martes, 15 de mayo de 2018

Las sillas son para el verano

A las fechas que estamos no cabe esperar más que dos cosas, el final de curso con todo lo que conlleva y, el calor. 
Contra lo primero no hay remedio, el tiempo avanza inexorable y, con mayor o menor fortuna, todo el mundo se ha preparado para tener los éxitos que hubieran podido estar al alcance de su mano.
Respecto al calor, respecto al calor no cabe sino huir o afrontarlo.
Lo de afrontarlo era tan obvio como lo del final de curso. Es más, en las épocas a que me voy a referir no había más alternativa que La Sierra y, aún así, había fechas en que tenía uno que estar preparado para lo peor.
Pero, pero, siempre hay algún resquicio. Por ejemplo, recordar qué se hizo el año pasado para no pasarlo tan mal. Y, empezar a buscar aquellas soluciones que parecieron funcionar.
En casa de la abuela estaba el patio. Magnífico siempre y cuando tío Rafa o alguno de los "mayores" sacara agua del pozo regara el suelo y, a eso de las siete o las ocho de la noche, empezáramos a salir apurando las sombras rotas por el sol entrando a raudales desde la puerta del patio grande.
El otro lugar que podría servir para soportar algo mejor la hora de la siesta era el portal.
Yo creo que ese lugar comenzó a usarse porque alguien dedujo que, si se abrían las cristaleras de encima de la puerta de entrada y se dejaba la puerta del patio abierta en una determinada posición. Podría, a lo mejor, no siempre, pero era posible que ocurriese que, si en el pueblo se moviera una brizna de aire, iría recorriendo el portal en su distancia mayor y, había que estar ahí para sentirla.
Estas sillas servían de asiento, andamio,
coche de juguete, murallas y, al final,
leña.
Pero, claro, no era cuestión de estar de pie, sino sentado. 
Y aquí viene el quid de esta cuestión. ¿Dónde se sentaba uno que estuviera más fresco?.
Estas sillas más finas que las otras, las
recuerdo de Begíjar.
En principio, en las sillas de anea. Esas que, cuando se rompía el culo, tío Félix las arreglaba con tablas de las cajas de "La Lechera".
Eran frescas -según decían- o, creo yo, tenían la particularidad de que la anea absorbiera humedades sudorosas pero, qué duda cabe, hicieron un papel muy importante en nuestra historia particular.
El caso es que no eran prácticas para dormir la siesta, por ejemplo, hito que constituía en sí una referencia absolutamente inolvidable.
Se acudía, entonces, a lo que llamábamos genéricamente "butacas". Y las había de todos los tipos y estilos.
butaca "de hierro"

... de aluminio.

de mimbre, muy propia de casa de las tías.









¿Qué duda cabe de que éstas eran muy prácticas?. Ninguna, por ejemplo, se podían dejar en el patio por la noche y no importaba el rigor de cualquier tormenta; aguantarían, pero, salvada esta y alguna cuestión menor no soportaban el desafío del calor. 
Es verdad que, cuando te sentabas, estaban 'frescas', pero al cabo del rato ya no. 
O sea, que había que seguir buscando.
Por ejemplo, a partir del invento del plástico, éste apareció por casa de la abuelita en forma de cuerdas para las butacas. 
Eran preciosas. Tenían unos hilillos que te marcaban el pantalón y lo que hubiera debajo y, como estaban separados, se suponía que el aire disiparía los aires calientes de fuera o de dentro... de la casa, claro.
Pero tenían un enorme problema:
Se resbalaban.
Es decir, que uno se sentaba en su sitio, centrado respecto a todos los ejes de coordenadas.
Al cabo de un rato, notabas como tenías un objeto transversal debajo de los muslos...el travesaño delantero.
Bajabas de la silla, te echabas hacia atrás y, con un movimiento ondulatorio, aunque no fuera demasiado armónico "te retrepabas"...
Y vuelta a empezar.

Total, que no había forma de sentarse a gusto. Pero, ¿estoy diciendo la verdad?
¡No!¡Ni mucho menos!.
Había que contar con las dos o tres maravillas tecnológicas que existían en nuestra vida:
¡Las hamacas!.
La primera vez que reflexioné enfrente de estos objetos me parecieron muy, pero que muy, ingeniosos.
El sistema de levantar el espaldar, por medio de un "diente de sierra" dispuesto al efecto, me pareció magnífico, ¿a quién se le había ocurrido?.
La forma de sujetar la tela, por medio de dos orejas corridas en la parte superior e inferior del dispositivo, estupendo.
 El que se pudieran doblar sobre sí mismas y ocupar un espacio mínimo, extraordinario.
Pero tenían varios defectos. Por ejemplo, había pocas -o sea, no para todos-, no cabían en el portal, con lo que había que volver a esas butacas citadas líneas arriba. Y, el principal de los defectos añadidos a su funcionalidad, pero que nos sirvió de aprendizaje moral, era que, bien porque la tela estuviera pasada, no se hubiera agarrado la traviesa en la sierra de los dientes o por lo que fuera, algún mayor se veía claramente estampado contra el suelo.
El aprendizaje era que... no te podías reir. O sea, nadie se puede reir de la desgracia ajena.

Lo que no es poco. 











1 comentario:

Pilar Flores dijo...

Como siempre te digo, tu memoria es algo prodigioso. No se como puedes recordar todos esos detalles que nos hacen a todos exclamar cuando los leemos o te oímos: ah, es verdad, ahora me acuerdo. Y los recordamos solamente porque TU nos los traes para que los volvamos a vivir.
Yo no se donde esta mi memoria, yo me acuerdo de muy pocas cosas de cuando era pequeña y de las cosas de mayor ya he olvidado una gran parte. Quizás sea por eso por lo que ahora hago tantas fotos: para que no se me olviden los detalles.
Hablando de detalles, la de las sillas es una buena historia, la de las ERAS tambien, pero d esa recuerdo aun menos.
Pero te recuerdo que de SILLAS ya hablé yo hace mucho tiempo en mi blog, guapo. Y no te pasaste a verlas!!!
Aqui está el link: https://etolobla.blogspot.com.es/search?q=silla
Besos