domingo, 18 de marzo de 2018

El habitat, la gente, sueños y locomoción.

El paraíso se forjó a fuerza de milagros.

Milagro sería que existiese -y que lo encontráramos-, aunque de eso se encargaron, al parecer, las raíces familiares Martínez.

Milagro fue que decidiéramos ir. Y que fuéramos.
Y que hubiera algún platillo volante que nos subiera hasta allí.
Y que alguien diseñara el cómo dormir, y el cómo llevar cosas, y que no nos perdiéramos y que no dejáramos de comer y hasta ¡que nos laváramos!, aunque fuera poco.

Es decir, tenía que haber sitio, camino, objetos útiles y, sobre todo, pero sobre todas las cosas, una panda incomensurable de gente disfrutona y avenida.

Empiezo por los objetos.
Hay que llevar: ropa, platos, cafetera, ollas, raseras, cubiertos, servilletas, cervezas, leche condensada, etc.etc.

El cómo está claro, será un camíón, desde Linares y toda la familia encima.
Ya lo conté en otra ocasión; se pedía permiso para hacerlo, nos subíamos y ya está.
Pero lo que es casi incontable es las semanas de preparación. No se podía meter todo en maletas y, como había que llevar colchones, pues, esto es lo que se utilizaba. Así, como suena. 

Se pone una colcha en el suelo, encima, el colchón y, dentro, lo que haga falta. Al final se cierra, se cose y, si acaso para reforzar las sujecciones, una cuerda.
los "colchones-maleta"
Un puñado de estos fardos constituirían después los asientos o camas -viajábamos de noche, que no se olvide- que nos contendrían en la caja del camión.

Éste era un "Autocar" de los "hermanos Gragera" y su llenado constituía, de por sí, una ceremonia. 

En la parte delantera de la caja, detrás de la cabina, los somieres -que también llevábamos, claro-, el gran tablero que constituiría la mesa comunitaria y cualquier cosa que fuera plana y grande.

En medio, es decir, inmediatamente detrás, el montón de colchones-maleta que nos soportarían durante la noche.
Al fondo, como cerrando el cajón, el montón de latas de leche, cervezas, y todos aquellos bultos que, por su consistencia cerraban la caja de una forma bastante consistente.
De aquí saqué la idea y la ratificación del recuerdo
Tal que así para explicarlo desde arriba:
Aquí está el camión, no la gente. Prometo añadirlos cuando sepa dibujar figuras humanas.
Llegábamos a una casa que, según el contrato que ya expuse anteriormente, medía doce metros de largo por ocho de ancho y tres de alto.
doce por ocho y tres de alto, tejado a dos aguas y dos puertas de acceso.

Tal y como se ve, cinco habitaciones, un gran salón y cocina. Dos chimeneas, puertas que se abrían en dos partes y, sin cuarto de baño, para eso estaba el campo, claro.


Chimenea salón. A espaldas de esta estaba la
de la cocina, con un tiro común al exterior.

A la izquierda, la "habitación de los niños". No sé cuántos éramos, pero llenábamos dos literas, cuatro camas y, algún rincón más. Enfrente de la puerta, la habitación principal donde, creo, dormían los abuelos y a la que se añadía una pequeña habitación auxiliar, que yo recuerdo como despensa.
Tres dormitorios más recogían el resto de las féminas.

La cocina, a la derecha, tenía una chimenea, donde sobre unas trébedes se ponían las sartenes u ollas para los cocidos que fueren menester.

¡Ah!, se me olvidaba que tampoco había grifos. Teníamos "agua corriente", claro, pero... en la fuente.

La fuente era la que daba nombre al enclave. "Fuente de las Tablas", objeto que juro que busqué y, como no fuera aquellas que saldrían de los pinos en el momento adecuado, allí no había tablas algunas.
Teníamos un "cañillo" que vertía sobre un "mar" lo suficientemente grande como para que cupiera un cántaro, que de eso se trataba. 

El tío Félix le puso un trozo de lata cortado de una de las de leche condensada y, así, salía más fino para que fuera más fácil apuntar y no perder "hilo" -y nunca mejor dicho-.
Fuentecilla de las tablas, Debajo, los tornajos y arriba, a la izquierda, el "quinto pino".
Ojo, las distancias no pretenden ser reales, (dentro de que todo es, más o menos, aproximado).
En el siguiente escalón del paraje de la fuente se encontraban los "tornajos", pinos ahuecados que servirían para abrevar el ganado y, para meter las cervecitas, los melones y las sandías para que se refrescaran.
Teóricamente, también tendríamos que lavarnos en ellos, pero sin jabón, para que las ovejas no se pusieran demasiado blancas, vamos, digo yo. Así que, las necesidades básicas quedaban básicamente satisfechas.

¡Se me ha olvidado hablar de las camas!.
Ya he dicho que se traían somieres desde Linares y, las patas, serranas: trozos de "tocona", es decir, una rodaja de pino, en las que apoyar los somieres "Numancia" que alguna vez se atirantaban.
Cama de matrimonio sobre somier "Numancia".

Esas serían las camas procedentes de la civilización porque, cuando el tío Félix se ponia a trabajar hacía lo que hiciera falta.

Por ejemplo la que sigue y lamento citar que una de sus mejores obras, las "cunas literas" no puedo exponerla porque ahora no encuentro la foto.
una cama del tío Félix para adultos: somier con tela metálica.
Me resulta curioso el recuerdo de cómo trataban de que la tela metálica que tenía que sustituir al somier, estuviese lo más tensa posible. No había forma. Ya podían tirar dos de los tíos de un lado y otros dos de otro, aquello nunca estaría tenso. REsultado, que indefectiblemente, derivabas hacia el centro del hueco. Amanecías en mitad de la cama por más que trataras de evitarlo.

Lo que sí teníamos era "cuarto de estar" y comedor de día y comedor de noche. La primera función la suplía el lugar llamado "quinto pino", plataforma de tierra, muy cercana a la casa, con sombras tupidas que permitía poner en medio el gran tablero familiar. Allí, por turnos, necesariamente, le dábamos al buen yantar que siempre fue proverbial de la familia.

Por la noche pasábamos al salón. Mi padre encendía la lámpara "petromax" que, con su luz situada en un tablero en lo alto de un pilar que había en mitad del salón, daba luz al refrigerio. El resto de las luces, para la cocina y los dormitorios,  eran "carburos" de minero que emitían su luz siseante.

No he querido hacer la recopilación de toda la gente que nos juntábamos porque, eso, eso sí que es un milagro.









1 comentario:

Isa Román dijo...

Rafa, mi madre alucina con tu memoria y le encanta leer lo que escribes, que le hace recordar los buenos momentos que la familia pasó en “el paraíso”. Dice que una vez el chofer se quedó dormido y los colchones saltaron por los aires..!! El susto fue tremendo, pero no pasó nada grave.