miércoles, 13 de febrero de 2019

Con la pizarra a la espalda

Mi recuerdo es extraordinariamente vívido, sensorial, agradable y cálido como son las memorias que empiezan y acaban bien. 
Se trata de Linares, de mi padre y de su Instituto.
Vivíamos en la calle Marqués, número 20, en un piso que mi abuelo había comprado a la compañía de tranvías y cuya terraza posterior daba a unos tejados con gatos y, al fondo, las ventanas de una de las clases del Instituto del que mi padre era el Director.
En una tarde cualquiera de cualquier día de un curso académico, mi padre me invita a acompañarlo.
Salgo con él a la calle, doblamos la primera esquina a la izquierda y, al final de la calle Yanguas Messia, otra vez a la izquierda, en la calle Pontón.
Entramos en lo que hoy son los Juzgados, pero antes era el Instituto "de mi padre".
La "manzana" donde vivíamos.
En primer plano, la calle Marqués y, al fondo, con una lucerna en el centro,
el antiguo Instituto de Linares
.

Subimos al primer piso y en una clase amplia, moderna, con unos grandes ventanales desde los que se ve la terraza posterior de mi casa, mi padre me da unos trozos de tiza para que garabatee en la pizarra.
Pero él empieza, con una sistemática envidiable y acompañado de grandes reglas, compases de tiza y unas plantillas, a hacer un "esquema eléctrico".
Las líneas son de diferentes colores, los ángulos que forman entre ellas, perfectos, las iniciales que indican qué objeto hay en el circuito, están trazadas con maestría.
Yo ya no hago garabatos. Observo lo que está haciendo y, desde entonces, con franca envidia. 
Después de un gran rato hay en la izquierda de la pizarra un dibujo magnífico. El resto queda vacío. Supongo ahora, con un cierto conocimiento de causa, que dejado exprofeso para  la explicación del día siguiente.
Hasta ahí nada anormal, salvo la calidad y el cuidado en la ejecución de un trabajo.
Al día siguiente, por la tarde, veo a mi madre increpar a mi padre.
"Pero, ¡Nicolás!, ¿qué has hecho?".
Y, a la vez que esa frase, dicha más con interés que enfado, veo que le da unos golpes a mi padre en la espalda.
Sale polvo y en un momento determinado, entre golpe y golpe, veo cómo se va desdibujando el dibujo que hizo ayer y que se ha traído pegado a la espalda, en su chaqueta azul.
No fue una sola vez.




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