domingo, 16 de septiembre de 2018

Almería-Uno

Creo que a ninguno de los profes familiares, en activo o en pasivo, le va a sonar la palabra "obvencional". Yo crecí con su ayuda, no de la palabra, claro, sino de a qué se referían.
Se trataba de una especie de complementos al sueldo que daban a funcionarios que se habían distinguido por su premura y buen hacer. Lógicamente a mi padre, según mis recuerdos y memoria sempiterna, se los tenían que mandar a casa.
Yo sé que fui consciente de ellos en determinado momento y tuvieron que ser muy significativos porque en el curso 62-63 empecé a oírla en las charlas que mantenían mis padres y, de ahí a que, cuando estaba acabando el curso surgió una palabra mágica: Almería y, ligado a ella el anuncio triunfal ¡nos vamos de vacaciones a Almería!.
Pues así fue. Supongo que con el concurso de tío Isidoro y tía Pily que vivían en aquellos lares, alquilaron una casa-jardín en la ciudad-idem.


Era una casa que me pareció preciosa, con jardín alrededor y, aunque no muy cuidado, permitía estar en la calle sin estar en ella. Unos arcos circundaban la planta baja y tenía un salón grande. Estábamos a un paso de la casa de los tíos y ello nos permitía entrar y salir de una y otra casa sin ningún problema.
En la misma calle de "los romanes", un edificio alto marcaba la frontera con la playa. O sea, habíamos pasado de serranos muy de secano a la abundancia marina.
Teníamos que cambiar de hábitos aunque yo sabía de alguien que era el ser menos playero del mundo. Así, pues, me propuse atenderlo en lo que pudiera porque de alguna manera deberíamos agradecer el esfuerzo que había hecho por todos nosotros.
Playa, playa y playa. Un toldo -o como tal lo llamábamos- formado por dos tijeras altas, de pino, entre las que se extendía una tela rectangular antecedente de la bandera andaluza, servía de referencia para dejar las toallas y saber a dónde dirigirnos.


Pero Almería fue mucho más que un veraneo de playa. Papá tuvo la valentía de facilitar el que nos lleváramos la bicicleta encima de todas las maletas. Es decir, que fuimos -fueron, desde mi punto de vista- en el "seillas", y papá le echó valor porque ir en aquella máquina desde Granada hasta Almería, por la carretera del riscaveral, con todas sus curvas, cargado a tope y con su proverbial mostración que Dios existe, (porque nunca se dio ningún golpe serio).

Los Flores vivimos por primera vez la aventura de "la playa" y, en ella, nuevos comportamientos y costumbres. Había que coger el "toldo", la bolsa con los bañadores, 'coger sitio', interpretar las olas y el viento para ver si habría resaca o, por el contrario, la normalidad de las mismas nos podría llevar a alcanzar fácilmente "el banco". Depurar la forma de nadar para no tragar la salada agua. Y esperar con curiosidad el momento en el que mi padre se metiera en el líquido elemento.

Recogíamos a los Román. Su casa nos pillaba de paso para las escaleras de la playa, pasábamos al lado del "Manolo Manzanilla" una especie de pub nocturno al que Félix quería llevar a papá y, ya estábamos empedrados en los cantos rodados del borde de la rena

Un día tuvimos una aventura infeliz. La prima Carmen, que era una personilla preciosa y encantadora, ¡se perdió!. Salimos a buscarla por todas las calles de alrededor. Íbamos todos desatados, negando la realidad con que nos encontrábamos y deseando que todo fuera mentira. Un par de horas estuvimos así hasta que alguien la encontró con una señora que la llevaba de la mano. Cuál sería nuestra desesperación que tardamos un rato en reunir a todos los buscadores.

Yo tuve la ventaja de mi bici. A través de ella me permitía llegarme al puerto a ver los barcos. En aquél entonces no había separación y te acercabas hasta el mismo filo de los muelles. Un día vi cómo se dirigía hacia el sitio en el que estaba un barco, bastante grande. Llegaba y llegaba y no parecía que fuera a detenerse o torcer. De pronto, desde la punta de la proa un señor me gritaba "¡chico, quítate de ahí!". Yo no podía creer lo que iba a pasar porque me separé unos cuantos metros y el barco siguió. chocó con el borde y le ví crecer -hacia adentro- una abolladura impresionante. Pero, lo más curioso, es que se estaba haciendo despacio, despacio, increíblemente despacio. Ni que decir tiene que cuando llegué a casa fui a consultar a nuestra enciclopedia viviente. Le conté el caso y él me habló de la energía como fenómeno físico que deviene en hacer trabajos -deformaciones- sobre los objetos. Tema 4 de la física de 4º de Bachillerato, explicado a un chico de once años y con pleno aprovechamiento.

En otra ocasión -hay que ver el ánimo de los padres- nos hicieron montar en un taxi y nos llevaron al Cabo de Gata. Sitio extraño entre los que los hubiere, donde nos hablaban de volcanes, arrecifes y salinas con montones blanquecinos para echar en las tostadas con aceite.

Algunos días 'soplaba poniente' y andábamos con los ojos entrecerrados para que no se nos metiera el polvillo de hierro que exhalaba el muelle de carga. Era omnipresente, aparecía en las fachadas de las casas, en las sábanas, ¡hasta en los calzoncillos!. Había que cerrar las ventanas y pasar el calor que hiciera falta. Era, sabido de todos, uno de los peores inconvenientes de Almería.

No obstante, tenía su interés. No lejos de nuestro lugar en la playa estaba un muelle de carga. Era de hormigón, no demasiado alto y, con cierta habilidad de trepar por sus jácenas y contrafuertes, te podías subir arriba para tirarte. Además, se podía ver cómo una cinta transportadora llevaba el material a granel que acababa en las bodegas de un barco, o en las casas, suelos, gentes y ojos.

Más adelante, cerca ya la avenida principal había un segundo muelle de carga de mineral. Éste, más alto, era de hierro entero y veíamos los vagones de tren que alimentaban unos silos y, desde ellos, con unas canaletas, las llevaban a los barcos atracados en sus flancos.

Nos llevaban a ver la Alcazaba, que en esos momentos había tenido un proceso de restauración y lo que diríamos ahora "puesta en valor". Es más, empezaron a representar zarzuelas en un teatro al aire libre y ¡allá que fuimos!. Paseábamos por Puerta Purchena que era algo así como nuestra Puerta Real, pero algo más pequeña y menos pretenciosa.

Recuerdo que, en una feria insistí en que me invitaran a tomar un 'perrito caliente' al modo americano. Aquellos 'bocadillos' eran especiales, preciosos, lustros, especiales en cómo ponían la salchicha en el pan. Vamos que no eran nuestros bocadillos de salchicha. Pues bien, después de unos cuantos intentos, los padres convinieron en invitarme a uno. Cuando me lo dieron, delante de la mirada socarrona de los padres y la de envidia de los hermanos, empecé a comerlo con algo de culpabilidad. Sin embargo no hubo más problema. Todas las miradas se tornaron a risas cuando vieron mi cara de profunda decepción. Aquello estaba a años luz -por debajo- de la calidad de nuestras salchichas cutres en panecillos cutres. Podría haber mandado a los yankis a su casa: no sabían hacer salchichas.

Y, también, en otra anécdota portuaria, está la de haber presenciado cómo un barquito velero, en el puerto estaba siendo atendido con un nivel de protocolo extraño. Una serie de marinos de uniforme blanco y muchos entorchados en sus mangas, charlaban con un señor grande, pomposo y algo fatuo. Se dirigían a él con mucho respeto.
En esto, se sube el señor a su barco y comienza el desatraque y la maniobra de salida del puerto. Llega un señor corriendo desde el fondo del puerto gritando: ¡que no ha pagado!¡que no ha pagado!...
Lo mandan callar y le dicen que espere. El barquito se aleja por la dársena y el grupo de los marinos importantes empieza a deshacerse. El hombre sigue quejándose de que a él no le van a salir las cuentas. Le farfullaron una excusa y le dejaron allí en medio. Tenía cara de cabreo.

También un aprendizaje técnico: Con motivo de la feria llevaron a Almería un par de helicópteros de los que aparecían en las películas. Aterrizaron en unos solares próximos a lo que hoy ocupa el "club náutico". Dejaron pasar a la gente y, aprovechando mis paseos ciclistas, los conseguí ver casi en solitario. Me asombró ver cómo estaban sujetos todos sus tornillos con un alambre que los unía entre sí. Vamos que estaban atuercados y, cosidos. Como es lógico fui a mi wikipedia particular para aprender algo al respecto. Mi padre se quedó sorprendido. No sabía el hecho ni el por qué, pero supuso que, desde un punto de vista mecánico siempre interesaría que en un aparato volador no se pudiera acabar de caer ni un sólo tornillo

No hay comentarios: