viernes, 4 de octubre de 2019
LOS PRIMOS
La ventaja que tiene este concepto con respecto a un sitio geográfico concreto es que el ente primo -y por consecuencia su plural: primos- es adaptativo, móvil en el número, en el tiempo y en el espacio.
En principio -y me apunto la posibilidad de hablar así-, la primez era una consecuencia, un segundo factor porque, para que existieran primos tenía que haber algún primo primero.
Me tocó, y juro que no hice nada por hacerlo. Es más, soy consciente que salió después de la hermanez porque así venían las cosas familiarmente.
También el que podían salir en cualquier sitio.
A ver, recapitulemos.
Como origen geográfico está claro. Estamos hablando de Linares, porque allí estaban los elementos generadores, al menos en referencia, pero no estaban solos porque había ramas en Begíjar, por ejemplo, que no convenia soslayar.
Se empieza pues, Linares, uno, Begijar, dos, algún tiempo después, Linares, que es primo del de Begíjar, pero no del de Linares y, a partir de ahí, empiezan a surgir primos como si la reproducción fuera por esporas.
Los primos surgen de la sombra de la umbrella de los mayores. Son -somos- en principio, pequeños, pero algo chillones y tal y como se hace con los objetos de valor, se les pone en una caja para que se cuiden y desarrollen: casa de la abuelita.
Los hermanos y los primos son una manifestación insólita de un misterio común: la cigüeña.
Hay que ver el partido que se le pudo adjudicar a tan vistoso pájaro. Era, junto con los Reyes -Magos, claro- el otro gran interrogante inexplicable e inexplicado del orden del universo.
A saber, cualquiera de nosotros existía y, un buen día, de una manera mágica, llegaba un bicho pequeñito y arrugado al que había que decirle hermano. Pero, al poco tiempo te enterabas de que "la cigüeña" había traído otro minúsculo ser a otra casa.
Como era una alegría familiar, había que ir a verlo y, allí, te encontrabas lo mismo que en casa. Un "moisés", un montón de trapos y, en medio de ellos, una carilla asombrosa que gemía o lloraba.
Además, olía a algo que después perfilamos con más precisión. Olía a yogourt.
Cuando éramos pequeños no nos sacamos demasiado partido, un puñado de cochecitos alrededor de la mesa familiar del comedor de la abuela.
Pero, no mucho tiempo después, ya había con quien jugar. En el patio, por supuesto y, a medida que se incrementaba el número y las habilidades de todos y cada uno de nosotros, los juegos eran más sugerentes, hábiles y, jaleosos.
Tuvimos primos, fuimos -más bien- primos lúdicos, jaleosos, y, sin embargo, amigos.
Fuimos juntos al cole. Yo llegué a llevar a seis de nostros hasta el colegio de Las Esclavas, en la calle Alonso Poves. La gente decía que llevara una caña como se hacía cuando sacabas pavos a pasear.
Luego, nos acompañamos unos a otros a tareas tales como cortarnos el pelo, donde alguno de los nuestros hizo tareas de corte de la corbata del peluquero.
También a las eras, a coger "novios" o florecitas de las que salían entre las piedras y de las que cualquiera de las tías primigenias eran auténticas expertas.
A tomar vasitos pequeños de "La Casera" o "la REvoltosa", entre una pequeña frustración porque aquello no era el refresco que esperábamos.
A la Bullidera, a hacer amagos de natación gélida entre unas burbujas que salían de un fondo de arena y temblores incontrolables.
A que otros primos nos hicieran tumbar en unos trojes de semillas de yero o avena, muy gustosos, sí, pero que picaban y levantaban ronchas en la piel.
O a marchar entre pinos y helechos para llegar a merendar pan con foie-gras en una fuente que hacia agua fría sin cubitos.
O, montar en bicicleta y dar vueltas en el patio sin pillar a los otros.
Pasear por entre ruinas de ingenios mineros para asomarse a un agujero en el que se decía que se veía la luna. Y, como lo que se veía era un agujero de cielo, salías a tirarte por las terreras que era siempre mucho más divertido.
Aventuras, aventurillas y aventurazas que fueron conformando lo que hoy somos. Un pandillón magnífico de gente más que apañá y que disfrutamos cuando nos vemos.
Pues eso: primos.
lunes, 24 de junio de 2019
Asomarse al Hondo Peñalcón
Tenía que ser por la tarde, creo que para tener el sol de espaldas y así poder vislumbrar los misterios de aquel "hoyo" gigantesco. Solía ser multitudinaria porque si bien era considerada peligrosa no lo era en modo alguno difícil. Había, pues, que atender a las indicaciones de los mayores y sólo eso.
Subíamos hasta la casa de los Calarejos. Si a alguien se le terciaba subir por el "laberinto", pues por ahí, pero las personas formales y los muy pequeños lo hacían por el carril casero hasta llegar a la bifurcación en la "Era del boquerón".
La casa a la izquierda, el carril que viene de arriba ha atravesado la falda de subida a la era del boquerón. A la derecha, el "hueco" por el que e bajaba al Hondo. |
Pues bien, tirábamos hacia la derecha y haciendo una "s" se iba subiendo poco a poco hasta los pinazos que había delante de la casa forestal, que está a 1421 m. O sea, alrededor de 50 metros de altura desde el "puerto"
Continuación de la vista. Estamos encima de la casa de los Calarejos. A la derecha está el calar que da vista al Hondo. |
En realidad daba igual, yendo hacia el este, fuera cual fuera la inclinación de la trayectoria se llegaría al borde del precipicio.
No había mucha cuesta, La zona más alta llegabaa 1468 m, aproximadamente y, claro, no estabas en el borde porque éste estaba más....abajo, unos 30 metros en vertical.
Y, claro. Desde ahí se veía la magnitud del hondo, el cerrico de las mentiras al fondo (donde decíamos "eso ya es Albacete", con un cierto deprecio -no era nuestro-) y, el fondo, el fondo próximo, ese riachuelo al que llegábamos después de haber pasado por la fuente, justo debajo del cortado, está a 1100 metros. O sea, cuatrocientos metros de ¡porrazo!.
Con razón nos advertían los mayores que tuviéramos cuidado. Además, en una ocasión nos dijeron que no sólo era que nos mataríamos si cayéramos, sino que sería muy difícil encontrar nuestros restos.
Y la verdad, eso que nos desparramáramos -nos esfaratáramos- y fuera dificil ir a por nosotros, me servía bastante para no acercarme más allá de....donde nos dejaran.
A la vuelta, subiríamos los 20 ó 30 metros hasta la cota máxima y, desde ahí, hasta la casa, no había problema. Todo era cuesta abajo.
miércoles, 20 de marzo de 2019
Los cazadores de la pradera
Estábamos en la sierra y, un día, apareció el tío Jose con su moto. Una magnífica Derbi 250, grande, ruidosa y muy moderna. Recuerdo detalles de ella tales como que tenía lucecitas para indicar en qué marcha estaba la caja de cambios, que tenía un asiento encima del guardabarros trasero, para el acompañante y que, con ella, me llevó alguna vez de una casa a otra.
Pues bien, apareció en la sierra, lo cual me asombró. ¡Estábamos lejisísimos de Linares!.¿Se podía venir en moto?....
Y trajo una sorpresa extraordinaria. Una escopeta, de dos cañones, pero de calibre pequeño.... para los niños. La sacó de su estuche, en medio de la caterva de primos que conformábamos aquella avanzadilla de la civilización en los bosques serranos.
Poco menos que tenía que haber dicho ¡Tachán!....y hete aquí que se vio rodeado de un montón de caras, caritas, de asombro. ¡No importa!. Él siguió con su discurso. ¡Os voy a enseñar a cazar!.... Caras casi iguales.
Nada, no hay problema, al cabo de un rato -o al día siguiente, no recuerdo bien-, salimos andando los Flores Martínez y los DidelCo Martinez, por medio del campo de fútbol hacia el carril que lleva a la fuente fresca. De pronto, ¡un pájaro!, ¿dónde?, !ahí, en ese pino!. ¡Todos detrás de mí!, ¡Silencio!....
El tío Jose carga la escopeta y viendo la pandilla acompañante se dirige a mí. "Bueno, como eres el mayor, supongo que te corresponde empezar".
Me da la escopeta, me la pone bien encarada y dice "apunta".
Yo, "¿a donde?".
- "¿no lo ves?, el pájaro está lo alto del pino que tienes delante..."
No veo nada, pero como aquello parece que hay que hacerlo, pues se hace. Tiro de la cola del gatillo y sale un ruido ensordecedor.
Una sombra pequeñita cae a través del árbol hasta el suelo. ¡Tocado!.
El tío Jose, coge el pájaro y con una cara entusiasmante nos lo enseña. "¡Ya habéis empezado a cazar!.
Tuvo que ver a su alrededor las caras que aparecen en la foto, porque creo recordar que no hubo ni un sólo tiro más.
domingo, 17 de marzo de 2019
Las sensaciones
La primera, más nítida y alta que las demás, nacía en el momento en que nos anunciaban que íbamos a ir a la Sierra.
Empezaba la felicidad y, por otra parte, el ansia de pasar el tiempo lo más deprisa posible para consumir el que estorbaba entre el anuncio y la realidad. Era cuestión de ir asomándome a todos los rincones donde sabía que se guardaban materiales necesarios para ir a la sierra.
Ver cómo tío Félix preparaba sus herramientas, se compraban barrenas nuevas para poder hacer mejor los agujeros de las patas de las sillas, allí donde se encajarían los travesaños. Limas, clavos, los martillos -de bola y de orejas-, en fin, útiles para facilitar la vida.
También el regusto de recordar el sabor inconfundible de "la Lechera", del año pasado porque... en el portal había una caja de madera, pesadísima, que tenía inscripciones orientadoras.
El máximo llegaba con la llegada del camión a la casa. Si yo tenía, en la primera excursión con "uso de razón", seis años, tenía que ver qué podía llevar yo desde el portal hasta el camión. Esperar que alguien te cogiera tu pequeño paquete porque yo no llegaba a la caja. Daba igual la eficacia, el caso era aportar algo para que la hora de salida se adelantara todo lo posible. ¡Nos vamos! y ¡a ser posible, ya!.
Noche misteriosa, acurrucado encima de un colchón y entre alguno de los tíos y tías. Mal dormir hasta llegar a Chile, donde hay una detención, mirar a los lados para ver cómo me escapo a acompañar a los conductores y a tío Rafa que han ido a tomar café.
Luego, al llegar a las primeras curvas, ya por encima de Siles, el encanto del ruido del camión -y sus ecos- con los pinos y rocas de la subida hacia la Navilla.
La meseta es una prolongación del ansia. Espero, eso, sensación de espera, satisfecha en una suavísima curva a izquierda que culmina en un pequeño cambio de rasante.
Cuesta abajo. Camino peor por la escorrentía de las aguas. ¡1 km hasta la curva a derechas que nos mete en la finca!. Curva difícil que sigue retorciéndose a derechas hasta la siguiente, fuerte, a izquierdas. Bamboleos y golpes del camión con las ramas bajas. ¡que llegamos!¡que llegamos!.
xcientos metros más. Curva a derechas y creo que la sensación de triunfo más grande que se puede sentir. ¡Hemos llegado!. ¡La casa está ahí, que no se la han llevado!.
Cuando bajabas o te bajaban al suelo, henchido de felicidad, no sabías hacia dónde tirar. ¿a los tornajos?¿hacia el nogal?¿hacia el quinto pino?. Yo creo que te quedabas parado hasta que estorbabas a alguien y te apartaban. Anda coge algo, ¡ayuda! y, ¿cómo no?, volvías a llevar aunque fuera sólo un paquete pequeño de latas de anchoas.
Después, asentados ya, venía el disfrute. El olor de los pinos, el murmullo que hacía el viento en ellas, las chicharras omnipresentes, los árboles lejanos, el ruido característico del árbol de los ciegos -los chopos-, y también, la observación -ya son imágenes, pues- de los otros y qué hacían estos.
Día a día, la temporada iba fabricando sensaciones variopintas. Ahora me pregunto cómo era posible que tratáramos de hacerle contar cuentos a tía Isa, ¡con los que nos moríamos de miedo!.
Es más, en este momento tengo el recuerdo vívido de la sensación tan extraña que me provocaba el de Pulgarcito. Es decir, lo oía. Subía y bajaba en mí la aprensión del miedo del protagonista, de la admiración -otra sensación, esta vez positiva- hacia su sagacidad. Después, el asombro ante su valor. Más tarde, pasado el nudo, la espera del desenlace feliz.
Pero, ¡es que recuerdo más!. Mi asombro, mi profundo asombro de que en aquél ambiente familiar tan feliz y completo, pudieran contarnos el cómo una familia se deshacía de sus hijos. ¿Era posible eso?. O, ¿era posible que existiera tal grado de pobreza como para tener que hacerlo?. Mi curiosidad, fija y constante conseguía más preguntas que respuestas. Pero, con todo, ese cuento no me gustaba. Me parecía inmoral. Lo soportaba porque tenía el atractivo de sentir con el grupillo de infantes la subida y bajada de miedos, tristeza, ansiedades y posterior felicidad que tan maravillosamente bien nos comunicaba tía Isa.
Y, si hablo del miedo, ésta era una sensación existente y que había que combatir. Bastaba para que se te hubiera olvidado cambiarle el agua al canario y que se te pasara la hora de luz.
De noche, de noche cerrada, había que salir al campo. Y, claro, no era cuestión de hacerlo en la puerta. Por lo menos había que ir hasta el extremo de la baranda de acacias que teníamos enfrente. Tira hacia la derecha, hacia la curva de la carretera. Ibas deprisa, bajándote la goma de los pantaloncillos. Llegabas, apuntabas, apretabas fuerte hasta que, compruebas que las sombras oscuras oscuras de los pinos que tienes enfrente te dicen que son los de siempre, tus amigos durante el día. Un poco más lejos, el ruido de los chopos te dicen lo mismo y entonces desaparece el miedo y, te haces mayor. Vuelves despacio, mirando hacia los calarejos, hacia el quinto pino. A partir de ahí no importará el olvido, eres mayor. Dominas el miedo.
Bueno, no del todo porque en un día que volvíamos de la Fresndilla bastante tarde, ya atardecido, iba el primero de la fila y los mayores me gritaron que tuviera cuidado. Sólo eso. Subí la cuesta desde la Almoteja y llegué a las asperillas. Las crucé, pero, en medio de las mismas, había un saliente que caía en pendiente peligrosa hacia la peña del aire y el cortijo de abajo. Me paré allí escudriñando la grisez del paisaje. De pronto, unos ruidos en la maleza, debajo de mí me pusieron con la piel de gallina. ¿Serían lobos?. No, mi padre decía que nuestros jaleos los ahuyentaban. ¿Serían zorros?. Pues...pues, no. Eran tío Pepe o tío Rafa que estaban escondidos para asustarme, así que me puse a llamarlos. "Os he oído, sé que estáis ahí para asustarme...jeje".
Asperillas vista desde el Sur. |
La sensación menos agradable de entre todas las sentidas era la final. La de la tristeza cuando se acercaba el final de la temporada. Nacía cuando ya habíamos pasado las sensaciones de susto y de admiración ante las tormentas de final de agosto. Quería decir aquello que se acababa. Que había que pasar por la frustración de no tener un sitio parecido en las cercanías de Linares y, más globalmente, que había que hacerse sitio para que empezara la ilusión de que, el año que viene, otra vez.
El balneario de las Anchuricas
A medida que uno se iba haciendo mayor aumentaba el grado de curiosidad que tenía por las cosas. Así, yendo a jugar a la arena, paseando por la chopera o de paseo a la Fuente Fresca, me plantee muchas cosas. Por ejemplo, ¿cómo era posible que aquello existiera allí?
Y no me refería al sitio. Eso estaba "claro", la naturaleza existía, los pinos venían de los piñones, las piedras de quien sabe qué, pero, ¿y las casas?¿y la capilla?
Me refería, lógicamente, al "Cortijo de Arriba" ya que tenía claro que era la 'casa madre' de la zona. ¿Quién puso aquello allí?¿los abuelos? y, ¿por qué allí y no en otro sitio?
Así que, enfermo de curiosidad, acudí a los médicos, los mayores.
¿Quién hizo el "Cortijo de Arriba?, le pregunté, creo que a mi madre.
¡Ah!, pues eso es que era un "Balneario".
Y, si la curiosidad me movió a la pregunta, más curiosidad con la respuesta. ¿Balneario?, ¡Pero si no hay, casi, agua!.
Y, seguí preguntando a unos y a otros, obteniendo, siempre, respuestas difusas, ."... pues sí", "parece ser"..
Hasta que ¿cómo no?, acudí al explorador número uno de la panda. Al tío Rafa.
Él me contestó que algo así le habían dicho y que los "baños" estaban por debajo de la Fuente Fresca así, que allá fuimos.
Y era un camino difícil, zarzas por encima de la cabeza, terreno suelto y, por la hierba del suelo, no sabías nunca donde pisabas pero, puestos a bajar, bajamos.
Cruzamos un arroyo -seco- y nos ceñimos a la ladera de la derecha, pinos bajos y más terreno suelto, piedras redondas que no cantos rodados, con pinocha y, de pronto, aparecieron dos estructuras de casas que por estar hechas de argamasa y piedras de la zona, resultaban ser blancas, pero, sólo estaba la caja de la casa, con los muros medio caídos. Pero estaban.
Y ya que teníamos las casas, ¿dónde estaban los baños?, pues a buscarlos. Dimos vueltas por arriba y por abajo a esas casitas, no había señal de conducción de agua ni tampoco de alberca alguna. Nada, dos ruinas y nada más.
Creo que ahí aprendí a deducir.... si esto eran los baños, el agua la tenían que traer desde la fuente fresca, y la gente venía aquí desde la zona 'principal' que era el cortijo de arriba, ¿por dónde?, por el camino que pasa por el huerto.
Bueno, pues ya teníamos una estructura de pensamiento. Un "constructo" creo que le llaman ahora pero, más bien y por la poca concreción que conseguimos era un imaginario colectivo, de dos sujetos. Pero teníamos algo.
Cuando nos insertamos en la panda, presumimos: "¿De dónde venís?", "De ver el balneario".
Y, allí aprendí la primera manifestación del escepticismos: "¡Anda ya!".
![]() |
Visión cenital -hasta nueva confección del diagrama- de los lugares ligados al balneario. |
miércoles, 13 de febrero de 2019
Con la pizarra a la espalda
Se trata de Linares, de mi padre y de su Instituto.
Vivíamos en la calle Marqués, número 20, en un piso que mi abuelo había comprado a la compañía de tranvías y cuya terraza posterior daba a unos tejados con gatos y, al fondo, las ventanas de una de las clases del Instituto del que mi padre era el Director.
En una tarde cualquiera de cualquier día de un curso académico, mi padre me invita a acompañarlo.
Salgo con él a la calle, doblamos la primera esquina a la izquierda y, al final de la calle Yanguas Messia, otra vez a la izquierda, en la calle Pontón.
Entramos en lo que hoy son los Juzgados, pero antes era el Instituto "de mi padre".
La "manzana" donde vivíamos. En primer plano, la calle Marqués y, al fondo, con una lucerna en el centro, el antiguo Instituto de Linares. |
Subimos al primer piso y en una clase amplia, moderna, con unos grandes ventanales desde los que se ve la terraza posterior de mi casa, mi padre me da unos trozos de tiza para que garabatee en la pizarra.
Pero él empieza, con una sistemática envidiable y acompañado de grandes reglas, compases de tiza y unas plantillas, a hacer un "esquema eléctrico".
Las líneas son de diferentes colores, los ángulos que forman entre ellas, perfectos, las iniciales que indican qué objeto hay en el circuito, están trazadas con maestría.
Yo ya no hago garabatos. Observo lo que está haciendo y, desde entonces, con franca envidia.
Después de un gran rato hay en la izquierda de la pizarra un dibujo magnífico. El resto queda vacío. Supongo ahora, con un cierto conocimiento de causa, que dejado exprofeso para la explicación del día siguiente.
Hasta ahí nada anormal, salvo la calidad y el cuidado en la ejecución de un trabajo.
Al día siguiente, por la tarde, veo a mi madre increpar a mi padre.
"Pero, ¡Nicolás!, ¿qué has hecho?".
Y, a la vez que esa frase, dicha más con interés que enfado, veo que le da unos golpes a mi padre en la espalda.
Sale polvo y en un momento determinado, entre golpe y golpe, veo cómo se va desdibujando el dibujo que hizo ayer y que se ha traído pegado a la espalda, en su chaqueta azul.
No fue una sola vez.
viernes, 8 de febrero de 2019
Instancias y concesiones
Como siempre y, por los siglos de los siglos, amén, lo he pasado bien y he tratado de que lo pasáramos bien.
Por ello, hemos hablado de la familia, pero hemos ido derivando hacia un espectro marrón que, en cierta forma, me da pudor reflejar aquí. Digamos que ha sido un aspecto coyuntural, pero congruente con varias circunstancias. No me arrepiento del mismo.
Sin embargo, me ha quedado lo mejor.
También, como casi siempre, hemos mencionado anécdotas que tienen que ver con mi padre y, como en la reunión se me ha olvidado una, la digo aquí, para goce -espero- de tirios y troyanos.
Me contó algo que se me quedó clavado pero, mejor que relatar lo que me dijo -que lo expondré después-, atengámonos a la anécdota.
El funcionario, o no lo entiende, o no alcanza a poder contestarle. Lo envía a otro colega.
Al cabo de un rato, el otro colega, lo envía a otro hasta que, por fin, uno de ellos dice: 'Este es un tema de D.Nicolás".
Y allá que lo envían. subiendo al primer piso, en la esquina de la derecha, por las escaleras normales.
El tal señor, de cualquier lugar de la Vega de Granada, llega a D. Nicolás y le explica su tema.
El tal señor, D.Nicolás, mi padre -nuestro padre-, lo oye y con su supermagnífica letra escribe: "fulano de tal, mayor de edad, con domicilio en... y d.n.i. tal, expone que.....y .... suplica a V.I. que....".
Hasta aquí normal, dentro de la praxis profesional del padre, pero, lo más gracioso y ahora estoy contando lo que decía la secretaria es que ella tenía que transcribir a máquina una petición hecha, con una letra característica a tope, y la concesión de la petición, con la misma letra.
"Esta Delegación, ha tenido a bien considerar su petición y, en virtud del Decreto número tal.... y tal... y cual, otorga una moratoria al plazo de matrícula para que...".
Ella -la secretaria- presumía de que era el único caso en que un señor, identificado con su letra, instaba a otro señor que, con la misma letra, otorgaba.
Vamos, decía, ni en la casa real ni en ninguna otra casa del mundo.
Para mí, magnífico.
miércoles, 6 de febrero de 2019
Gallinas en la cuadra
El gallinero metálico, de puertas 'automáticas' para encerrar la gallina, tener que ir a recuperarla y apuntar el número de 'ponedora' en una librera |