domingo, 16 de septiembre de 2018

Cargar troncos en los camiones

Tengo recuerdos vívidos de mis sensaciones al estar entre los pinos. Y más los de la Sierra, nuestra Sierra, nuestro Paraíso.
Los tengo asociados con la felicidad, como objetos, como sitio, como olores, como ruidos, ¿habrá algo más feliz que el ruido del viento en los pinos?.
Pero, a la vez que disfrutaba de las sensaciones pinateras nacía en mi una afición que ha ocupado una buena parte de mi vida. Las ruedas, los volantes, los coches y sobre todo, los camiones.
En el Paraíso había una felicidad ambiental y unas señales que anunciaban las otras, los carriles.
Me fijaba en todas y cada una de las señales de ruedas que pudiera haber en el suelo. Es más, yo no caminaba por los senderos, yo conducía y, cuando una esquina del camino era muy apurada, yo hacía 'maniobras' marcha adelante y marcha atrás hasta que conseguía meter mi juego de ruedas trasero en la continuación de la vía.
Pero junto con esto aprendía cosas vitales. No se pueden tener dos cosas que te gusten mucho a la vez. Los pinos estaban reñidos con los camiones y éstos, con los primeros. Eso lo vivía con atisbos de frustración. Si los pinos son quitados por los camiones, pierdo la mitad de mi felicidad, si no los quitan, pierdo la otra mitad.
Algún mayor vino a sacarme de esa tortura: Había que hacer "entresacas", es decir, quitar pinos -no todos- de entre medias de los otros para que los que quedaran crecieran más y mejor.
Así, pues, aprendí a sintetizar. Habría camiones que, sacando pinos, ayudaban a la prosperidad del monte. O sea, que podía seguir con mis dos aficiones.
Salvado este conflicto tenía otro que me resultaba enigmático. Vi cortar pinos, cómo los descortezaban y desramaban los ví ajorrados hasta las navillas y amontonados allí, pero no veía cómo los subían a los camiones.
Cada vez que hubo ocasión le pregunté a los mayores sobre el cómo podría hacerse. Me atendían con cariño para negarme la respuesta. Nadie sabía nada.
Hasta que un día tuve la respuesta.
Íbamos a la Fresnadilla, habíamos pasado el arroyo de la Almoteja y habíamos tomado el carril que nos llevaba a las casitas que había cerca del "seminario de verano".
Carril desde la Almoteja hacia la Fresnedilla. Se adivina aunque esté oculto por los pinos
Al doblar una curva, un camión. De frente, un preciosísimo camión extraño, chato, con el parabrisas inclinado al revés. Yo, parado, con la boca abierta.

camión maderero

Estaba éste con las ruedas de su lado derecho metidas en la cuneta, un par de troncos, no muy gruesos, hacían puente con la pendiente que caía sobre él.
Allí un tronco de pino, hermoso él, bajaba sujeto por unas cuerdas que rodeando fuertes pinos o toconas se deslizaban para llevarlo a la plataforma. 
Leñadores fornidos tiraban o soltaban cuerdas de acuerdo con voces de mando que daba alguien.
Yo, parado. 
Así se cargaban los camiones. Yo, parado. 
La panda familiar se detuvo un instante y algunos me dijeron "ahí lo tienes, aprende". Yo, parado.
Los Martínez siguieron andando, pasaron al camión por su lado izquierdo y, me quedé allí. 
Creo recordar que me llamaban, pero no oía nada, sólo el ruido de las cuerdas, las voces de los leñadores y los crujidos del camión.
Me quedé solo.
Al cabo de un ratito vi aparecer a mi padre que venía a recogerme.
Se puso a mi lado y tomándome por los hombros me empujó suavemente me llevó con la panda.
"Ya has visto cómo se hace lo de cargar camiones".
Y yo, inmediatamente, "sí, ya sé cómo se cargan los troncos que están por encima del camión, pero, ¿y si estuvieran del otro lado del camino?..."
No me contestó. Yo estaba medio contento, porque sabía la mitad de lo que quería saber. Me faltaba la otra mitad.

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