lunes, 15 de agosto de 2016

la heladera

Escribir sobre el frío, sobre cómo conseguir frío, desde dentro de una fábrica de calor es una desmesura, pero, por eso es, quizás, mucho más atractivo. Además, y por si fuera poco, "¡el frío no existe!", según mi padre...luego, doble -o triple- mente atractivo. ¡Había que conseguirlo!.
Lugar, ¿cómo no?, en casa de la abuelita, por estas fechas de hace... los años que sean... San Pedro y San Pablo, fiesta por el abuelo, comilona y miles de gentes de todas las generaciones y, en el postre: ¡helado! ¡frío!, con una temperatura ambiente de 313ºk, a la sombra....
La máquina mágica se llamaba heladera y, en ella, se trataba de agitar la mezcla de "harina tostada" o "leche merengada" o "chocolate", según dictaminara alguna de las tías, en un baño que estuviera a 263ºk, o por ahí.
Se conseguía con una mezcla de hielo -barras de hielo- que traían chorreantes y envueltas en sacos de arpillera y que, lo más pronto posible desde "el portal", se pasaban a la cocinilla, a ser albergadas en unos barreños galvanizados donde se partían a martillazos para conseguir trozos manejables.
Con una mezcla de hielo, sal y, paja (ésta última, al parecer, para protegerla de las posibles radiaciones solares) introducidas todas entre un cubo de madera y un cilindro rotatorio en el que estaba la mezcla a "helar", se conseguían los -15º C, o por ahí, necesarios.
En casa de la abuelita había una heladera grande, que el tío Félix había sacado de no sé dónde. Pepe -el tío Pepe- se quejaba porque "esa no funcionaba", (lo que era cierto) y habría que ir a buscar "la de las tías", que sí lo hacía. Más pequeña.
Primero había que limpiarlas y, una vez con esa condición, se "montaban". Primero el cilindro metálico dispuesto en su lugar en el centro del cubo. En el centro de su cara inferior había un pequeño vástago que encajaba en una cavidad metálica del cubo de madera. Se dejaba caer hacia un lado.
Se vertía la mezcla -riquísima, por cierto- a helar. Se introducía en ella una especie de escalera entre metálica y de madera y se ponía la tapa, que tenía un engranaje cónico -me dijeron- que, en la heladera de casa de la abuelita era el origen de un montón de problemas.
Entre el cubo y el cilindro, los trozos de hielo salado. A mano, con la mano helada y, de vez, en cuando, chupando los trozos. Había que tenr cuidado de no desperdiciarlos y hacerlo pronto y rápido.
Una vez llena la cavidad hasta casi el borde y con el cilindro centrado, se ponía la máquina infernal, una especie de puente de hierro fundido, con una manivela en un lado y una mediopalometa en el otro.
Se encajaba -y, como dice mi hermano Nico- se sujetaba aunque fuera con el pie. Y se comenzaba a dar vueltas. Ruido: todo. Satisfacción poca. En la heladera grande, gastada, el engranaje del puente resbalaba contra el de la tapadera y el cilindro no daba vueltas....Quejas, enfados y, viaje a casa de las tias, rápido, para no desperdiciar el hielo.
Vuelta a empezar, esta sí funcionaba. Vueltas y más vueltas. De muy tarde en tarde, se abría el artilugio a ver si "cuajaba".... hasta que cuajaba.
Mi padre explicaba que el artilugio anterior, medio madera, medio metálico, giraba al contrario que el cilindro exterior, para agitar la mezcla y no dejar que se pegara a la zona auténticamente fría del dispositivo.
Pues eso, se hacía uno de "harina tostada", otro de "caramelo" y otro de lo que fuera... Cada vez que uno de ellos había cuajado, se avisaba a tía Isa o tía Teresa, quienes lo recogían en una sopera y se lo llevaban rápido.
Enjuague del cilindro y volver a empezar.
Fiesta...
Y, de, postre helado, 43ºC, en el patio. 33ºC en el comedor, -4ºC en la taza. ¡Qué gozada!.



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