jueves, 22 de febrero de 2018

Cázulas. La Serrería

Buscar un lugar que pudiera sustituir a nuestro Paraíso no era tarea fácil. Y, sin embargo, existían los calores, ganas de conocer lugares, ganas de estar juntos y buscar agua donde bañarse, senderos que transitar y aventuras que correr. Si eso existía y no había paraíso donde ejercerlo, habría que buscar otro lugar.
Pues, en lo que se refiere a la familia Flores, no me cabe duda de que se acertó. Encontramos, -bueno, encontraron los padres-, un lugar que si no era exactamente nuestro referente, sí, al menos, lo sustituía con altura.
Cázulas.
Es un lugar de pinos, pinos, y pinos, con arroyo al lado, con desfiladeros angostos y rocas altas. Con carril polvorieno que atravesar y con suficientes luces, amaneceres y atardeceres, para satisfacer al poeta más pintado, que todo se andará.
Comenzamos a ir en el verano de 196   . No sé cómo lo encontraron mis padres y cómo nos las arreglábamos para llegar a sitio tan relativamente remoto, con un "seillas", por mucha baca, equipaje y "pulpos" de goma que pusiéramos encima.
Convertíamos al 600 en un pequeño camión de los hermanos Gragera, con menos ruido y, si cabe, más calor porque había que viajar de día y no de noche.
Pero llegábamos, a un lugar: "La serrería", donde encontramos unos ingenios madereros cobijados bajo naves inmensas que, aún hoy, están allí.
Habitábamos una casa, a cachos, porque la mayor parte de la familia residía en  un bajo que se ve en el dibujo antecedido por unas columnas y un balcón que daba encima de un montón de matujos. El otro resto, dormíamos en las casitas que hay a la derecha y arriba del mismo.

La Serrería de Cázulas.
Hacia abajo, a la izquierda, estaba el arroyo donde habían formado una represa de piedras y, consiguientemente una poza algo elaborada. Servía tanto para mojarse como para mojar al que se acercara y allá andábamos chapoteando todo lo que podíamos, y más.
Las excursiones eran, casi necesariamente río arriba. Por el cauce, auténticamente por el cauce, es decir, agua y piedras, o, al revés, de las piedras al agua y vuelta a repetir.
Andábamos hacia un lugar extraño donde se estrechaba la garganta y aparecía un puente con base de hierro que soportaba un viejo carril maderero. Si seguíamos hasta arriba, a lo más alto que solíamos llegar, estábamos en la "junta de los ríos".
Lo curioso es que allí inventamos -porque lo hicimos nosotros- lo de "la bajada de cañones y barrancos", con unas sandalias de goma, alpargatas o, simplemente, descalzos. Nos echábamos al río hasta que alguna catarata o cataratilla nos impedía ascender más arriba.
Junta de los ríos, garganta y parador de "la cabra"
Allí íbamos con Rafa Martínez cuando fue a visitarnos. Además, y esto nos resultó pintoresco, llegó con su Volkswagen 1302, por favor, y se trajo una tienda donde pretendía dormir (no sé si lo consiguió o lo civilizamos en la casa). Rafa, además, tenía la enorme ventaja de improvisar todo de todo. Nos enseñó a bañarnos en un sitio que nos cubría: un agujero en una piedra cercana al puente citado líneas arriba. Había que meterse hecho un churro y, después, andando por las paredes, salir hasta la superficie.
Porque esto era lo curioso. Es que, además de la panda Flores, venían los tíos después. Vino el tío Félix que disfrutaba exasperándonos a todos al decir el nombre de los pueblos como a él le venía en gana. Por ejemplo decía "Otivitiar", en lugar de Otívar y, cuando tratábamos de corregirlo, se reía con su celtas pegado al labio.
Creo que ese año también vinieron los Martínez Cobo. Lo que no sé es dónde se alojaron, así como los Romanes, aunque es posible que no fuera ese año, sino al siguiente.
Cázulas estaba regido y era propiedad de una persona extraña: Marquesa del mismo nombre, quien tenía un "palacio" en la zona alta de la finca.
Nos invitó a comer -o a cenar- y asistí junto con mis padres. Después nos enteramos que se había casado tres veces, perdón, era dos veces viuda y estaba con el tercer marido. Lo que hacía fácil de comparar con los Cartwright, de "Bonanza", la serie de televisión que a todos nos gustaba.
Vivíamos como unos exploradores de la naturaleza. Abastecidos por unos padres probos que por medio de expediciones ímprobas a través de los baches y el polvo, nos traían los magníficos platos con que mi madre nos regalaba.
El otro día hicimos una excursión conmemorativa. Nos acercamos por la "carretera de la cabra" hasta el sitio que le da nombre. El problema es que no vimos nada. Había niebla y mal tiempo.
Habrá que ir otra vez.

Zona de la "junta de los ríos" desde la altura del parador.


lunes, 12 de febrero de 2018

Historia de un número: 10-40-38

Si a alguno de nosotros le entra la curiosidad de ver cuántos "socios" (amigos) formamos en Facebook el clan Martínez, nos encontramos con un número curioso: 116. Según podría entenderse ahí estamos los Martínez actuales, pero no todos los que están lo son, ni, tampoco estamos todos los que podríamos estar. Hay, digamos, aficionados, amigos queridos y gente que nos quiere y que, de una forma u otra, leen nuestros cuentecillos, comentan -comentamos- nuestras fotos y decimos algunas cosas que, por suerte, son siempre positivas.
Pero hay un número, bueno, uno no, tres, que son especialmente significativos.
 Los del título 10 - 40 - 38.
Bajo ese referente tuvo lugar una extraordinaria -fuera de lo común- fiesta Martínez. Se trataba de que nuestra casi ancestral   "casa madre", en Marqués de Linares 38 (antes era el 40), iba a abandonarse.
Yo creo que el principal motor de tal fiesta no era otro que un familiar insigne y especial. Isidoro Román, marido de Pily Martínez y, junto a ella, padres de innumerables "Romanes".
Pues bien, este hombre puso especial atención a que la despedida de la casa no fuera cosa baladí. Había que montar una fiesta, un fiestón, y él fue el que hizo la convocatoria bajo una carta que adjunto



Así, pues, el motivo aparente era la "despedida", pero otros motivos no menos importantes eran el estar juntos, hacer el "censo" de familia, poner en contacto a todos con todos y, como siempre, homenajear a nuestros socios fundadores.
10 eran los hermanos Martínez Marín y, lógicamente, se echaba de menos a los dos que faltaban: "Carmina y Félix".
40 éramos los "primos hermanos" hijos e hijas de estos primigenios.
Y, los 38, la siguiente generación.
Pero no contento con esta constatación, el tío Isidoro se entretuvo en hacer un árbol genealógico. A ordenador, que era lo que privaba en ese momento y, además, en "Word Perfect". Lo vi trabajar, trabajar, trabajar, una paciencia infinita, tipo de línea, bloque a la derecha, seis columnas a la izquierda, tres filas hacia abajo, saltar con una línea la separación entre familias. número insertado....
Cuando me lo enseñó no estaba aún completado. Me pareció un trabajo ambicioso y, como otras tantas veces, volví a meter la pata: "Pero tío, si hay programas más sencillos para hacer eso...". "¿es posible?, me contestó y yo, chulo de mí, cogí un programa que servía para hacer diagramas de flujo o esquemas eléctricos y diagramas de programación.
Lo siento, le pido perdón. Lo hice en un rato y, se lo llevé. Inmediatamente -por aquello de ser diplomático- asumí que el suyo era el "chipén" y el mío una cosa un poco cutre.

Pero lo importante es que, ahí estábamos todos. Todos, digo, los de ese momento. El 29 de Junio de 1993.
Fuimos apareciendo Martínez--XX y XX-Martínez, conocidos, cariñosos y jaleosos. Llenamos el portal y comimos, aunque en este momento no dispongo de recuerdos sobre cómo lo conseguimos. El portal era una asamblea de gente feliz y que estaba dispuesta a sacar lo mejor de cada uno para que el de al lado estuviera aún más agusto.
Sacamos recuerdos. Propusimos que la gente los sacara y se expusieron algunos murales para apuntar:


Evidentemente: Rafa Martínez.
Un poco de todos
Y el caso es que sé que hay más, que tengo más pero no los he encontrado en este momento.
Lo que sí es cierto es que cada uno fuimos aportando lo que pudimos, entre lo que se encuentra algunos dibujos de la "casa" por antonomasia.











Y, lo que es más que entretenido es que, estando claro el objeto, y siendo así que reviste para los que vivimos en ella un enorme atractivo, no le llega ni de lejos a lo grande que es el recuerdo en sí. No hay un lugar, sitio, rincón, piso, teja o maceta, que no retenga un recuerdo o motive alguna sensación. Hemos pasado alegrías y tristezas, golosinas y cicatrices, hemos aprendido de sus personajes y pensado en cómo son -o eran- y qué nos decían para formarnos como personas. 
Pero ¡bueno!, me estoy poniendo algo chocho. Yo tenía que seguir contando y añadiendo cosas. 
Ahí van.
La comida -el inicio, por así decir- llegó, vió y venció. Pero no acabó. 
Salimos al patio ¿cómo no?, para tomar "la fresca" y, hacer grupos de afotos. 
Pasó lo que tantas veces podía haber ocurrido y nunca se había efectuado. Es decir, se pone un grupo, todos muy formales y, de pronto, ¡alguien les echó un cubo de agua!. A partir de ahí, todos mojados.
Aquí van algunas fotos:











Y, por el momento, mi historia queda aquí. Ahora bien, espero ampliarlo. Me gustaría que pusiérais acotaciones y datos complementarios. Podía quedar una historia la mar de bonita...










martes, 6 de febrero de 2018

La piscina de la Bullidera

La piscina de la Bullidera.

En no sé qué verano de alguna época de juventud, me tocó pasar una temporada en Begijar, en casa de los primos Marín Rubiales. Bueno pues me "tocó" y lo disfruté. Todos los días eran especiales porque casi ninguno de entre ellos hacíamos lo mismo que el anterior, lo mismo íbamos a jugar a las cuadras que a paseos por las eras o a bañarnos a la Bullidera.

Y, en eso, estando un día con tío Bernardino, me preguntó que si yo pensaba que se podría hacer una piscina, pero piscina, piscina, con el tractor y el arado.

Estábamos en alguno de los campos que había más abajo de la fuente, normalmente sembrado de alfalfa o de maíz y, acercándonos al borde de la terraza que separaba el olivar de la zona de regadío, me señaló: "Mira, aquí se mete el tractor, desde allí hasta allí, se ara, se mete el remolque y se llena de la tierra que ya estará blanda.

Dicho y hecho, al poco tiempo, vemos como el tractor retrocede desde el punto marcado mete el arado de "doble vertedera" y de 300 kg de peso (que todo esto lo sabíamos, al menos, Juan Francisco y yo) y hunde las tejas en la tierra. Avanza hasta donde le habían señalado. Vuelve marcha atrás cambiando de besana y vuelve a hacerlo.

Al cabo de un rato había un rectángulo de tierra arada bastante profundamente.

Se metió ahí el remolque que, según recuerda Ignacio Díaz del Corral, se hizo la primera vez con mulos. Se cargó a palada y tentetieso y salió de allí para verter la tierra en algún lugar de entre los olivos.

Comenzó de nuevo el tractor atacando la segunda tongada de tierra.

Vuelta a meter el remolque, creo que a partir de esta con el del tractor. Nueva llenada y nueva sacada.

Al cabo de no sé cuantas veces, había ya un hueco apropiado para la piscina.

No sé cómo lo hicieron, supongo que a mano, claro, pero la caja estaba perfectamente señalada en el suelo y en las paredes.

Unos albañiles extendieron sobre estos lados ¡ladrillos!, de los normales, de doble hueco. Encima de ellos una capa de mortero y, al cabo de unos cuantos días teníamos todo lo que se le puede pedir a una piscina.

Al final, agua y, ahí, todos de cabeza, o de "bomba" o como se pudiera,... para saltar inmediatamente: ¡está friísima!. Tanto como en la fuente, pero ahora podías "nadar" por ejemplo "a lo perro" y creer que así soportarías más rato en ella.

Dabas cuatro brazadas y salías a tiritar al sol. te secabas un poco y vuelta al agua, salías, tiritabas otro poco y vuelta al comienzo.

Pero teníamos una piscina digna de tal nombre y ya podíamos nadar

lunes, 5 de febrero de 2018

Excursión a "La Fresnadilla"

Esta era una de las excursiones con más encanto. Tenía de todo, exploración en el bosque, aventura en medio de terrenos erosionados peligrosos, agua debajo de las piedras y, finalmente, la civilización: un carril utilizable que nos llevaba al final: La fresnedilla.

Según mi padre, que actuaba como topógrafo, agrimensor y cartógrafo, la distancia desde la casa madre hasta las primeras casitas situadas en el objetivo era de 5 kilómetros. Lo curioso es que ahora, que lo he medido a través del Google Earth, salen 4,96 km. Mi padre es que era muy preciso.

Íbamos todos, lo que hacía llenar el camino por una fila de Martinez de todos los tamaños. Normalmente, en cabeza iban Rafa, Pepe o Félix, casi inmediatamente una maraña de nanos entre los que me encontraba. Después en un pelotón más reposado, mis padres, las tías Teresa, Isa y Pily y, al final, una "cola" más o menos deshilachada que avanzaban por oleadas.

Siempre pensé en ocuparme en cómo se llevaba la comida porque, para las excursiones de un día entero no me parecía suficiente las talegas que usaba tía Teresa. Tenía que haber más contenedores o, a lo mejor, habría más talegas. Unas hogazas de "pan de agua", bastantes latas de foie-gras, sardinas, aceitunas y qué se yo. El caso es que, comer, comíamos.

Primera etapa: la "Fuente Fresca". Allí, no se sabe de dónde, salía alguna cantimplora para llevar algo del líquido elemento. Inmediatamente después, buscábamos un sendero entre helechos que llenaban el bosque. Se llegaba a una senda que, poco a poco se iba señalando como la correcta.
Tornajo en la "Fuente Fresca". Ojo, esta foto es relativamente reciente.

Al doblar un recodo del camino viene el espectáculo. Una especie de monte roto, de color blanco níveo -como el gato de tío Rafa-, que asustaba cantidad. El camino era una plataforma de más o menos medio metro de ancho, resbaladizo por sus minúsculas piedrecillas y, a la derecha, la continuación de la posible caída que llevaba al "Cortijo de Abajo".

Había dos o tres hierbajos que no serían susceptible de utilizarse como agarraderas, así que había que dejar de hacer el canelo y cruzar con pie seguro detrás de algún mayor. Mi padre, por ejemplo,  le tenía un respeto enorme a "las asperillas" que era como le llamábamos a ese lugar.

Foto de "las asperillas" desde satélite.
Yo pensaba en quién o cómo se había hecho ese camino. El suelo me parecía muy duro para trabajarlo con una azada; tendría que ser con un pico y, como el familiar que llevaba a veces a trabajadores a las Anchuricas, era el tío Carlos Martínez Piña, le tenía una especie de agradecimiento secreto porque ¡ah!, no era difícil intuir que, con las tormentas y mal tiempo que le atribuíamos a nuestro paraíso en invierno, el camino no duraría de un año para otro.

El peligroso camino de "Las Asperillas"

Bajábamos pues, con todo el cuidado del mundo. Se llegaba a un barranco donde se ensanchaba el camino, y este lugar permitía a los mayores contar el número de expedicionarios. Se seguía otro rato más hasta que, de nuevo, volvíamos al bosque.

Un zig-zag amplio, en bajada, nos llevaba al arroyo de "La Almoteja". Nuestra segunda parada.

Un centenar de metros por debajo del cruce del camino con el arroyo, había una fuente espectacular.

No por lo grande, sino por lo singular. Una piedra grande, de al menos 7 u 8 metros de alto, redondeada en todas sus caras, estaba apoyada sobre la vertiente izquierda del cauce.
Debajo de ella bullía un manantial formando una poza magnífica.  Era una fuente que nos han expoliado, aunque no en el recuerdo. para uso del abastecimiento de agua al pueblo de Siles.

La "Almoteja"
A partir del arroyo de la Almoteja entrábamos en un carril. Yo creo que fue ahí donde empezó mi afición por las ruedas y todo lo que tuviera que ver con ellas.

Una vez encontramos un camión de los "leñadores", que era como popularmente llamábamos a todos los que tenían que ver con los pinos. Estaba metido en la cuneta, muy inclinado, para que por medio de cuerdas y de pinos puestos en forma de puente, pudieran cargar aquellos que habían cortado unas jornadas antes.

Tras un rato largo de marcha por el carril, (yo ya me imaginaba conduciendo un camión de pinos por él), llegábamos a nuestro destino.

Le decíamos "la Fresnadilla", aunque ahora que lo he cotejado deberíamos decir "la Fresneda", lo que indica un lugar en el que abundan este tipo de árboles. Era un lugar pintoresco, varias casitas situadas en parcelas que parecían estar en forma de explotación agrícola.

Este lugar provocaba en mí algunos sentimientos contradictorios. De una parte me gustaba muchísimo. El paseo hasta llegar y el sitio en sí pero, de otra, me provocaba una especie de un malestar celoso. ¡Había gente con quien compartir mi paraíso!. Eso era demasiado.

En la Fresnadilla (y sigo con el nombre porque es así como se usa en muchos lugares similares), había otro sitio interesante: El "Seminario de verano".

Éste era un edificio en construcción que, al parecer, había sido promovido por el sr. obispo de Jaén, al que conocíamos porque era el que ordenaba al tío Carlos. Se suponía que los seminaristas tenían también que veranear y no había mejor sitio que hacerles un albergue en una sierra bonita.

Siempre lo vimos en forma de ladrillos y muros de mampostería más unos aleros enormes, sostenidos por unos jabalcones que salían de los muros. Allí, según recuerdo, llevaron a tío Carlos en un verano. Durmieron en jergones en el suelo y estaban más en plan campamento que otra cosa.
Hotel que ocupa el sitio del antiguo "Seminario de verano"
Precisamente en ese sitio, convertido en hotel, fue donde celebramos la comida de aquella magnífica reunión que nos juntó a "los Martínez" hará no sé cuantos años.

Pues bien, llegados al final de la excursión, comida en algún manantial que hubiera por allí y, a la casi caída de la tarde, vuelta al redil.

Carril, asperillas, fuente fresca y, ¡a dormir!.¡Qué día tan magnífico!.