Gallinas en la cuadra…
El tío Félix, era un personaje inolvidable.
Siempre, bueno, casi siempre, estaba en casa de la abuelita, sentado en un
sillón, debajo del tragaluz o al fondo del comedor, cerca de la ventana del
patio. En sus manos el periódico "Jaén" y, por supuesto, un pitillo,
"Celtas", por favor, en los labios.
¿Edad?, para mí, indefinible. Mayor, porque era
el mayor de los hermanos y, por tanto, obligado a ser el mayor de todos ellos,
salvo los abuelos.
Se encargaba de
"Begíjar" y allí iba de vez en cuando a hacer algo que tenía que ver
con... Begíjar, pero nunca llegábamos a saber qué.
Podíamos suponer que hacía lo mismo que tío
Bernardino, es decir, "el campo" y, en el campo... pues lo que fuese.
Tanto ni de uno ni de otro me enteré en qué consistía ese trabajo.
Pero, por
distintos aconteceres familiares, pareció conveniente buscarle una labor en las
cercanías de la casa madre.
Se decidió
poner en la cuadra un montón de gallinas... es que no sé si decir que esto era
una piara, punta, o ¿qué? Para mí, desde
siempre, fueron un montón de gallinas.
Que además, cuando todas las gallinas del campo,
o eran negras o eran así, de color más o menos amarronado, aquellas eran raras:
blancas. Todas iguales, parecían hechas con una estampilla y, después de muchos
preparativos, llegaron a llenar la "cuadra" del fondo del "patio
grande".
Se había
preparado una puerta grande, hecha, en parte, de trozos de puertas o, al menos,
con algún remiendo para la que daba al patio y, separando la cuadra de la
"cocinilla", una puerta más pequeña que era la que se utilizaba
normalmente.
Junto a la
recepción de las gallinas llegaron también unos aditamentos pintorescos.
El grande era una especie de armario, como el
que acompaño en el dibujo.
 |
El gallinero metálico, de puertas 'automáticas' para encerrar la gallina, tener que ir a recuperarla y apuntar el número de 'ponedora' en una librera |
Era -ya me enteré- de "chapa
galvanizada"... para "que no se oxide" y en los agujeros que se
muestran, había dos trampillas semicirculares, con un agujero cada una, que por
medio de un procedimiento ingenioso, podían tener la puerta abierta, caso de no
haber gallina y cerrada, caso de haberla.
Unos comederos
como parte complementarias y... una bolsa con un montón de chapitas con un
número cada una.
Estas chapitas tenían unas láminas que, cogiendo
cada una de las gallinas en brazos y sujetando un ala como pudieras, las
introducías entre los cañones de las plumas y, al cerrar las chapas quedaban
adheridas al ala. O bien, como después me demostró Enrique Martínez Cobo, con
unos cordoncillos supongo que biodegradables, porque nunca aparecieron en la
sopa que nos hicieran con las gallinas.
O sea, un dni "gallinil".
Pero, ¿para qué tanta historia?.
Pues para
identificarlas. A saber, venías del cole y te acercabas a la cuadra. Allí,
veías como tío Félix estaba frente al gallinero de chapa. Bastantes agujeros
"cerrados" por sus trampillas correspondientes. El tío abría uno
empujando con la mano en la que, casi inmediatamente, aparecía una gallina
tratando de aletear. Se fijaba en el número, soltaba la gallina y, en una
libreta adecuada, apuntaba el número. En el fondo del agujero.. un huevo.
Así una y otra
vez hasta que quedaban todos los agujeros abiertos, preparados para acoger a
las visitantes siguientes.
Resultado, una
cesta -de alambre, de forma casi esférica y con asa- llena de huevos, que iban
a parar a la alacena que había enfrente de la puerta de la cocina. La libreta
guardaba el número de las trabajadoras y, por el momento, esta exótica labor,
estaba terminada.
Así una vez y otra.
Cuando nos
fuimos dando cuenta de que se trataba, intentábamos de ayudar en lo que se
podía.
Si el tío Félix
estaba en Begíjar acompañábamos a la abuelita a hacer la labor relatada. La
primera vez impresionaba coger la gallina, la segunda y siguientes, no, pero,
siempre, el problema residía en los pies....porque nadie había previsto que las
gallinas depusieran ordenada y limpiamente en algún sitio. O sea, que, de
mierda, hasta los tobillos. ¡Y eran los zapatos con los que tenías que ir al
cole!. O sea... que había que limpiarlos como pudieras.
Lo del número
dichoso era peculiar. No acababas de ver su sentido... hasta que, al cabo de
varias semanas, te encontrabas con tío Félix o la abuelita, 'punteando'
-diríamos ahora- los números de la libreta.
... la número 57, no ha puesto nada, la 131,
tampoco, y la.... tampoco.
Pues, ¡ale! a
cazarlas.
Es decir -y
ahora sí que te llenabas de mierda-, se trataba de ir a la cuadra, andar por en
medio de las gallinas, mirando su número... veías a la 57, ibas a por ella,
¡co...!, la que he cogido no es, vuelta a mirar, crees ver a la 131, ¡vaya!,¡la
cogí!.... y así, hasta acabar la lista. Normalmente, dos, lo más, tres...
Y, cogidas por
el comienzo de sus alas, las llevabas a la cocina.
Si en los próximos días era domingo o alguna
fiesta, no era extraño ver una sopa con sabor especial...
Aprendimos
bastante con las gallinas. No sólo a comer huevos, tortillas y demás, que era
obvio, sino que, como se producían muchos, se vendían a las vecinas. Así, llamaban
a la puerta. Abrías. Una señora que no conocías en principio, te decía,
"chico, por favor, una docena de huevos". Ibas a la alacena, contabas
los huevos, los ponías en la cesta que la señora te había facilitado y,
cobrabas lo que correspondiera. Veías fácticamente la eficacia de las
matemáticas que te había hecho estudiar la "hermana" San Luis, dabas
la "vuelta", si correspondía y... ya estaba explicado para qué las
gallinas, para qué la trampilla, para qué la libreta, para qué la cesta de
huevos, para qué la alacena y para qué servía sumar... y restar.
Bueno pues,
diréis, si yo sabía hacer -y conmigo algunos de los hermanos y primos- tales
labores, aún no me explico cómo me estuvieron tomando el pelo, tanto tiempo,
con los "huevos de pascua". O sea que, por lo que a mí respecta,
podría ser hábil, pero, también, algo tontorrón.
Nunca coincidí
con el momento en que alguien pintara los huevos. Me imagino que, en un
principio, lo harían las tías -Teresa e Isa- o, alguno de los demás. Más tarde,
creo que mi hermano Pablo también los pintó.
Pero yo no. Y,
por eso, me tuve que tragar durante mucho tiempo que, en épocas de Pascua...
las gallinas ponían los huevos de colores.
Llegábamos a
merendar y nos daban "hornazos" que, bonitos, eran, y... había que
comérselos, aunque tuvieran dos problemas... uno, que la masa, a veces, estaba
excesivamente 'pesada' y otro.... que, los huevos cocidos son muy ricos... si
no fueran porque la yema cocida... no nos gustaba a los chiquillos.