domingo, 13 de agosto de 2017

Excursión al Santuario de la Virgen de la Cabeza

Con las cuitas normales de haber salido con vida de la guerra incivil, el abuelo Pablo se comprometió a hacer una peregrinación al Santuario de Andújar. Era una forma de agradecerle a Dios que hubiera salido de esos avatares.

Pero se introdujo por medio un amigo de la familia, D. Rafael Álvarez Lara y sugirió que en vez de hacerlo andando -como era el compromiso-, montara a toda la familia en un autobús y nos llevara al lugar serrano.

Yo recuerdo lo que percibí: Un nivel de agitación en casa de la abuela, con las buenas noticias que suponía para cualquier infante "una excursión". Si bastaba el anuncio de dar un paseo a "las eras", para ponerse contento, ya me diréis el entusiasmo que plantearía el ir lejos, en autobús y con todo el pandillón Martínez.

Pues así fue. El autobusillo que tenía la empresa "La Carolina", precioso, con cristales en el techo, según recuerdo y con la carrocería separada del motor por una tira de tela -para que no se notaran demasiado las vibraciones-, me dijeron, nos espera a todos en la Plaza de San Francisco.

Camino de Andújar por la carretera que lleva a Córdoba. Parada en la salida del pueblo y empezamos a dar curvas hasta terminar con casi todas.

Teníamos que estar toda la familia porque allí había gente que yo conocía de "las visitas", es decir, de esas llamadas al timbre a la caída de la tarde de los veranos, en que, después de una carrera por el portal, abrías y veías a gente que más o menos te sonaba y decía "¡uy, Rafalín!, ¡qué grande estás!"...
O sea, el tío Paco, la tía... no sé, el tío, no sé... en fin, todos.

Llegamos a un lugar extraño y el autobús nos dejó en mitad de un descampado. Sólo unas rampas de piedras en cierta pendiente parecían conducir a una iglesia en un pequeño altozano.

Empecé a subir, creo que de la mano de tía Teresa. Aquello era pesado y, a un enamorado de las ruedas como yo me parecía una tontería que, si se podía subir en autobús, ¿por qué lo habíamos dejado en el llano?.

Toda la familia en peregrinación. Íbamos, según oía, a un santuario importante porque allí había resistido un tal Capitán Cortés, en la "guerra".

Oía a la vez las interpretaciones de la resistencia ¿a qué?, con que un pastorcillo había encontrado una imagen debajo de unas matas en no sé qué época.

Bueno, el caso es que subimos y veía como la familia andaba como impresionada del momento.

Llegamos a la capilla, que parece derruida en parte o, al menos en obras, y entramos a la "cripta" -me dicen-.

Aquello fue importante, al parecer, porque creo que aquí estaba el Capitán Cortés, pero no era la Iglesia, ésta quedaba más arriba.

Me tuve que enfrentar con los "exvotos". Y, en principio, me asustaron. Figurillas de variada índole en la que me parecía ver trozos del cuerpo humano junto a imágenes religiosas. Aquello era un poco de susto.

Mi padre, que siempre lo recuerdo "al quite", ayudó a aclarar a
quello: La gente ponía un recuerdo por medio de una figura sobre aquello en lo que creía haber recibido gracias divinas. Ya podía ser una pierna, o un corazón.

Creo que algunos subieron a la obra de la iglesia, pero creo, también, recordar que, al final de la cripta había un altar y funcionaba como capilla.

A partir de ahí empiezan las imágenes más joviales que tuve de la excursión.

Con el autobús que nos llevó, bajamos al río. Nos bajamos todos y andamos hacia la orilla. Allí, de una manera u otra cada familia sacó la "tartera" que llevara con las consabidas tortillas de patatas y filetes empanados que eran, ambos, materia obligada de cualquier excursión que se preciase.


El grupo era grande y diverso, personas muy formales pasaron de estar en las sillas alrededor del veladorcillo del "patio", a sentarse en piedras, sobre la hierba o donde quiera que pudiesen. Me impresionaba ver a la abuela Isabel repartiendo cosas -por supuesto ricas- para comer a quienes se lo demandaren.

Aquí está la foto de nuestra comida en el regazo del río.


Aquello era estupendo. Además, los numerosísimos tíos que componían la martinada estaban muy atentos conmigo y uno de ellos, al que no le pegaba nada su atención hacia mí, me enseñó a hacer pozas en la arena y, en una de ellas, con una gran habilidad papirofléctica, fletó un barquito de papel que flotaba estupendamente.




Después de muchos años de esto, hablando en casa un día con Tere, mi hermana, le pedí que me hiciera el barquito. Arriba está. Es verdad que la tortuga que está al lado no estaba en aquellas épocas, es la que tengo en casa.

En esta excursión aprendí bastante, lo que eran las criptas, lo que eran los exvotos, que la familia Martínez podía comer a la orilla de un río y que algunos tíos sabían hacer pozas y barcos de papel. No esta mal. No está nada mal....