domingo, 21 de agosto de 2022

Las aguas y las distancias

 De las cosas más sorprendentes que recuerdo de nuestra vida en el Paraíso tenían que ver con el agua, su uso y disfrute.

Y, como había poca, en pocos sitios, aparecía otro factor importante: la distancia a que se situaba.

En principio, la "fuente de las tablas" estaba a unos ¿75m? desde la casa y con un problema muy tonto. Había que bajar con los cántaros vacíos y subirlos llenos. O sea, más dificultad.

Para lavarnos no teníamos problemas. Nos levantaban, nos ponían los pantaloncillos cortos, unas sandalias o zapatillas, y ¡ale! a lavarse.

Llegábamos al tornajo que usábamos como fuente y chapoteábamos en él. Había que tener cuidado porque en el suelo había barro y aunque los tíos habían puesto piedras éstas se movían dejaban arroyitos entre ellas y, al final, también te mojabas los pies.

Pues eso, unos ojos con las pitarrillas arrastradas por el chapoteo en el resto de la mejilla y subías "con las manos limpias" a desayunar.

Si querías agua, algún mayor te ponía en un vaso o, si había un botijillo que se pudiera manejar, un chorrito a boca abierta y garganta mojada.

Había una fuente "mejor", porque estaba fría y.... estaba lejos. Se cruzaba un arroyo seco enmarcado por juncales, se atravesaba el "campo de fútbol" y entre pinos una cuesta abajo una meseta, un barranquito y, al final, entre helechos, uno de los parajes más bonitos de por allí. Y una fuente, con caño de cerámica cantarín y luminoso. Y fría.

Pero estaba lejos. Las mujeres que ayudaban en la vida familiar tenían que traer un cántaro, 10 o 12 kilos desde aquella distancia

Hasta que llegaron los coches e íbamos con ellos a por agua. Un montón de Jerrycan de plástico y, nada, a llenarlos.

Pero ya no había distancia ni servidumbre. Los coches hacen milagros porque quitan distancias.