jueves, 6 de octubre de 2022

Doblar el mantel

 

Que conste que llevo aguantando un par de días.
Me salió el otro día un recuerdo que creo divertido.
Se trata de ver -porque las veo- la de cosas que ocurrían cuando el pandillón, en Linares, en La Sierra, en Begijar o en El Hoyo, acababa de comer.
De seguro, habría una mesa y, cosas de la educación, habría un mantel.
Tela de variados colores, normalmente rayado y de proporciones notables....lleno de miguillas, miajillas, mititillas y algunos residuos más.
Es decir, que no se podía doblar y guardar, así, sin más. Había que sacudirlo.
Y ¿quién hacía todo eso?.
En principio lo hacíamos todos, más o menos, más bien menos que más.Pero la mesa se "quitaba" y... el mantel, el mantel.
Le tocaba a tía Isa o a tía Teresa que, a saber.
Se hacía un "ruño" (vamos eso es lo que iba a poner, pero he mirado en el drae y no es lo que yo creía que era). Bueno, pues se hacía un lío (ahora es correcto) en el que, dentro, estarían los restos.
Se llevaba al patio. Y, ahí es donde me he acordado, porque yo hago eso y lo llevo al patio, pero hay diferencias.
Alguna de las tías lo cogía de las puntas y lo abría. Un montón de pan en polvo, alguna monda y demás, caía al suelo.
Y los bordes del mantel también, porque, era obvio, Un mantel de dos metros -o más, bastante más- de largo por más de un metro y pico de ancho, daban para que el borde que tocara, tocara el suelo.
O sea, que se limpiaba y se ensuciaba.
Pero nunca vi objección a ese hecho porque, también obvio: era un momento y "muy poquito".
De acuerdo pero, ahora, el segundo problema. Ninguno de los presentes media 2,5 metros, o sea, que si tienes que doblar esa tela no hay más remedio que seguir tocando el suelo, coger los extremos y lanzarlos hacia el fondo....
Mi padre explicaba la situación.
Como existía la "inercia", los objetos se quedaban en el aire, quietos, un momento, antes que doña gravedad los atrajera.
Si se hacía así se conseguían varias cosas.
Que el mantel tocaba el suelo poquito.
Que se llegara a doblar por la mitad (volvía a tocar u n poquito) y,
al final, el mantel quedaba doblado.
No recuerdo qué se hacía -ni sé qué hago- si el día es lluvioso y el suelo está mojado.
Puede ser una imagen de 2 personas, niños y texto que dice "shutterstock.com 1779898253"¡
 
Ah!, sí, no se dobla ni se recoje, se deja encima de la mesa, hasta la noche.
 

lunes, 26 de septiembre de 2022

Una excursión sorprendente.

En homenaje al tío Pepe y cerca del cumple de Pablo Martínez Arangüena, que también conoce esos sitios.

  Creo que fue el año 2005, no estoy muy seguro, pero es  una de las últimas ocasiones en que fuimos un buen pandillón a nuestro paraíso.

Estábamos decenas de gentes y, en determinado momento -todos entretenidos, paseando y charlando- se me subió a la cabeza una ilusión larguísima que tenía acumulada.

Ir hasta el fondo de los Calarejos. Es decir, hasta el sitio donde parte la vereda que lleva al Saltador y al Charco Azul.

Fui hacia mi coche y pillé al tío Pepe desprevenido. No pudo ni pensarlo: Sube, le dije... y se subió.

Tiramos hacia los Calarejos y paramos un instante en la casa principal. Una casa que me tiene mosqueado porque antiguamente era bastante más señorial que la especie de cabaña forestal que hay ahora. En fin, cosas de la historia. 

De allí, bajamos por una vaguada que lleva hacia el tornajo de cemento que tenía allí el organismo de bosques. La vaguada es interesante porque es amplia y, por la razón que sea siempre está oscura de sombras de los pinos y, supongo, por su orientación. Está inclinada y empezamos la aventura. Al tío Pepe no le gustan las sorpresas así que admiro la fé que tuvo en que no lo iba a asustar más de lo necesario.

Pero, empiezan los medio sustos. Dejamos el tornajo a la derecha y sigo hacia el vallecito amplio que hay detrás. Sé que debajo de mis ruedas hay un camino -que no se ve- porque hace muchos años pasé por ahí -con el Dyane, o sea que sin problemas para el Galloper- pero no se ve, no se ve y, en mitad de mi sendero, un pino, mediano, partido a una altura de un par de metros o algo más, deja su penacho en mi sendero. Rotura del plan. ¡No!. Avanzo y meto el morro del coche entre las ramas y empujo. Veo con sorpresa, agradable, que el tronco resbala sin demasiado problema por el parabrisas y se sube al techo. Sigo, el tronco empieza a resbalar, el pino se ha levantado y  ¡quepo!. O sea, que paso. Empiezo a prever las manchas de resina que dejará pero eso... eso es para la tarde.

El tío Pepe piensa -y dice- que estoy loco, que por ahí no hay camino, pero yo sí sé que hay y, al cabo de un par de cientos de metros, aparece el carril.  

Ya había pasado por ahí. Lo conté en un relato de este blog  el que conté cómo las tías se dieron cuenta de que había pinchado y eso, en ese sitio, era particularmente problemático.

Pues eso, seguimos adelante. Dos o tres kilómetros. El bosque es denso y el terreno bastante plano. Somos conscientes de que estamos en "Los Calarejos" y que, creo, intuimos siempre que era más meseta que monte.  Y, en un momento, empezamos una ligera bajada, muy ligera pero que lleva a una casi garganta sobre la que hay señalada una vereda.

Reconocí el lugar por donde el tío Rafa nos metió a toda la panda, hace mil y un años, camino de "El Saltador". O sea, que llegué hasta ahí como cosa conocida o recordada, pero no tenía más plan.

Pero... el carril sigue, a la derecha y, claro, tiro por él. En subida, no muy fuerte, hacia un pinar denso, las matas casi cierran el camino pero sigo avanzando sobre las rodadas y, cuando quiero pensar en qué hay que hacer salimos a un calvero inmenso. Avanzo y a unas decenas de metros doy la vuelta a izquierdas para dejar el coche en la sombra.


Bajamos y echamos a andar. Se ve un borde a nuestra izquierda, digamos que en dirección Norte y hacia allá vamos. 

La vista, magnífica y, ¡sorpresa! estamos 'encima' del Seminario.

Desde allí comentamos los recuerdos de las excursiones a la Fresnadilla, la vuelta de la magna excursión a El Saltador y, demás historias familiares.

Pero el asombro, de verdad  viene cuando levantamos la vista y miramos a la derecha, por encima de los pinos que tenemos delante.

En una línea tenemos a la casilla de fogueros de "El Puntal" y, al fondo la "peña de El Cambrón", nombre que siempre me sorprendió que tía Mariana fuera capaz de pronunciar. Al fondo el macizo de la Sierra de Alcaraz que quedaba siempre como referencia geográfica.

Esto es para llevárselo a casa:


 Vamos, para quedarse a vivir allí. 

Nos resultó más que curioso el entorno. Era un calar vacío, grande, entre dos masas de pinos. Y, el problema era el retorno porque no se veía la salida por ningún lado.

Echamos a andar hacia el coche y yo iba pensando en cuál había sido la última maniobra que había hecho. 

Se lo digo al tío... Pepe, ¿por dónde salimos?. Y, claro, en cierta manera la lío parda porque la pregunta no es baladí. ¿dónde está el carril?.

Él se dedica a mirar al suelo a ver las rodadas. No hay. El suelo es de piedra con ligeros matujos de esparto o similar. 

Pongo en marcha el motor y miro hacia atrás. Pinos, hacia adelante, piedras y llano más o menos pendiente. Pero no puedo fallar, el conductor es como en los barcos -el primero a bordo, después de Dios (eso me lo enseñó mi padre)- y tengo que saber en cómo salir.

Pues salimos, ¿por qué?. Porque sí, pero aún no puedo afirmar que fuera por virtud o sabiduría. Salimos y tiramos de vuelta. 


Pasamos otra vez por la gran casa del Patrimonio. Y, dado que sabíamos la existencia de una buena vista sobre el Hondo Peñalcón, paramos en el borde del mirador. 

Las visitas que hacíamos hacia el "borde" eran bastante frecuentes. 

Solíamos llevar allí a las visitas que vinieran a nuestra casa madre. Era proverbial que se quedaran admiradas. Un hueco en el terreno, enorme, lejanísimo, con un cierto brillo de un pequeño río que lo atravesava: El río Tus, decía tío Félix y, además, un sonido extraño. Un sonido mecánico que, claro, había que preguntárselo a nuestro mentor tecnológico.

Nos decía: eso es el ruido de una "serrería". Nombre misterioso pero que, además, escondía una clave más familiar. 

Añadía el tío Félix. Es una serrería de la familia Payá. Y aquello me llenaba de satisfacción porque yo tenía en casa -y, curioso, sigo teniéndolo- un tren eléctrico de marca Payá. Era, si cabe, una introducción al mundo de las empresas: Aquellos que hacían trenes, también serraban troncos. Demasiado.


Vuelta, pues, al redil. Bajamos, dejando a la derecha la "Era del Boquerón" y, al llegar a la casa madre coincidimos con que la otra pandilla volvía de su paseo.

Mi hermano Pablo me dice: "nos ha llevado Luis Carlos al Calarejo Chico..." y, claro, había que quedar bien: "El tío Pepe y yo hemos recorrido todos los Calarejos".

Faltaría más.

 

 

 

 
 

domingo, 21 de agosto de 2022

Las aguas y las distancias

 De las cosas más sorprendentes que recuerdo de nuestra vida en el Paraíso tenían que ver con el agua, su uso y disfrute.

Y, como había poca, en pocos sitios, aparecía otro factor importante: la distancia a que se situaba.

En principio, la "fuente de las tablas" estaba a unos ¿75m? desde la casa y con un problema muy tonto. Había que bajar con los cántaros vacíos y subirlos llenos. O sea, más dificultad.

Para lavarnos no teníamos problemas. Nos levantaban, nos ponían los pantaloncillos cortos, unas sandalias o zapatillas, y ¡ale! a lavarse.

Llegábamos al tornajo que usábamos como fuente y chapoteábamos en él. Había que tener cuidado porque en el suelo había barro y aunque los tíos habían puesto piedras éstas se movían dejaban arroyitos entre ellas y, al final, también te mojabas los pies.

Pues eso, unos ojos con las pitarrillas arrastradas por el chapoteo en el resto de la mejilla y subías "con las manos limpias" a desayunar.

Si querías agua, algún mayor te ponía en un vaso o, si había un botijillo que se pudiera manejar, un chorrito a boca abierta y garganta mojada.

Había una fuente "mejor", porque estaba fría y.... estaba lejos. Se cruzaba un arroyo seco enmarcado por juncales, se atravesaba el "campo de fútbol" y entre pinos una cuesta abajo una meseta, un barranquito y, al final, entre helechos, uno de los parajes más bonitos de por allí. Y una fuente, con caño de cerámica cantarín y luminoso. Y fría.

Pero estaba lejos. Las mujeres que ayudaban en la vida familiar tenían que traer un cántaro, 10 o 12 kilos desde aquella distancia

Hasta que llegaron los coches e íbamos con ellos a por agua. Un montón de Jerrycan de plástico y, nada, a llenarlos.

Pero ya no había distancia ni servidumbre. Los coches hacen milagros porque quitan distancias.