martes, 6 de febrero de 2018

La piscina de la Bullidera

La piscina de la Bullidera.

En no sé qué verano de alguna época de juventud, me tocó pasar una temporada en Begijar, en casa de los primos Marín Rubiales. Bueno pues me "tocó" y lo disfruté. Todos los días eran especiales porque casi ninguno de entre ellos hacíamos lo mismo que el anterior, lo mismo íbamos a jugar a las cuadras que a paseos por las eras o a bañarnos a la Bullidera.

Y, en eso, estando un día con tío Bernardino, me preguntó que si yo pensaba que se podría hacer una piscina, pero piscina, piscina, con el tractor y el arado.

Estábamos en alguno de los campos que había más abajo de la fuente, normalmente sembrado de alfalfa o de maíz y, acercándonos al borde de la terraza que separaba el olivar de la zona de regadío, me señaló: "Mira, aquí se mete el tractor, desde allí hasta allí, se ara, se mete el remolque y se llena de la tierra que ya estará blanda.

Dicho y hecho, al poco tiempo, vemos como el tractor retrocede desde el punto marcado mete el arado de "doble vertedera" y de 300 kg de peso (que todo esto lo sabíamos, al menos, Juan Francisco y yo) y hunde las tejas en la tierra. Avanza hasta donde le habían señalado. Vuelve marcha atrás cambiando de besana y vuelve a hacerlo.

Al cabo de un rato había un rectángulo de tierra arada bastante profundamente.

Se metió ahí el remolque que, según recuerda Ignacio Díaz del Corral, se hizo la primera vez con mulos. Se cargó a palada y tentetieso y salió de allí para verter la tierra en algún lugar de entre los olivos.

Comenzó de nuevo el tractor atacando la segunda tongada de tierra.

Vuelta a meter el remolque, creo que a partir de esta con el del tractor. Nueva llenada y nueva sacada.

Al cabo de no sé cuantas veces, había ya un hueco apropiado para la piscina.

No sé cómo lo hicieron, supongo que a mano, claro, pero la caja estaba perfectamente señalada en el suelo y en las paredes.

Unos albañiles extendieron sobre estos lados ¡ladrillos!, de los normales, de doble hueco. Encima de ellos una capa de mortero y, al cabo de unos cuantos días teníamos todo lo que se le puede pedir a una piscina.

Al final, agua y, ahí, todos de cabeza, o de "bomba" o como se pudiera,... para saltar inmediatamente: ¡está friísima!. Tanto como en la fuente, pero ahora podías "nadar" por ejemplo "a lo perro" y creer que así soportarías más rato en ella.

Dabas cuatro brazadas y salías a tiritar al sol. te secabas un poco y vuelta al agua, salías, tiritabas otro poco y vuelta al comienzo.

Pero teníamos una piscina digna de tal nombre y ya podíamos nadar

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