martes, 29 de septiembre de 2020

Un pinchazo en los Calarejos

 El otro día, viernes, les relaté a mis amigas de siempre, de los viernes, claro, una historia la mar de curiosa.

Estábamos en el Begijar, Alicia, mi mujer, mi hijo Rafa, con algo menos de tres años y yo.
Nada más que contar cómo vivíamos allí era ya, de por sí, digno de relatar pero hoy no. Hoy voy a contar algo que tiene que ver con las tías y con la Sierra.
No sé cómo se me ocurrió pero les propuse a la famila irnos a pasar el día al Paraíso. ¡Y aceptaron!....Ahora me quedo perplejo. Meterno los cinco en el Dyane, hacer más de trescientos kilómetros, de polvo, calor y baches y... aceptaron.
La primera parte del viaje salió a pedir de boca. Llegada, bajada a la fuente fresca, paseo por lo alrededores de la casa madre y demás tal y como estaba previsto.
Pero, viendo que nos iba mejor que bien me atreví a la aventura. Les dije -realmente era más ilusión mía en hacerlo que enseñárselo-, que íbamos a ver los Calarejos "enteros". Es decir, paso por la casa forestal y seguir carril adelante. Donde nunca había estado -en coche-.
Ese fue el camino al que nos llevó un día el tío Rafa para llegar al "Saltador", el "Charco Azul" y maravillas por el estilo...pero, en coche, no.
Ningún problema. Paramos a ver la casa, creo que bajamos, en coche, a los tornajos -de cemento- del lado de la forestal y por un carril que avanaba entre pinos añosos, ¡adelante!.
Pero una cosa es proponer y otra alcanzar.
Al kilómetro y pico de marcha, una puñeterísima piedra rajó una rueda. Así de claro, los neumáticos Michelin-X, del dyane tenían los flancos muy blanditos. Rajados. Rajados. Sin aire de manera instantánea.
En esos momentos uno se sujeta el ánimo, las pulsiones, el miedo y todo lo demás. Pone cara de circunstancias y... "nada, bajaros un momento, que cambio la rueda".
Efectivamente, cambias la rueda... y te entra un acojono de mil pares de idems... porque la cosa pasa a tener miga.
Estamos a 17 ó 18 kms de pueblo. En mitad de la nada, sin móviles, tams-tams ni comunicación alguna... con las tías...
Pero, claro, hay que aparentar.
Pones la rueda, das la vuelta y Alicia y yo nos miramos de reojo. Quedamos de acuerdo en rezar a todas las instancias, cercanas, medianas y lejans para que el dios de las carreteras nos asista....
Vuelta hacia Siles, ji ji y ja ja, no hay problemas... se mira el paisaje. No se habla del asunto, todos contentos..... paramos en la Navilla para ver de nuevo el paisaje y... bajamos hacia Siles.
Mis ojos están por debajo del coche, viendo piedras, ramas, espinas, tachuelas, o rayos verdes que puedan atentar contra lo que nos pueda sobrevenir.
Pero nos parece que todo marcha bien porque... no hay ningún comentario.
En esto que, milagrosamente -digo ahora- llegamos a Siles. ¡Ya estamos en la civilización!...
Atravesamos el pueblo y me sorprende el comentario de tía Mariana: "¡Uy!¡Qué susto hemos pasado!. Creíamos que no íbamos a llegar aquí!".
¡Eran perfectamente conscientes del acojone que llevábamos Alicia y yo, pero se lo habían aguantado, elegantes y magníficas como siempre fueron.
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Las extrañas visitas

 Casi todos los relatos sobre el Paraíso tienen que ver con lo bien que lo pasábamos allí, cómo nos arreglábamos para la vida, hospedaje y excursiones y algunas cosas más, pero no he hablado hasta ahora de una cierta sensación de soledad que teníamos en aquellos parajes.

Y tenía que ser así porque cada vez que se oía un ruido de vehículo mecánico, todos, todos, prestábamos atención....

¿Quién será?¿quién podrá venir a vernos?.

O sea, que en cierta manera, estábamos deseando que alguien viniera.

Pero había un problema. Sabíamos que la entrada  a la finca era de difícil localización. Si alguna familia o amigo hubiera quedado en visitarnos le habríamos dicho que viniera a Siles, pueblo, después que, allí, preguntara por la ruta a la Navilla y, desde ahí....pues, siguiera adelante.... hacia los Calarejos y su casa forestal y...que tuviera cuidado porque, a la derecha, a aproximadamente 800 o 900 metros desde el comienzo de la bajada... había que cuidar no pasarse de una curva a derechas, muy cerrada, entre árboles. etc. etc. 

O sea, que como entonces no había móviles y mucho menos "ubicaciones", teníamos que confiar en haberle explicado el proceso.

Pero lo que al parecer teníamos más que claro es que, si venía alguien, no se nos podía escapar.

¿Cómo?. Sencillo. A ver, media mañana y, en el silencio magnífico de aquella zona se empezaba a oir un motor...Todos callados, ¿por dónde se oye?. Sí, parece que viene por la Navilla, a ver, a ver....el ruido aumentaba, más atención. ¿Se ha metido hacia la "era del boquerón"....si era así, podía ser una visita. 

Claro, en la bajada por el carril, el conductor habría reducido revoluciones y el motor hacía menos ruido. Más silencio nosotros... a ver, a ver....parece que ha pasado, ¡ya se oye otra vez!...va hacia los Calarejos y nos asomábamos por detrás de la casa porque, desde allí se veía el flanco del carril de esa zona....

Pasaba o no pasaba algo. Si era un camión no tenía tanto interés. Ningún familiar vendría en camión.... Si era un coche, ¿qué coche era?...¿El de Tío Paco? (o el de algún otro tío)...

La mayor parte de las veces era una frustración. Poca gente venía a visitarnos pero la mera eventualidad era una magnífica ocasión para romper la rutina. 

Recuerdo que un día oimos un motor que, como he dicho más arriba, pasó hacia los Calarejos, según yo dije taxativamente. Y, entonces, tío Pepe y yo subimos hacia allá corriendo por entre los pinos.

Llegamos al carril y, jadeando, me señaló el tío, ¿Qué?¿hacía dónde había pasado?. Yo, que estaba muy convencido señalé hacia la dirección de la casa forestal...El tío, algo enfadado señaló el suelo. ¡Por aquí no ha pasado ningún coche!....Y, estaba claro, no había rodadas sobre el polvo y los chinos que componían el carril.

Años más tarde, viviendo ya en mi casa, en mitad del olivar, estábamos prácticamente solos y ahí descubrí dos cosas. Una, que cada vez que oía un coche, revivía la sensación que teníamos en la sierra "¡viene alguien!", otra, el que como comanches en algún lugar del "far west", miraba al suelo para buscar las huellas...