miércoles, 1 de julio de 2015

el dibujante familiar

No se si me va a salir, pero lo voy a intentar.
Como tantos otros relatos es un homenaje a alguien. A alguien tremendamente cálido, familiar, irrepetible, sorprendente...
Alguien del que siempre se podía esperar algún momento bueno. En muchos casos nada igual al anterior. Ahora, eso sí, siempre formal, respetable. De alguna manera por encima de los usos y costumbres cotidianos.
Iba siempre bien acicalado, muy bien peinado, arreglado y "puesto". 
Quizás fuera por eso por lo que había que fijarse en otras cosas que no fueran las que, usualmente, mirábamos en la familia. Rara vez -no quiero decir que nunca-, iba al patio a jugar al balón, ni al esconder, era, por decirlo de alguna manera, de la parte 'más seria' de la familia.
Pues bien, este personaje, de vez en cuando, nos regalaba con una de sus extraordinarias habilidades.
Por ejemplo, si tomaba un lápiz (por entonces los bolis eran raros, y, además, bastante guarros), o una estilográfica, esbozaba en un papel unas líneas como...
sobre las que, lo más que podíamos decir era identificar de qué se trababan.
Los enanos decían inmediatamente: un sombrero y unos zapatos. Los mayores pensaríamos, ¿a donde irá a parar?. Yo sabía que aquel conjunto de líneas tenía un fin. Algo que, necesariamente, tendría que salir bonito, pero ¿de qué o de quién se trataría?
El gran dibujante respetable, seguía con sus líneas:
Ahora había algo más, había dibujado una mano que sujetaba un sombrero y unas piernas que rellenaban los zapatos. Detrás de ellos se averiguaba alguna cosa, ¿un paraguas quizás?...
Seguía:
Las piernas se concretaban en unos pantalones y una mano sujetaba lo esperado: un paraguas.
El cuerpo estaba más acabado, faltaba la cara y, por tanto, la identificación y ¡al fin!, la justificación del dibujo, ¿quién podría ser?
Ni que decir tiene que, llegado este momento, los observadores estábamos ya nerviosos. Yo miraba las manos del dibujante con una admiración sin límites, ¿podría yo hacer eso alguna vez?....
Al final, ¡el acabóse!. La cara:
¡Pepito Grillo!, rugíamos todos. Y, creo, jadeábamos por el final de la ansiedad sufrida. 
Mirábamos al tio Pablo no con admiración, más bien con veneración. Era único. Él y sólo él podía hacer un dibujo con tal maestría y tal expectación. 
Su capacidad como dibujante me hizo observar un hecho impensable: que había más de estos artistas en la familia. Resulta que mi madre, Pacita, había hecho unos dibujos sensacionales, El abuelo Pablo, también, y algunos familiares más. O sea, que había un "don innato", como muchos años después diría una sobri-primilla preciosa que, al parecer, nació con un lápiz entre las manos.
Del tío Pablo se puede empezar a hablar y... no acabar. Ya seguiré, pero, ahora, para acabar estas líneas haré como él hubiera hecho llegando al patio de casa de la abuelita, después de un ruido de algún porrazo y unos primeros lamentos llorosos:
"¿quién se ha caído?,¿qué te duele?".... e, inmediatamente después, la magia..... "Ven acá que te cure".



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