martes, 23 de octubre de 2018

Las criadas

Crecer es un fenómeno absolutamente natural -menos mal- y, en nuestra familia tenía distintos epítetos que marcaban épocas y pautas.
El primer estadio era el del "uso de razón", que era una situación especial por la que se te atribuía cierta capacidad de discernimiento. Como eso era así, estabas preparado para que se te explicaran los misterios de la religión y podías ya recibir la "primera comunión" que era, entre otras cosas, la entrada triunfal al grandioso esquema familiar.
A mí me lo habían explicado como digo arriba pero es verdad que ya iba siendo consciente de un montón de cosas. Ahí notaba yo que estaba 'entrando en razón'.
Por ejemplo, mis pensamientos sobre quiénes  formábamos la familia. Observaba los próximos, los inmediatos y los mediatos y los lejanos. A base de preguntas trataba de formar el esquema general y, mal que bien, sabía qué éramos y quiénes éramos.
Pero había alguien que no me cuadraba: Las criadas.
Las había visto siempre, me habían cuidado en cualesquiera de las casas que frecuentaba y siempre tuve trato cordial y cariñoso con ellas, pero ¿quiénes eran y por qué se llamaban así?.
Estas personas, fueran cuales fueran, recibían de nosotros atención, educación y cariño, en la medida de lo normal. Y recibíamos los mismos valores más la cena, el desayuno y el cuidado por las noches si los padres habían salido al cine
En casa recuerdo nítidamente a Antoñica, personaje siempre mayor, pequeña y algo cascarrabias que, en Linares, hacía unas tostadas quemadas porque no había forma de regular el fuego de carbón vegetal. Hacía unos potajes más que pasables y tenía la costumbre de poner la olla al "horico"  que es como llamaba al amor de la lumbre, y al que tuvo que renunciar cuando los padres pusieron los fuegos eléctricos.
Irene, la de casa de los abuelos, era extraordinariamente especial. Aparentemente enteca por complexión pero resistente a todo y a todos, sirvió en la casa durante un montón de años y de los que salió para casarse.
Yo creo que aprendí a respetar a las personas a través de ella. Cuando era chico no me gustaba, me daba algo de miedo lo que yo entendí como su carácter, seco y lejano. No obstante, con algunas indicaciones de los familiares, aprendí -como digo- que a pesar de que no iba a recibir de su parte los cariñicos usuales, tenía que considerarla como una más de aquel entorno familiar.
Encendía braseros -como en otro lugar he contado-, "servía" la mesa y, pienso, algo de plancha le tenía que tocar.
Pero era más, me fijé que sus condiciones cotidianas no eran como la de los demás. Siempre pensé que el "cuarto de las muchachas", allá arriba, en la cámara, tenía que ser una siberia en invierno y un ecuador en verano y, allí vivían. Y su cuarto de baño era el del patio, donde un frío atroz acompañaba al usuario. Eran condiciones normales y, a la vez, extremas y, aunque lo pensé, no vi cómo se podía 'solucionar' ese tema.
Pero he dicho algo relativo al cariño recibido de parte de este grupo de muchachas y me ratifico en ello. Éramos, en cierta manera "sus" (sin posesivo, sólo referencial) niños, unos y otros, primos o hermanos, o los primos-tíos de Begíjar.
También he de recordar que alguna de estas señoras eran algo más adustas.
La "tata" Concha, la de tía Matilde, tenía la habilidad de que nos marcaba distancias. Ya a tres metros de ella, o más, sabías que tenías que comportarte bien, no armar alboroto, no correr, ser "formal" y, si era así, podías recibir algún pan con chocolate.
Las de las tías eran más de sus labores. Siempre en la cocina o sirviendo la mesa. Te ayudaban, bien es verdad, con el lavabito pequeñísimo que había en la cocina para las manos, a que no vertieras más agua fuera que la estrictamente imprescindible.
Después, en casa, Antoñica, Lucía, Catalina (a la que, si veo sus hijas por la calle las paro a saludar), Anita, con tía Carmina, Manuela, de casa e las tías. Otra Manuela que vino a Granada y que como era friolera, si nos tenía que dar a alguno de nosotros bicarbonato, lo hacía con agua caliente, por lo que nos solucionaba las descomposiciones de vientre, vertiéndonos, por arriba, claro.
Pepita, a coser, y Rocío, creo, y más, y más y mas.
Tan solo, a raíz de los años de Marruecos, empecé a asumir el concepto de "criada" y, de ahí, ya no me pareció tan mal.
Pero fueron mujeres -es decir, importantes- que, también, seguro, nos formaron. Nos socializaron, nos ayudaron a vivir con gente de distinta sangre, estilos, idiosincrasia y estética.
Pues desde aquí, y como homenaje a esas mujeres, invito al muro a que pongamos fotos y anécdotas de las mismas.
Yo tengo una foto. Ahí va. ¡Ah! y, en otro momento, hablaremos de los hombres, de los gañanes de Begijar que, tambien, fueron importantes en nuestras vidas.