domingo, 30 de diciembre de 2018

Los ruidos del Paraíso

Al viento, cuando susurra entre los pinos le he adjudicado el nombre del "ruido de la felicidad" porque, evidentemente, es lo que, de siempre, he visto como más adecuado.
Es una especie de murmullo cálido que, si pasa de un determinado nivel, cambia para avisarte de que puede haber tormenta. En ese caso, los amigos pinos  lo son más por la comunicación que han establecido contigo.
En casa, tengo ocho o diez pinos que ni de lejos se parecen a los 'nuestros'. Pero, ¿qué duda cabe?, representan un recuerdo y una felicidad. 
Pinos bajo el viento

Cuando, por la mañana, la enorme pandilla que formábamos en el paraíso dejábamos las sábanas para disfrutar un nuevo día, llenábamos el aire de ruidos infantiles y jaleosos. Antes, y lo sé porque era de los primeros en hacerlo, no había más que el ruido del silencio: vientos suaves hacia los Calarejos, algún pino que se movía por la acción de un viento invisible y, todo lo más, algún graznido de un ave que nadie conocía pero todo el mundo presumía haber visto.

Pero, ahora que lo pienso, no estoy en lo cierto. Había ruido, ruidos con los que convivías de manera tan natural que llegabas a no oírlos. Por ejemplo las chicharras, era una vibración continua, inconfundible. Pero la borrabas de tu percepción. Tan sólo a la hora de la siesta, cuando el calor hace que las sensaciones borrosas afloren, notabas que estabas rodeado de ese rumor vibratorio de los élitros chicharreros. Llegamos a hacer jaulas para confinar grillos y creer que les haríamos cantar cuando quisiéramos.

No había tal, el famoso dicho que compara un nivel de ruidos con una "jaula de grillos", era más literario que real. Yo recuerdo que una jaula -jaulilla, para ser más exactos- de grillos no encerraba más ruido que el de un animal asustado que llamaba a sus congéneres para que lo liberaran.


Esto es una jaula china para grillos.
Las nuestras, todo lo más, consistían en dos trozos de corcho unidos por alfileres o pajitas


Es verdad que, desde las choperas, se percibía algún ruido distinto. Las hojas de los álamos y los chopos, cuando incide el viento en ellas, suenan como un cliqueteo que, si se dan determinadas circunstancias, le parece al ruido de la lluvia pero, para eso, tenían que tener un determinado grado de sequedad, lo que me hace pensar que ese ruido tenía que ser más bien del final del verano. No hace mucho tiempo me enteré que al chopo le llaman "el árbol del ciego" porque, aún cuando no haga viento, él siempre tiene algún ruido de sus hojas.


Y, hablando de ruidos del agua, ese era uno de los que 'nos faltaba'. El canalillo de lata que le hacía el tío Félix a la "fuente de las Tablas", era perceptible sólo si estabas cerca de ella. Es más, anhelabas oírlo porque, de no ser así, indicaría que no habría el líquido elemento.

Trato de recordar si había algún pequeño chorro entre tornajo y tornajo, pero me parece que no, la gargantilla en que acababan cada uno de los troncos ahuecados haría aumentar la velocidad del agua, pero no lo suficiente como para que cayera en forma de chorro. Manaba el agua de un canal a otro, pero, silencioso. No había ruido.

Cuando nos acercábamos a la "Fuente Fresca", sí que había ruido de agua, pero sólo perceptible cuando íbamos en pequeña panda o callados, ¡los chiquillos armamos jaleo hasta cuando pensamos!. Bajábamos por aquél barranco difuso hasta acercarnos y, sólo cuando te preparabas para ver aquella maravilla era cuando oías el ruido esperado.

Es curioso, recuerdo cómo alterarlo. Ponías las manos delante del caño y, según cómo alteraras la caída y la zona donde desviaras el agua, así surgía un ruido distinto de la pocilla donde se recibía el agua. Lástima que no hubiera más fuentes y más agua. Seguro que recordaría su ruido con más importancia.

Pero, no puedo olvidarlo. Estábamos solos. Un pandillón, cierto, pero solos. Lejos de todo vestigio de civilización. A veces aburridos, siempre curiosones, estábamos atentos a otro sonido característico. 

En aquel silencio maravilloso se oía, de pronto, el ruido de un motor de explosión. Todos atentos. ¿por dónde viene?. Mirábamos hacia el Este, hacia la "era del boquerón"... a ver, ¿se oye?, no, ha sido una ilusión. ¡Vaya!. ¿Quién podría ser?

En pocas ocasiones aquel ruido tenía éxito. Es decir, venía alguien. El ruido iba aumentando. Venía, llegaba, se acercaba. Íbamos hacia la parte de atrás de la casa. Aparecía un coche. ¡Vaya!¡El coche de Montefrío!. Viene tío Bernardino.

Y, llegaba allí, con tía Amalia y algunos -o todos- de los primos-tios Rubiales. A pasar el día. 

Ese ruido había tenido su eficacia. Pero, en otras ocasiones no era así. Recuerdo nítidamente cómo hice subir a tío Pepe -también subí yo- corriendo hasta la casa forestal de los Calarejos. Allí no había nadie. Pepe me dijo que me lo había inventado, pero yo lo había oido, estaba seguro. Sin embargo una evidencia. El tío me hizo mirar el suelo del carril. No había ninguna señal. No había pasado ningún coche. Yo me había inventado el ruido, pero yo lo había oido.
Casa 'nueva¡ de los Calarejos. El de la derecha es tío Pepe.

También recuerdo un ruido especial. El de los aviones. Se oían de lejos y prestábamos mucha atención para verlos. Como yo era 'moderno' estaba deseando que aparecieran, eran interesantísimos, y eso que aquellos tiempos no había visto ninguno de cerca pero a mi me parecían ángeles del futuro. Lo que nunca tuve en cuenta era qué podrían significar ese ruido en concreto. Para los mayores, mayores, aquellos que no habían vivido en la cercanía de algún aeródromo o aeropuerto, no tenían referencia cálida al respecto. En Linares, no hacía mucho tiempo antes, habían visto aviones... en la peor de las circunstancias.  Pido ahora perdón por mi efusividad ante ese fenómeno. No podía ser consciente de la connotación negativa.

Querría aquí haber hablado también de aquellos pequeños ruidos inevitables al ser humano. Tenían su gracia. Ahora, con el panorama de haber visto de cerca más de un par de culturas y sus costumbres, podría extenderme por lo común que son las bromas respecto a los aspectos escatológicos de nuestras emisiones, gaseosas y sonoras, pero, como le veo posibilidades, lo dejaré para otra ocasión.


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