martes, 9 de diciembre de 2008

… de las cosas que pasaron


hay algunas –muchas- que merecen repasarse.

Por ejemplo…, de los recuerdos más antiguos que poseo está el cómo eran los inviernos en Linares, en la “casa madre”. Allí era normal tener frío, pero frío del que se dice frío, aunque –en realidad- no me acuerdo de tal sensación, sino de que todos lo decíamos y era, al parecer, unánime el sentirlo. Así, una de las cosas más curiosas que acontecían con tal fenómeno físico era la relación que tenía esto con lo redondo que era Pablo –Pablito- cuando era chico. Es que era redondo redondo, tenía una cabeza absolutamente perfecta desde el punto de vista matemático tal y como se demostró después.

Un día, en el paseo que tradicionalmente se hacían –no recuerdo bien si eran los sábados o domingos- es posible que en esta segunda opción, al venir de misa, yo tuve una ocurrencia física –como después se vio, aunque con defectos-, que consistió en echarle el vaho en la cara.

Juro que vi, con sorpresa primero, con disfrute después, que ¡ se empañaba! O sea que le ocurría como los cristales de casa y vi cómo me podía explicar que, si lo hacía muchas veces, dejaba de ocurrir tal fenómeno. Al cabo de un rato, cuando la cara –o el cristal- volvían a estar frío, se podía repetir.

Lo curioso del caso –si es que lo anterior no lo era- es que lo que a mí me parecía interesantísimo, a los padres les parecía que era una tontería de chicos, hasta que un día, observé cómo papá me miraba mientras le echaba el vaho a Pablito. Lo miró con curiosidad, creo que constató que lo que yo había gritado días antes era verdad y dijo, lo que tenía que decir…. “anda, déjalo en paz”.

Y yo lo dejé.

De esos tiempos también era recuerdo el coche con que nos sacaban a pasear. Yo creo que era el mejor coche que he visto nunca. Tenía ruedas grandes, ballestas o suspensión inteligente porque nos dormía a cada uno de los “enanos” que fuéramos los usuarios del mismo, con gran prontitud y… tenía un defecto horrible… ¡no tenía dirección! O sea que las ruedas siempre iban derechas –perdón, tenían que ir porque escoraba un poco a la derecha o a izquierda, no recuerdo bien-, con lo que, para mí, todo lo bueno y bonito que era… dejaba un bastante que desear.

Se lo decía a papá… “oye, ¿por qué los coches de los niños no tienen dirección (perdón, no tuercen las ruedas”)?”. (Yo ya apuntaba mi vocación automovilística). Lo que papá contestaba mayestáticamente… “porque no le hace falta”…

… “pero ¡sería mucho mejor!”

.. “es posible, pero eso lo haría más complicado”

Ante esta cualidad –que yo no había pensado- me quedaba callado, pero no contestado, y eso hizo que, al cabo de muchos años, cuando salieron los cochecitos plegables y TODOS tenían las ruedas “locas”, comprobé que si papá me hubiera hecho caso hubiéramos pasado a la historia del diseño infantil y, a lo mejor, muy a lo mejor… hubiéramos sido ricos.

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