martes, 28 de julio de 2020

A Begijar, en Bici

El otro día tuve la ocasión de recordar, con el tío Pepe, cómo le pusimos a la bici viejísima que había en casa de la abuela, una cinta en el manillar.
Veamos, tío Félix iba a trabajar a la fundición "La Tortilla", esa que estaba -están sus ruinas- en la salida de Linares, yendo hacia Bailén, con una bici que, en un principio, tuvo que estar nueva.
Pero habían pasado miles de año y aquel cacharro seguía en casa de la abuela. En ella aprendimos a montar sin patines en la rueda de atrás. Además, lo hacíamos de una forma harto peculiar porque, como era de las "grandes" (700, decíamos), no llegábamos a tener el culete por encima de la barra (por supuesto, sin subirnos al sillín), y metíamos una pierna por medio del cuadro para así poder dar vueltas completas a los pedales.
Otra forma de hacerlo era apoyarse en un sólo pedal y empujar con el otro pie como si fuera un patín. Pero aquello era más sencillo y no "tenía gracia". 
Dar vueltas por el patio, con aquella postura acrobática, evitando primos, macetas, mesa de mármol y palmeras nos educaba hacia unas habilidades ciclistas que dieron bastante de sí.
Pues esa bici estaba algo abandonada. Por ejemplo, el manillar se oxidó en su mayor parte y, como no estaba entre nuestros conocimientos volverlo a cromar, se decidieron los tíos por ponerle una cinta "de plástico".
Se compró, se llevó a casa de la abuela y creo que fueron Pepe y Félix los que la empezaron a poner.
Pero aquello tenía que estar mal, o era de mala calidad o no se acertó con la "puesta" porque, al cabo de un rato, la cinta estaba parcialmente despegada, los dedos llenos de bolillas pegotosas y no servía para cubrir los óxidos ni con estética ni con funcionalidad.
Se compró otra nueva, de color, creo recordar, verde esmeralda -preciosa- y esa sí, esa sí se pudo poner de parte a parte, solapándo una vuelta con otra hasta dejar una bici 'nuea', al menos en esa parte.
Yo tenía ya diez años y, como premio por haber aprobado el "examen de ingreso", me compraron una bici azul marino, con rayitas en color amarillo y rojo, y de un tamaño llamado "cadete" (650, decían los tíos), que pesaba más que un acorazado pero que funcionaba la mar de bien.
Di vueltas hasta gastar el lado izquierdo de las ruedas (siempre se daban en ese sentido), pulí algunas piedras que aparecieron debajo del cemento en casa de la abuela y, como había algún 'labio' del cemento anterior, cogí un martillo y suavicé el escaloncito que se había formado.
O sea, que todo andaba sobre ruedas.
Y un día a alguien se le ocurrió instarnos a ir a Begíjar.
Me pareció una magnífica aventura así que, yo con mi bici nueva y Pepe con la viejísima de "La Tortilla", emprendimos una mañana el paseo hacia el pueblo familiar.
Salida sin problemas hasta "la casilla de Peones" (camineros). 2 Km en casi recta y casi lisos. No había problemas. 
De ahí, hasta la Estación de Baeza (siempre me cabreé con que no se llamara "de Linares"), no había más cuestión que frenar en la pendiente continua. La carretera estaba bacheada -las carreteras de antaño eran de asfaltos de cubeta, sacudido en el suelo y puñado de arrocillo machacado con un pisón.
Al borde mismo del asfalto había un senderillo -10 cm- que separaba la carretera del campo. Se podía ir por él, pero a un metro de distancia.... pasaba el tranvía que, seguro, podía darnos un porrazo peor que las vibraciones que nos proporcionaba los bachecillos de la carretera....

Llegamos a la Estación malnombrada de "Baeza", atravesamos las vias y tiramos hacia la derecha. Pasamos bajo la boca de la que nos dijeron que agún día saldrían tranvías desde debajo de la estación y nos encaminamos al puente sobre el guadalimar.
El río, siempre sucio y grande -me parecía a mi- nos pareció precioso porque, a partir de ahí, no habría más que secano y olivar....y cuesta arriba.
Al llegar al final de la vega del río hay tres carreteras, a la iquieda, norte, va a Canena y Ubeda, la de enmedio a Baeza y a la derecha a Lupión y Begijar. Esta última es de grava apisonada, pero era la mas corta.
Tiramos por ahí, con todo el pesar del mundo. También tenemos que ir por el borde, que está más liso cuidando no caer pero ya sin el peligro del tranvía.
La subida es pesada y, al final de las cuestas, tenemos que echar pie a tierra.
No sé cuantas horas tardamos pero, al final, después de atravesar Lupión, llegamo a Begijar.
Nos presentamos en casa de tío Bernardino y tia Amalia que nos dijeron que pasáramos a comer.
Así lo hicimos y, supongo, que pasamos la tarde con ellos. Creo, también, que llamamos a Linares por el telefonillo de manivela que había en el pasillo al lado de la cocina.
La noche, en casa de la abuelita, una pequeña en la calle de la Iglesia que usaba el tío Félix en sus estancias begijeñas, nos permitió descansar para la vuelta.
Y, al volver, la bici vieja empieza a presentar sus achaques. Se le salía la cadena, aquello frenaba poco y, así con dificultades varias llegamos a la Estación de Baeza.
Nos esperaba la subida mostrenca hasta la casilla de Peones Camineros. Y se acrecentaron las salidas de cadena.
El tío Pepe subía detrás de mi que, con mi bici nueva, no tenía problemas. Se le salía la transmisión, nos parábamos, arreglándola seguíamos y así, así, hasta que, hartos los dos, el tío Pepe me dijo que me fuera.
Encantado -y pido perdón ahora, por la chulería-, tiré para alante y llegué sin problema a casa de la abuela.
Era media mañana y, en la puerta el tío Pablo. En principio, sonriente. ¡Hombre!¡ya estáis de vuelta!.
Pues sí, dije. Y él, echando de menos al otro ciclista preguntó por él. Le dije que lo había dejado atrás y, en ese momento, el siempre sonriente y agradable tío se volvió serio y regañón.
Me dijo que nunca se hace eso, que los ciclistas tienen que ir siempre juntos, que no se puede dejar a un compañero rezagado que....
Total, orejas calientes y dos aprendizajes importantes.
Que se podía ir a Begijar en Bicicleta y que no se debía dejar a los compañeros tirados en la carretera.
Indudablemente, aprendí.

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