lunes, 2 de noviembre de 2015

El tío Luis Martínez Piña

Hermano del abuelo Pablo. Maestro en Jaén y vocacionado para ejercerlo, en público y en privado, casado con tía Carmen y padre de varios hijos, Jose Luis, Carmencita, y Pilar. De los de la familia, era el único que tenía un perro, con el que tengo fotos donde aparezco, casi, como el príncipe Valiente. 
Era un hombre aparentemente serio o, al menos, así lo recuerdo, la tía Carmen, en cambio, siempre me pareció sonriente, agradable, cálida y cariñosa.
Pero el tío Luis era, a la vez que el tío JoseMari DidelCo después, el único cazador que teníamos en el paraiso.
Tenía que ser bastante teatrero, porque era capaz de hacernos simular la aventura, hasta unos extremos, para mí, increíbles.
Recuerdo que un día llegó a nuestra casa. (Él vivía en el "cortijo de arriba") y, nos invitó a cazar.
Papá lo miró con cara de desconcierto. ¿Cazar?,¡Luis, tú estás un poco loco!, ¿cómo nos vamos a ir a cazar!.
Nicolás, tú no te preocupes, que vamos a ir a cazar, con todos los chiquillos....
Y, así fue, salimos un pandillón, por la carretera arriba, camino de la "era del boquerón".
Este lugar era un sitio especial. Era un calar casi sin vegetación que, además, tenía unas piedras peligrosas. 
Por alguna razón especial, las piedras que formaban la sierra, tenían, en algunos lugares, rajas entre ellas. Rajas que, a veces, constituían lo que para nosotros eran auténticas "simas".
Jugábamos a echar piedras por las rajas,y tratar de oír cuando llegaban al fondo. La piedra que arrojábamos iba chocando contra las paredes y... dejaba de oírse. Yo no sé por qué, pero siempre pensé que llegaba al agua y, la verdad, nunca oí el ansiado "chof".
Tiramos, como iba diciendo, monte arriba, cruzábamos el carril que nos traía desde la Navilla y ¡ala! a subir piedras.
El diseño estaba claro. El cazador tenía que ir solo, delante. Y, detrás, en forma de cuña, el resto de la pandilla. Su objeto, acorralar la caza hacia el cazador. 
Tío Luis delante. Supongo que papá -o alguno de los tíos- al lado o ligeramente detrás. 
Y, aquí está una de las cosas curiosas del paraiso. Los chiquillos andábamos por encima de esas piedras peligrosas con, tan sólo, pequeñas advertencias para que tuviéramos cuidado. ¡Si los tribunales de protección a la juventud hubieran visto aquello!, ¿qué hubiera pasado?.
El tío avanza. Los demás, detrás. De pronto, el tío señalaba "'silencio" y "sentaos en el suelo"... Todos sentados. Entonces, él avanzaba, con pauso quedo y cauto, semiagachado se metía entre unos pinos que había casi en el bode del precipicio que suponía el "hondo Peñalcón".
Sonaba un tiro o dos. Todos expectantes.
Aparecía el tío luis, con la escopeta abierta. Y decía "nada, se me ha escapado".
Media vuelta y, a casa. 
¡Habíamos estado de cacería!.

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