De las cosas más sorprendentes que recuerdo de nuestra vida en el ParaÃso tenÃan que ver con el agua, su uso y disfrute.
Y, como habÃa poca, en pocos sitios, aparecÃa otro factor importante: la distancia a que se situaba.
En principio, la "fuente de las tablas" estaba a unos ¿75m? desde la casa y con un problema muy tonto. HabÃa que bajar con los cántaros vacÃos y subirlos llenos. O sea, más dificultad.
Para lavarnos no tenÃamos problemas. Nos levantaban, nos ponÃan los pantaloncillos cortos, unas sandalias o zapatillas, y ¡ale! a lavarse.
Llegábamos al tornajo que usábamos como fuente y chapoteábamos en él. HabÃa que tener cuidado porque en el suelo habÃa barro y aunque los tÃos habÃan puesto piedras, éstas se movÃan dejaban arroyitos entre ellas y, al final, también te mojabas los pies.
Pues eso, unos ojos con las pitarrillas arrastradas por el chapoteo en el resto de la mejilla y subÃas "con las manos limpias" a desayunar.
Si querÃas agua, algún mayor te ponÃa en un vaso o, si habÃa un botijillo que se pudiera manejar, un chorrito a boca abierta y garganta mojada.
HabÃa una fuente "mejor", porque estaba frÃa y.... estaba lejos. Se cruzaba un arroyo seco enmarcado por juncales, se atravesaba el "campo de fútbol" y entre pinos una cuesta abajo una meseta, un barranquito y, al final, entre helechos, uno de los parajes más bonitos de por allÃ. Y una fuente, con caño de cerámica cantarÃn y luminoso. Y frÃa.
Pero estaba lejos. Las mujeres que ayudaban en la vida familiar tenÃan que traer un cántaro, 10 o 12 kilos desde aquella distancia
Hasta que llegaron los coches e Ãbamos con ellos a por agua. Un montón de Jerrycan de plástico y, nada, a llenarlos.
Pero ya no habÃa distancia ni servidumbre. Los coches hacen milagros porque quitan distancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario