miércoles, 3 de junio de 2015

Gallinas en "la cuadra"

El tío Félix, era un personaje inolvidable. Siempre, bueno, casi siempre, estaba en casa de la abuelita, sentado en un sillón, debajo del tragaluz o al fondo del comedor, cerca de la ventana del patio. En sus manos el periódico "Jaén" y, por supuesto, un pitillo "celtas", por favor, en los labios.
¿Edad?, para mi, indefinible. Mayor, porque era el mayor de los hermanos y, por tanto, obligado a ser el mayor de todos ellos, salvo los abuelos.

Se encargaba de "Begíjar" y allí iba de vez en cuando a hacer algo que tenía que ver con... Begíjar, pero nunca llegábamos a saber qué.
Podíamos suponer que hacía lo mismo que tio Bernardino, es decir, "el campo" y, en el campo... pues lo que fuese. Tanto ni de uno ni de otro me enteré en qué consistía la labor.

Pero, por distintos aconteceres familiares, pareció conveniente buscarle una labor en las cercanías de la casa madre.
Se decidió poner en la cuadra un montón de gallinas... es que no sé si decir que esto era una piara, punta, o ¿qué?. Para mí, desde siempre, fueron un montón de gallinas.
Que además, cuando todas las gallinas del campo, o eran negras o eran así, de color más o menos amarronado, aquellas eran raras: blancas. Todas iguales, parecían hechas con una estampilla y, después de muchos preparativos, llegaron a llenar la "cuadra" del fondo del "patio grande".
Se había preparado una puerta grande, hecha, en parte, de trozos de puertas o, al menos, con algún remiendo para la que daba al patio y, separando la cuadra de la "cocinilla", una puerta más pequeña que era la que se utilizaba normalmente.
Junto a la recepción de las gallinas llegaron también unos aditamentos pintorescos.
El grande era una especie de armario, como el que acompaño en el dibujo. Era -ya me enteré- de "chapa galvanizada"... para "que no se oxide" y en los agujeros que se muestran, había dos trampillas semicirculares, con un agujero cada una, que por medio de un procedimiento ingenioso, podían tener la puerta abierta, caso de no haber gallina y cerrada, caso de haberla.

Unos comederos como parte complementarias y... una bolsa con un montón de chapitas con un número cada una.
Estas chapitas tenían unas láminas que, cogiendo cada una de las gallinas en brazos y sujetando un ala como pudieras, las introducías entre los cañones de las plumas y, al cerrar las chapas quedaban adheridas al ala.
O sea, un dni "gallinil".

Pero, ¿para qué tanta historia?.
Pues para identificarlas. A saber, venías del cole y te acercabas a la cuadra. Allí, veías como tío Félix estaba frente al gallinero de chapa. Bastantes agujeros "cerrados" por sus trampillas correspondientes. El tío abría uno empujando con la mano en la que, casi inmediatamente, aparecía una gallina tratando de aletear. Se fijaba en el número, soltaba la gallina y, en una libreta adecuada, apuntaba el número. En el fondo del agujero.. un huevo.
Así una y otra vez hasta que quedaban todos los agujeros abiertos, preparados para acoger a las visitantes siguientes.
Resultado, una cesta -de alambre, de forma casi esférica y con asa- llena de huevos, que iban a parar a la alacena que había enfrente de la puerta de la cocina. La libreta guardaba el número de las trabajadoras y, por el momento, esta exótica labor, estaba terminada.
Así una vez y otra.

Cuando nos fuimos dando cuenta de que se trataba,. tratábamos de ayudar en lo que se podía.
Si el tío Félix estaba en Begíjar acompañábamos a la abuelita a hacer la labor relatada. La primera vez impresionaba coger la gallina, la segunda y siguientes, no, pero, siempre, el problema residía en los pies....porque nadie había previsto que las gallinas depusieran ordenada y limpiamente en algún sitio. O sea, que, de mierda, hasta los tobillos. ¡Y eran los zapatos con los que tenías que ir al cole!. O sea... que había que limpiarlos como pudieras.
Lo del número dichoso era peculiar. No acababas de ver su sentido... hasta que, al cabo de varias semanas, te encontrabas con tío Félix o la abuelita, 'punteando' -diríamos ahora- los números de la libreta.
... la número 57, no ha puesto nada, la 131, tampoco, y la.... tampoco.
Pues, ¡ale! a cazarlas.
Es decir -y ahora sí que te llenabas de mierda-, se trataba de ir a la cuadra, andar por en medio de las gallinas, mirando su número... veías a la 57, ibas a por ella, ¡co...!, la que he cogido no es, vuelta a mirar, crees ver a la 131, ¡vaya!,¡la cogí!.... y así, hasta acabar la lista. Normalmente, dos, lo más, tres...
Y, cogidas por el comienzo de sus alas, las llevabas a la cocina.
Si en los próximos días era domingo o alguna fiesta, no era extraño ver una sopa con sabor especial...

Aprendimos bastante con la gallinas. No sólo a comer huevos, tortillas y demás, que era obvio, sino que, como se producían muchos, se vendían a las vecinas. Así, llamaban a la puerta. Abrías. Una señora que no conocías en principio, te decia, "chico, por favor, una docena de huevos". Ibas a la alacena, contabas los huevos, los ponías en la cesta que la señora te había facilitado y, cobrabas lo que correspondiera. Veías fácticamente la eficacia de las matemáticas que te había hecho estudiar la "hermana" San Luis, dabas la "vuelta", si correspondía y... ya estaba explicado para qué las gallinas, para qué la trampilla, para qué la libreta, para qué la cesta de huevos, para qué la alacena y para qué servia sumar... y restar.

Bueno pues, diréis, si yo sabía hacer -y conmigo algunos de los hermanos y primos- tales labores, aún no me explico cómo me estuvieron tomando el pelo, tanto tiempo, con los "huevos de pascua". O sea que, por lo que a mi respecta, podría ser hábil, pero, también, algo tontorrón.
Nunca coincidí con el momento en que alguien pintara los huevos. Me imagino que, en un principio, lo harían las tías -Teresa e Isa- o, alguno de los demás. Más tarde, creo que mi hermano Pablo también los pintó.
Pero yo no. Y, por eso, me tuve que tragar durante mucho tiempo que, en épocas de Pascua... las gallinas ponian los huevos de colores.
Llegábamos a merendar y nos daban "hornazos" que, bonitos, eran, y... había que comérselos, aunque tuvieran dos problemas... uno, que la masa, a veces, estaba excesivamente 'pesada' y otro.... que, los huevos cocidos son muy ricos... si no fueran porque la yema cocida... no nos gustaba a los chiquillos.




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