lunes, 12 de noviembre de 2018

"Tacos" en la familia.

Según mi recuerdo -y evaluación- en nuestra familia de origen  se ha tenido, siempre -o casi siempre-, un lenguaje muy comedido. Es obvio que nos inculcaron desde pequeños unas "fronteras" que no convenía traspasar y no lo hacíamos.
El caso es que rozábamos muy frecuentemente la zona de las "picardías", pero, no pasaba de ahí, se acercaba uno, se acercaba y, cuando había que pasar, pues ¡frenazo al canto! y ¡a otra cosa, mariposa!.

Tengo que reconocer que teníamos ocasiones de sobra. Por ejemplo, peleas con los hermanos. Allí empezábamos "tonto" y, más, pero si llegábamos al grado de sumamente tonto, cambiábamos a ¡estúpido!, que querría decir algo así como tonto en grado sumo, pero, no había más

No recuerdo cómo se solucionaba el martillazo en un dedo -o similar-. Ahí, pienso, estaba más que justificado el "¡moño!", pero, creo recordar que nos desviaban a que utilizáramos el "¡cáspita!" o "¡caray!" que si no era suficientemente expresivo sí que quedaba bastante más fino.

Yo presté mucha atención a los tacos que pudieran decir los mayores. Sé, positivamente, que algunos tenían reconocido su derecho a usarlos ya que tenían que "mandar" y, para ello, haría falta apoyar las órdenes con epítetos mayores. Pero, por más que escuché, o no los dijeron en mi presencia, o no los oí.

Sí recuerdo que en las entradas de los pueblos había dos cosas -o tres, para ser más preciso- que eran importantes: Un fielato, que me produjo una conmoción porque veía, delante de ellos, cómo las tías eran capaces de decir mentiras: "no llevamos nada"... en el maletero del coche de Montefrío, lleno de calabazas, calabacines, tomates y demás verdulerías.
Un letrero en el que te indicaban "peatón, en carretera, circula por tu izquierda". Hito histórico que aprovechó mi padre para indicarme una presencia fáctica del Estado. Y, por último, otro letrero que siempre me llamó la atención: "Prohibida la mendicidad y la blasfemia".

Éste último cartel me resultaba violento. Era inviable. Se podría prohibir decir insultos contra Dios (pregunté qué era y me lo explicaron), pero nunca creí -y sigo creyendo- que se pueda prohibir ser pobre. Se podrán arreglar las economías o hacer un sistema proteccionista global y eficaz, pero, hasta tanto no se consiga, ¿cómo se va a prohibir lo que existe?.

Estudiando esto de la blasfemia aprendí lo que era un "eufemismo" y entendí que no se pudiera uno cagar en diez, por aquello de las cacofonías posibles pero si en cambio cagarse en satanás que estaba perfectamente justificado porque era ese ser que nos provocaba continuamente al pecado, la gula, la lujuria (nunca supe en qué consistía) y la ira (esta sí, un poquito, en cualquier enfado con Pablo, mi hermano).

Y aquí empezamos con los tímidos intentos de interjecciones asumibles por la familia. Todos resultaban fallidos porque, para cumplir su papel tenían que referirse a...cosas de mayores, luego estaban fuera de nuestro alcance.

No sé si uno de los primos DidelCo, -posiblemente Jose- pero no lo recuerdo con seguridad, que, lógicamente, estaba en "el ajo", fue el que invento -o trasladó de la calle- un taco utilizable: "¡Me cachis en los mengues!" que, según comprobamos, se podía utilizar sin recibir serias reprimendas. También surgió el "¡Me Cachis en la mar!" que, al igual que el anterior, se podía decir sin problemas.

El tío Pablo Martínez era el más sugerente al respecto. Nos enseño a utilizar palabras malsonantes, fuertes y tremendas... que no significaban anda insultante, pero que cumplían su papel. Así, yo aprendí "¡Gazofiláceo!" que alguna vez utilicé en clase o "¡Tatarabito!" que nos resultaba un poco más finolis.

Total, que entre Me Cachis en lo que fuere y las cagadas en Satanás transcurrió nuestra vida interjectiva.

No obstante, hay que hacer un aparte. Resulta que allá por los años 70 y pocos, como resultado de una detención política a mi hermano Nico, le pusieron una multa de, creo recordar, 400000 ptas.

Esto lo hacían los gobernadores civiles cuando alguien a quien querían reprimir ya había salido absuelto de causas judiciales. Pues bien, cuando se recibió la notificación, en casa de mis padres, promovió la consiguiente conmoción. Recuerdo a mi madre, con el escrito en la mano decir: "¡que mala follá tiene este gobernador!".

Inmediatamente, mi padre, "¡Pacita! ¿qué dices?" y ella, buscando la catarsis responde: "Hombre, Nicolás, yo creo que por 400000 pesetas se puede decir 'mala follá".

Sigo completamente de acuerdo con ella.

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