sábado, 28 de marzo de 2015

las necesidades intrínsecas






Necesidades intrínsecas

... del ser humano.


...resueltas, en plena civilización, de manera más o menos perfecta pero, que, en situaciones un tanto extremas, revisten una problemática bastante peculiar.
A mí, de una forma particular, me ha interesado mucho desde casi siempre, la tecnología que hemos usado para dar rienda suelta a los inevitables desperdicios que tiene nuestra existencia.
Ya de por sí, en Linares, una vez pasada la "etapa escupidera", que no era -contra lo que pudiera pensarse- otro nombre del final de la "fase anal", sino una evolución natural hacia la "autonomía personal", digo, en Linares, había en la casa familair un lugar expuesto a los cambios climáticos de cada estación del año, en donde, mal que bien, aprendía uno a hacer sus necesidades y, sobre todo -y esto es tema importante para otro artículo-, cómo limpiar la zona.

Pues bien, íbamos al paraíso. Que no se olvide, Siles, las Anchuricas, eran y seguirán siendo el paraíso... y a pesar de lo espiritual del tema llegaba un momento en el que era ineludible... hacer.
Pepe, el tío Pepe, llamaba a esto "ensuciar", pero no me gustó mucho, el caso es que... había que hacerlo.
Y no es que fuera problema, no, el tema era dónde, cómo -que, a su vez, reviste la peculiar importancia del final de la cuestión-, y cuándo y cuánto.
Para los niños no había demasiado problema.
¿Dónde?, donde fuera, el cuándo tambien y el cuánto... dependía de cada uno. Pero, el final, era taxativo... "con una piedra" y, con eso, solucionado.
La tecnología inherente al proceso venía marcada por el proceso de "ensayo-error". Uno iba probando tipos de piedras hasta que, cuando aparecía una de las eficaces -y más cómodas-, la guardabas en el bolsillo para... cuando hiciera falta.
Como creé y asumí el rol de "rafalito Selecciones", o, popularmente dicho, "el jaimito", no podía desmerecer mi papel y me plantee: "Bien, nosotros, los chicos, lo tenemos solucionado, pero ¿y los mayores?... ¿se arreglan de la misma forma?.
Como este es un tema en el que me puedo alargar iré  la parte gráfica del problema. Recuerdo que un año, los tíos, es decir, los hermanos de mamá que estaban en edad de ser eficaces y eficientes, propusieron una solución a la que, de manera casi inmediata, le metieron mano.
El tío Pablo estaba, o había estado, en la mili -supongo que la IPS o antecedente-, y, como le tocaba "sanidad", vino muy instruido en la tarea de "hacer letrinas", supongo que, para la tropa, pero, de tantos como estábamos, no era incongruente "tropear" un poco.
Así, con la ayuda del tío Rafa, que era quien ponía en todo lugar y ocasión todo aquello que tenía que ver con la fuerza física -después vendrían los romanticismos-, la supervisión y ayuda técnica, como siempre, de tío Félix, se comenzó la confección del siguiente kiosko:

Recuerdo, exactamente, dónde se situó: en el camino que llevaba a la fuente fresca, bajando de "el quinto pino", torciendo a la derecha al pasar el "arroyo" (nunca tuvo agua), antes de las chozas que dejaron los leñadores que estuvieron un año cortando y ajorrando pinos, metido un poco hacia adentro por mor del pudor natural.
Se hizo una zanja, rectangular, porque, si se llegaba a "llenar", no había más que correr hacia otro lado el agujero suministrador.
Encima, se construyó una especie de túmulo con piedras y argamasa -cal no faltaba- el tío Félix hizo un marco con cuatro troncos de chopo unidos a "media madera".
Una construcción formada por cinco troncos de chopo, metidos en tierra, unidos entre sí por los que hiciera falta y desde los que colgaban helechos, cual pared natural, profundamente ecológica y sostenible, hacían al lugar protegido de vistas.
En el puntal de la derecha, conforme se entraba, un clavo hacia de soporte del "rollo" y unos trozos de periódicos hacían el papel del papel.
Vean el gráfico. De verdad que lo recuerdo así, tal y como lo he dibujado.
Pues eso, resuelto, los "mayores" tenían "su sitio".
Porque, es fácil suponer, ese lugar estaba vetado a los chicos. Nosotros, al campo.
Me hacía ilusión, de verdad, usarlo, pero no era mi lugar... salvo que el ingenio pudiera más que la norma.
Era cuestión de aprovechar la oportunidad. ¿Cuándo podrían estar los mayores más lejanos al lugar?. Está claro: en la siesta. Era cuestión de aprovechar, bien la sobremesa, bien la calurosa siesta. 
Y ahí caí. Como los chicos comíamos antes que los grandes, esperé a que estos se pusieran a comer y, bajo el sol tórrido de la tarde, corrí al kiosko. 
Fuí, ví y vencí. No hay más: éxito absoluto.