequeño y difícil. Tanto que, aún a pesar de haberlo tratado de dibujar no he podido ahondar en recuerdos nítidos que me orientaran. Era algo más o menos como esto.
oscuro, verdoso, difícil de verdad. La lavandería.
Ahí no habia quien se bañara, aunque, al parecer, un tío que teníamos, disfrutábamos y aún tenemos, capaz de bañarse en la sombra de un charco, se metió allí....jejeje, lo que no sé es dónde se pudo enjuagar....

En uno de los veranos apareció una maravilla.

Tío Carlos Martínez trajo, a las cercanías de la Fuente Fresca, un tornajo que era un barco, o casi. Enorme, pero de verdad grande, precioso, ancho y profundo, claro ¡qué tontería!, si era un mediocilindro tenía que serlo así.

Con una gente que vino de fuera se metió a buscar agua yendo hacia el barranco de la izquierda, ese que baja desde los tornajos de los calarejos. ahondó mucho y encontró un hilo de agua suficiente como para alimentar al gran tornajo.

Lo pongo aquí para aclarar. 

El círculo de la izquierda es la situacion de nuestra casa.
 El de la derecha, el lugar donde buscaron agua para traer al tornajo

Y, al final, el agua llegó y lleno el tornajazo. Me resulta curioso porque, al verlo, me plantee de nuevo cómo se hacían estos dispositivos tan curiosos. Alguno de los tíos nos habían hablado del tema sugiriendo trabajos con el hacha y azuela y otros decían que se podía hacer con fuego.

Aquel tornajo estaba hecho por algún mago. Era perfecto. Como dije arriba muy ancho y no demasiado largo. Pero enorme sí.

Se puso en un escalón del monte, con tierra que recuerdo blanca en su asiento y, si en un lado había acceso al borde, el otro estaba a ras de tierra. 

Vertía el agua de su rebosadero directamente a la tierra, lo que formaba charcos y barro, claro, pero no nos importaba porque ya nacerían allí las hierbas correspondientes.

Yo lo recuerdo así.
El Tornajazo
Dice mi madre que ahí se bañaba tía Isa, que se levantaba muy temprano, cuando no había ni cabras en el monte y se acercaba a darse un chapuzón. A nosotros creo que nos metió alguna vez tío Jose Mari, con el que tenemos una foto en ese lugar y que ahora no encuentro, pero la buscaré. En fin, ya había un lugar donde no dar sólo con los talones en el suelo.

Pero ¡qué fría estaría ese agua!.

Y, por último, el lugar más ambicioso del mundo. La balsa de la Fuente Fresca.

También fue en uno de los últimos años ¿1957? cuando al final de verano, unos operarios enviados por el tío Carlos Martínez llegaron a la sierra y, algo más abajo de la fuente fresca comenzaron a construir una balsa. 

Maravillosa. Era enorme, habían dejado en medio de la misma un pequeño promontorio, con un pino, que cuando estuviera llena formaría una isla. Imaginémonos la emoción, íbamos a poder bañarnos en un sitio....¡con una isla!. Vamos, demasiado para el sueño de los nadadores. 

Nos sirvió durante unos lamentables últimos días para ir de excursión "a ver cómo iba la obra" y aquello avanzaba. 

Pero tuve la desilusión de que cuando estaba empezando a diseñar un año de espera linarense lo más rápido posible y retornar al uso de aquel disfrute, mi padre miró la obra algo escéptico. Dijo. Me temo que no va a aguantar las tormentas del invierno.

Eso fue un jarro de agua fría más fría que el frescor de la fuente. ¡No podía ser verdad!. Mi padre no se equivocaba casi nunca y, en eso. ¡tenía que equivocarse!.

Pero no se equivocó. Al año siguiente... no estaba.

Pero era, fue, así de bonita, no, mejor, mucho más bonita, el dibujo no le hace justicia.
La balsa de la Fuente Fresca.