miércoles, 8 de julio de 2015

los chopos.... de la chopeeeera, siempre van de siete en sieeeeete....

Un apunte rápido sobre los Martínez-Anchuricas.
De las cosas más curiosas que ocurrían en el paraíso era el final de la estancia en el mismo.
Venían las tormentas. Sensacionales. Había que verlas, lógicamente, desde dentro de la casa. Unos relámpagos con unos destellos que ya quisieran los espectáculos de luz y sonido.... y luego, el sonido, eso, atronador. Temblaban las ventanas, el techo, los pinos de al lado, Irene y todas las personas razonables. Los críos mirábamos asombrados lo que entraba por las ventanas, pequeñitas (después las pondrían grandes, cuando ya no estábamos allí), luz... y SONIDO.
Pero no se trataba de eso. Había otra cosa más peculiar: Ir a cortar chopos. Nos conducía tío Félix, a la chopera e iba eligiendo aquellos que le interesaban.
Allí, tío Pepe, me hizo saber la diferencia que había entre la corteza y las capas de fuera de un chopo.... y el corazón -le decía-. O sea, que él cortaba capas de fuera y, cuando llegaba hacia el centro, me dejaba el hacha -pequeña, bien es verdad-, yo daba un golpe e inventé los temblores esos que después hemos visto en los dibujos animados.... me temblaban hasta las orejas...."Es que el corazón es mas duro que la corteza", y yo, ¡"no me digas"!, ¡lo había notado!.
Y, ¿para qué eran esos troncos?. Pues, en principio, para guardarlos. Se dejaban en la casa -dentro- "para que se secaran".
De ellos, al año siguiente, salían camas, literas, cunas, y todas aquellas maravillas que el tío Félix era capaz de hacer.
Yo aprendí, de chico, hasta el despiece de una silla. Ahí va:

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