domingo, 6 de mayo de 2018

Las eras de Linares

Tal día como hoy, domingo de primeros de mayo, de hace ...tantos años, estaríamos de vuelta del paseo familiar propio de la época. Me estoy refiriendo a Linares, en nuestra "casa madre" de la abuelita.

Los mayores habrían acabado su sobremesa dominical, larga y tendida, con cafés y algún licor -pero poquito- y alguien, habría dicho: "Vámonos de paseo".
Enseguida, un anuncio a la pandilla que estuviéramos en el patio. "Niños (entonces no se decía os/as), recoged las cosas que nos vamos al campo". "¿A dónde?", "A las eras".

Y allá que partíamos. Los más ansiosos, los primeros, un puñado de pequeños alrededor de los mayores que nos acompañaran y, a mí, me tocaba el difícil tema de tirar del grupo pero no lo suficiente como para que los responsables se preocuparan. Torcíamos a la derecha, un trocito de calle Marqués, después,  por la calle del tinte, del doctor, de la barriada que habían hecho en lo que hoy llamaríamos "casas unifamiliares", dejaríamos a la izquierda la casa del "millón-casa y coche" de Avecrem, cruzaríamos la carretera de Baeza y, por un callejón que se ve en la foto subiríamos hacia el campo.
Si se mira con atención se ve a la izquierda la casa de la abuelita, la calle del tinte, la del doctor, las casas a las que me refiero y a la derecha, casi abajo, la calle que subía a las eras y a éstas mismas. La foto es de 1956


Íbamos a "las eras" que, de siempre, me asombraban. En principio, como lugar era un campo empedrado, asombrosamente plano a pesar de estar enlosado con piedras rojas de la zona. También asombraba su firmeza, no había cambios de un año a otro.

Allí tenían que haberse visto en los agostos las labores propias de la trilla, pero parecía que nuestro pueblo había pasado a labores mecanizadas. 

Lo normal, era llegar y "¿qué hacemos?¿a qué jugamos?". Pues "coged flores, jugad con la pelota, al 'pillar', a lo que sea". 

Y así lo hacíamos. Rodeados de campos en los que ya apuntaban las espigas y pequeñas amapolas, atendíamos a las indicaciones de mi madre que se sabía un montón de plantas interesantes: los "novios", que era una planta que aplastabas con la mano y lanzabas al pecho del primo de al lado una especie de hojitas que se quedaban prendidas en el chaleco, u otra, más interesante que presentaba una inflorescencia de cuatro o cinco agujitas, las arrancabas, te las ponías en el pecho y empezaban a enroscarse sobre sí mismas. El núcleo de las amapolas, convenientemente manejado acababa pareciendo un penitente de semana santa. Es decir, montones de posibilidades.


Lo de jugar, al pillar, vale. También decíamos "la peste" a este juego que consistía en que uno corría detrás de los demás y, cuando tocaba a otro, era a él el que le tocaba perseguir a los demás. (Otro día hablaremos de los sorteos a efectuar para jugar a éste y otros ludismos).

Lo de la pelota estaba más difícil, primero por la calidad de las pelotas, casi siempre pinchadas y, por otro lado, la posibilidad de que rodara campo abajo con lo que no se podía chutar con ganas. 

Yo veía a mi padre, fumando mientras paseaba con su actitud contemplativa proverbial. Miraba al campo -desde allí había una buena vista sobre el hospital "de los marqueses de Linares", el asilo, y a la derecha, la fábrica de harinas "Santa Rosa" y la estación de Almería.  Aprovechaba su atención para preguntarle sobre qué era una extraña construcción de hormigón que había en una esquina de la era, así como sobre el posible final del camino que nos había llevado hasta allí.

Casi siempre tenía respuesta para todo. El hormigón "tenía que ser para algo de conducción de aguas" y el camino, el camino es... mirando hacia el horizonte, posiblemente para bajar a la estación de Baeza". Lo que no podía explicar, pero prometía enterarse y explicármelo era cómo funcionaban los "relojitos" vegetales que llevábamos en el pecho. Eso era "muy, muy curioso".

Atardecía plácidamente mientras consumíamos nuestras energías infantiles. Llegado un momento aparecía algún trozo de pan, siempre menor que el que hubíeramos deseado y, una "onza" de chocolate. "El pan se come, el chocolate se huele", nos decían y así conseguíaos que nos aguantara la pastillita marrón hasta el final del chusco.

Volvíamos en tropel, con mucho cuidado al cruzar la carretera: "Hay que mirar hacia los dos lados, por si viene un coche", nos decían (y, después, transmitiríamos idéntico mensaje a nuestros hijos). Oiríamos comentarios sobre el "bloque de la Enira" que habían hecho casi en la carretera y, llegaríamos a casa de la abuelita con el sol ya caído.

Otra excursión-aventura. Yo tenía sembrada la curiosidad de si esa carretera llegaría a la estación de Baeza y, esa sí la satisfice. Muchísimos años después, con mi Dyane, bajé por ahí. 

Lo que aún no he satisfecho es el problema de cómo y por qué se enroscan los relojitos vegetales. Si lo encuentro en Internet se lo contaré a mi padre. Seguro.


1 comentario:

Teresa Flores dijo...

Uno de los juegos favoritos era "al escondite", nos sumergíamos en el mar de jaramagos que nos llegaban casi hasta los hombros (al menos a mí) y esperábamos que nos encontraran o se aburrieran de buscarnos.