martes, 9 de diciembre de 2008

Recuerdos de los recuerdos flores.

Pues bien….

Érase una vez que se formó una familia formal, padre “emergente” de quien sabe qué (nunca, ni ahora, nos habremos enterado del todo), pero que parecía de lo más sensato posible. Madre guapa donde las hubiera, tiposa, garbosa, con una cara sonriente que escondía estupendamente la capacidad de enfadarse que pudiera tener.

La “entrada” del futuro padre en su familia política se hizo al parecer, después de un desengaño amoroso con una zapatera, que no sé si llegó a ser prodigiosa o simplemente no-aguantable. Misterios entre oscuridades que ahora lamento no haber preguntado. Intervino, no era para menos según la idiosincrasia del momento, la Iglesia, personificada en un cura del pueblo que sabía hacer de casamentero entre personas ambientalmente convenientes.
Una de las gracias que adornaban al futuro progenitor era la de su “buena cabeza”: profesor de Física y Química (y matemáticas, ¡por favor!), aparte de todo cuanto pudieran abarcar sus magníficas neuronas excepto música y baile, (aunque en la primera de las citadas era capaz de salir del paso aplicando el teorema de Pitágoras sobre la longitud de las cuerdas).

En cuanto a lo físico, ya desde pequeño entendí al padre sobre el atractivo de la madre, al revés no lo entendía nada. No es que fuera feo, era que era… especial: serio, en principio, con una capacidad, que yo siempre creí ilimitada, de contar “cuentecillos” y con un aguante inusitado ante las bromas –a veces tremendas- que le hacían los cuñados.

Entre éstos había uno que se señalaba por sus circunstancias: era Félix, el mayor de los hermanos alumno de nuestro padre en la Escuela de Peritos y, allí, se volvió fan incondicional. Yo no he visto a nadie tener más devoción por algún profesor: supongo que es envidia porque no tengo conciencia clara de haberlo conseguido con alguno de los míos.

El resto de los 12 hermanos jugaban y ¡hasta la gemela! de mamá se prestó –o cayó en la trampa montada por sus hermanos - de suplantarla, gracias a su enorme parecido.

El aspirante al trono de su bienamada soportaba con estoicismo las bromas de los cuñados y trataba de quedar bien. Bien es cierto que tuvo algún desliz como el llevarse una (o dos), servilletas de las de gala en el bolsillo, en la “petición de mano” o en la ceremonia inaugural oficial de que “saldría con la novia”.

Es curioso porque papá, haciendo acopio de serenidad y heterodoxia (por una vez en su vida), anunció a su suegro que no quería “carabinas” y que se comprometía a portarse como un Caballero.

Pues bien, así y así, transcurrió el noviazgo que condujo a nuestra existencia.

La boda fue un 7 de julio (hecho que yo imité), en Santa María, gran iglesia con ínfulas de pequeña catedral. El banquete no lo sé porque no estuve, además de que nadie me lo ha contado, tendría que ser un banquete cumplidor dada las cercanías del final de la Guerra Civil, que tanto había supuesto para el país.

Empezaría -deduzco- la convivencia como tantas parejas de entonces. Al año llegué yo y, al parecer, “grandes señales traía” porque nací en el momento en que cambiaban la hora en la noche del 30 de Abril al 1 Mayo y, por si fuera poco ¡se fue la luz!. Con lo cual deduzco que mamá se portó como una profesional de bandera porque no sólo me dio a luz, sino que alumbró el cuarto.
Supongo que, pasado el desconcierto inicial, todo funcionó como era debido y aún sigo cumpliendo con el año astronómico, la oxidación de los cuerpos, los problemas de próstata, la antigüedad en el cuerpo, la inflación y demás zarandajas de la existencia.....

No hay comentarios: