domingo, 8 de marzo de 2020

El baño en el paraíso.

En principio no podías ser consciente, porque estaba claro que para un chiquillo y en unos usos y costumbres distintos de los de ahora, no teníamos más necesidades que las inmediatas y éstas, estaban satisfechas.

Pero, en el paraíso no había agua.

Bueno, para beber y lavarse los ojillos por la mañana, sí. Para lavar platos y hacer el cocido, la traían desde la fuente de las tablas o de la fresca (ésta para beber) y, si conseguíamos afanar una vieja lata de leche condensada, podriamos hacer algo de barro.

Pero para lo que, a medida que fuéramos grandes sería un sueño magnífico, no.

Me refiero a bañarse. Es decir tirarse desde el borde de alguna poza y no dar inmediatamente con los talones en las piedras del fondo. Para eso, no había sitio, porque no había ningún lugar al uso.

Andando por allí me encontré con una respuesta curiosa. ¿cómo se lavaba la ropa? porque, eso sí, curiositos y aseados nos ponían todas las tardes a la hora que el sol iba a acostarse. (Luego me enteré que no era porque fuéramos a tener visitas, sino porque, así, manchábamos mucho menos las sábanas). Y para estar bonicos, teníamos ropita limpia, pero ¿dónde se hacía eso?.

Investigué y pregunté. Me guió tía Isa a un lugar situado al fondo de la cuestecilla que desde el fondo del "campo de fútbol", bajaba hacia la fuente fresca. Allí, a la izquierda, en medio de un follaje de zarzas, helechos y árboles medio caídos había un lugar lúgubre que escondía una medio charca y un chorrito minúsculo. Estaba oscuramente verdoso. 

Pero verdoso, oscuro, con rayos de luz que se filtraban entre la espesura y un ambiente húmedo con un charco bajo, a la derecha que tenía agua grisácea, como la que sale después de lavar. Todo oscuro, pequeño y difícil. Tanto que, aún a pesar de haberlo tratado de dibujar no he podido ahondar en recuerdos nítidos que me orientaran. Era algo más o menos como esto.
oscuro, verdoso, difícil de verdad. La lavandería.
Ahí no habia quien se bañara, aunque, al parecer, un tío que teníamos, disfrutábamos y aún tenemos, capaz de bañarse en la sombra de un charco, se metió allí....jejeje, lo que no sé es dónde se pudo enjuagar....

En uno de los veranos apareció una maravilla.

Tío Carlos Martínez trajo, a las cercanías de la Fuente Fresca, un tornajo que era un barco, o casi. Enorme, pero de verdad grande, precioso, ancho y profundo, claro ¡qué tontería!, si era un mediocilindro tenía que serlo así.

Con una gente que vino de fuera se metió a buscar agua yendo hacia el barranco de la izquierda, ese que baja desde los tornajos de los calarejos. ahondó mucho y encontró un hilo de agua suficiente como para alimentar al gran tornajo.

Lo pongo aquí para aclarar. 

El círculo de la izquierda es la situacion de nuestra casa.
 El de la derecha, el lugar donde buscaron agua para traer al tornajo

Y, al final, el agua llegó y lleno el tornajazo. Me resulta curioso porque, al verlo, me plantee de nuevo cómo se hacían estos dispositivos tan curiosos. Alguno de los tíos nos habían hablado del tema sugiriendo trabajos con el hacha y azuela y otros decían que se podía hacer con fuego.

Aquel tornajo estaba hecho por algún mago. Era perfecto. Como dije arriba muy ancho y no demasiado largo. Pero enorme sí.

Se puso en un escalón del monte, con tierra que recuerdo blanca en su asiento y, si en un lado había acceso al borde, el otro estaba a ras de tierra. 

Vertía el agua de su rebosadero directamente a la tierra, lo que formaba charcos y barro, claro, pero no nos importaba porque ya nacerían allí las hierbas correspondientes.

Yo lo recuerdo así.
El Tornajazo
Dice mi madre que ahí se bañaba tía Isa, que se levantaba muy temprano, cuando no había ni cabras en el monte y se acercaba a darse un chapuzón. A nosotros creo que nos metió alguna vez tío Jose Mari, con el que tenemos una foto en ese lugar y que ahora no encuentro, pero la buscaré. En fin, ya había un lugar donde no dar sólo con los talones en el suelo.

Pero ¡qué fría estaría ese agua!.

Y, por último, el lugar más ambicioso del mundo. La balsa de la Fuente Fresca.

También fue en uno de los últimos años ¿1957? cuando al final de verano, unos operarios enviados por el tío Carlos Martínez llegaron a la sierra y, algo más abajo de la fuente fresca comenzaron a construir una balsa. 

Maravillosa. Era enorme, habían dejado en medio de la misma un pequeño promontorio, con un pino, que cuando estuviera llena formaría una isla. Imaginémonos la emoción, íbamos a poder bañarnos en un sitio....¡con una isla!. Vamos, demasiado para el sueño de los nadadores. 

Nos sirvió durante unos lamentables últimos días para ir de excursión "a ver cómo iba la obra" y aquello avanzaba. 

Pero tuve la desilusión de que cuando estaba empezando a diseñar un año de espera linarense lo más rápido posible y retornar al uso de aquel disfrute, mi padre miró la obra algo escéptico. Dijo. Me temo que no va a aguantar las tormentas del invierno.

Eso fue un jarro de agua fría más fría que el frescor de la fuente. ¡No podía ser verdad!. Mi padre no se equivocaba casi nunca y, en eso. ¡tenía que equivocarse!.

Pero no se equivocó. Al año siguiente... no estaba.

Pero era, fue, así de bonita, no, mejor, mucho más bonita, el dibujo no le hace justicia.
La balsa de la Fuente Fresca.