miércoles, 6 de diciembre de 2023

No se hace camino al andar....

 Sí, ya sé que es llevar la contraria. Y que es más bonita la frase al revés: Se hace camino al andar, pero me resulta contraria a mi experiencia.

A saber, estábamos en mitad del campo, casi en mitad de ninguna parte pero todo el día andando y sin pizquita de asfalto.

El caso es que había caminos, seguro. Varios y bien señalados. Es más, cuando llegábamos allí, ya estaban.

Se iba al "Cortijo de arriba", a la "Fuente Fresca", a la "Navilla", a los "Calarejos".

Y siempre era lo mismo, una línea en mitad del campo, entre pinos, piedras, hierbas y lo que fuera, que estaba formada por tierra, piedrecillas y alguna más gorda, pero estaba señalado. Había que ir por ahí.

Un día le pregunté al técnico número uno de la casa. El que hacía muebles y arreglaba lo que le echaran en las manos.

"Tio Félix, ¿cómo se hacen los caminos?". Y, él, sin pensárselo, me contestó: "Pasando".

Pues me fui a lo que llamábamos el "campo de fútbol", que era un lugar medianamente amplio, llano, lleno de hierbas al que se llegaba por uno -o dos- caminos y se salía por un carril que iba a la fuente fresca.

Me fui a la parte que había hierbas -sin camino señalado- y pasé.

Claro, yo tenía 6 ó 7 años, pies pequeños calzados con no recuerdo aún qué, pero que me permitía una cierta libertad contra las hierbas -que no pinchasen, claro- y, anduve.

Anduve y re-anduve, dándome la vuelta, unas cuantas veces.

Sí, era verdad, había algunas hierbas pisadas, pero no señalaba ni mucho menos la presencia de un camino.

Algo decepcionado volví a la casa, al cuarto de estar que llamábamos "El quinto pino". No dije nada porque mi propósito era volver a intentarlo al día siguiente. 

Y así lo hice, pero avancé poco.

O sea, que el tema se quedó pendiente.

Y los caminos no sólo existían, sino que estaban claramente señalados.

Un camino de los de allí, a cualquier sitio, era de esta manera.


Es decir, tenía bordes señalados, de tal forma que, si había  a la izquierda un lugar más alto, una pequeña pared marcaba su límite con el terreno y, si al otro había un lugar más bajo, había un borde, otro límite.

El caso es que no debería sorprenderme. Los carriles que, con el camión de los hermanos Gragera nos traía al Paraíso, estaban muy bien marcados. Y, por lo 'grandes' que eran, no podrían hacerlos así, a ls bravas, los camiones al pasar.

Alguien tenía que hacerlos.

Los camiones, después, señalaban con sus rodadas el uso que se les daba.

Por ejemplo, el que había detrás de la casa y que nos traía -magníficamente- y, después, nos llevaría a casa -lamentablemente-.

Ancho, nítido y útil.


Tuve que dar el latazo porque un buen día, el tío Pepe me explicó cómo se hacían los carriles.

Me dijo, "cogen tierra de la parte de arriba y la echan más abajo, tantas veces como sea necesario para conseguir una plataforma". Y lo entendí.

Aún así, el tema era dificil.

Por ejemplo, había un lugar -que llamábamos "las asperillas"- en las que la tierra era muy dura, era como piedra molida y, en ellas, un camino resbaloso nos hacía atravesarlo con precaución.

Como esto.


Total que, ya fuera por lo sencilla que me parecía la labor o porque era inexplicable que aquello apareciera, yo no me aclaraba.

Hasta que un buen día, el tío Carlos Martínez -hermano del abuelo Pablo- nos dijo que fuéramos a ver un camino que "habían hecho" para bajar al "Cortijo de abajo". Teníamos que decirle si el 'nuevo' era más cómodo que el 'viejo".

Y allá que fuimos. Pasamos la "peña de la despedida" y bajamos.

Se veían las trazas de picos y azadas en el suelo del camino y sus alrededores.

Los mayores dirían lo que fuera pero a mí, aquello, me hizo feliz.

Ya estaba claro. Los caminos se hacían porque el tío Carlos se los había encargado a unos obreros.

Feliz. Lo juro. Feliz.