viernes, 10 de noviembre de 2017

el tío Pablo y la manta

Tengo el turno del viernes en la rotación de los paseos con mi madre. Hemos estado, como en otras ocasiones, leyendo historias Martínez y, en cierta manera sembrando las que están por escribir.
Pues aquí va una nueva.
Resulta que viví en Linares no sólo de chico, sino de "mediano". Es decir, casado, con mi hijo Rafa creciendo desde su nacimiento hasta que cumplió un año. 
Un día, en el que el "illo" estaba malito, dejé recado a tía Isa o a tía Teresa de que, si pasaba Pablo (Martínez, ¿quién si no?) por allí le dijeran que, si podía viniera a casa a ver al chico.
Pues así lo hizo. Después de comer, viene a ver al chico que tenía uno de los enfriamientos normales en los climas continentales.
Estamos tomando café con él cuando veo, por la ventana, que viene Teresa. Lo digo en voz alta y Pablo, de manera inmediata pide una manta.
Ni se nos ocurre para qué, pero él, sin vacilar, se sienta en una butaca y se echa la manta por encima: "No digáis nada, yo, como si no existiera".
Llama Teresa a la puerta, saluda, se asoma a ver al nano y se sienta con nosotros (previa

mente habíamos quitado la taza de Pablo).
Mira de reojo al bulto que tiene al lado. No dice nada pero se ve por la mirada que está extrañada. Nosotros, como si allí no hubiera nada.
Estamos charlando, normalmente, y Teresa mira de vez en cuando hacia la manta.
Está contenida pero muerta, muertica de curiosidad. Nos mira con algo de gesto interrogante, cejas arriba y mirada inquisitiva.
Nada, no existe.
Pero, al cabo de un ratito, no aguanta más, coge la manta y tira con todas sus fuerzas.
¡Pablo!¡Tenías que ser tú!¡Qué susto me has dado!¿Cómo haces esto?¿Para qué haces cosas así?...vamos una torrentera de preguntas y exclamaciones.
Ni que decir tiene que nos partimos de risa, menos Teresa, quien se va poniendo mu, pero que mu enfadá y dice. "¡Me voy!".
Y se fue.

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