Me ha salido un recuerdo sobre el tema de la "obediencia a los mayores" que, recuerdo, era un paradigma obligado en la familia.
El tema es muy amplio, por ejemplo -y a su favor- tengo el recuerdo/inventario de su eficacia porque muy bien tuvimos que comportarnos en los veraneos serranos cuando un montón de infantes, postadolescentes, jovenes/as y mayores, nunca tuvimos ninguna herida, accidente o conflicto de tipo fÃsico.
Recordemos "las asperillas", un paso por unos barrancos erosionados, con una caida espectacular hasta el fondo de los mismos, vereda estrecha y sin ningún tipo de agarre, en los que, al entrar, cualquiera de los mayore nos decÃa: "¡Eh, aquà hay que ir con cuidado!". E Ãbamos con todo el cuidado del mundo.
El problema era cuando las indicaciones sensatas chocaban con las ilusiones personales.
Por ejemplo, en uno de cualquiera de los momentos que vivÃamos en el paraÃso, oà a mi padre -Don Nicolás, por favor- explicar el tema de la construcción a partir de la argamasa: Cal y arena, decÃa. Eso ha sujetado casas, castillos, palacios e iglesias por los siglos de los siglos.
Y yo querÃa hacer una carretera para mis coches "de cuerda".
Repito, yo querÃa hacer una carretera para mis coches, pero que durase. Es decir, que sirviera de un año para otro y, asÃ, ir aumentando aumentando la red.
Pero habrÃa que hacerla con argamasa, no con tierra o arena.
Y el primer componente la tenÃamos en aquel lugar donde jugábamos hacer casitas. Y, la cal, la cal, estaba en la "calera".
Es decir, un lugar, al lado de la casa en el que sobresalÃa sobre el terreno una hilada de piedras de forma circular rodeando a un foso. Allà echábamos los desperdicios de la casa. Casi todos biológios porque plástico habÃa poco y cartón, algo más.
Se nos dijo que la "calera" era peligrosa porque la cal "quemaba" y como tal la vimos cuando venÃa la "chispa" -aquella eñora que blanqueaba a sartenazos- a poner la casa hecha un primor.
O sea, que habÃa un problema. Se nos -me- habÃa avisado sobre el no coger cal y, a mà me hacÃa falta para la argamasa.
Pues me arriesgué. Es decir, no obedecà al 'cuidado' tradicional. La ilusión pudo con la prohibición.
A la hora de la siesta, cuando los mayores, en brazos de morfeo, dejaban de ejercer su esperada autoridad, me metà en la calera. En la pared de enfrente del vertido de desperdicios existÃa unos estratos de cal.
Con cuidado de no tocarla, es decir, a base de alguna palita y cubo de juguete, cojà un buen puñado. Lo mezclé con arena y agua.
Conseguà un 'mortero' manejable y, corriendo corriendo para que no fraguara me fui al otro lado de la casa. Al lado de la curva del carril que bajaba de la navilla habÃa un recuadro de tierra que no tenÃa vegetación porque se habÃa hecho alguna labor.
Hice mi carretera, la alisé y, al dia siguiente, hice correr por allà mis camiones articulados
Feliz, feliz como cualquier miniministro de obras públicas. Y un pequeño lado oscuro: el final de nuestra estancia estaba más que próximo, 48 horas.
Pero mantuve la felicidad porque mi carretera -de argamasa- durarÃa hasta el año próximo.
Cuando al año siguiente, al amanecer como tantas veces, llegábamos a la casita del paraÃso, yo iba fuera de las baldas del camión. Miraba la penúltima curva, la última (allà estaba mi obra) y....no estaba.
Hice, casi, que me tiraran desde lo alto y sin hacer caso a nadie fui a verla. Es decir, a ver el sitio donde lo habÃa dejado.
No estaba. Compungido, lloroso, me acerqué a mi padre y me atendió estupendamente después de mi explicación. Sentenció: magnÃficamente. "Rafa, las obras que se hacen en mitad del campo tienen que estar mucho mejor hechas, no es nada fácil".
No hay comentarios:
Publicar un comentario