jueves, 5 de mayo de 2016

la piedra de Arquillos

En la carretera que va de desde la estación de Vadollano hasta Arquillos, hay un pequeño, pequeñísimo, "puerto". Se pasa de un llano en donde hay un pueblito de "Colonización" al llano olivarero de Arquillos.
Antiguamente la carretera era un poco más virada que la actual, las pendientes más acusadas porque empezaban de pronto, en cuanto se llegaba a la más mínima montañita y, por eso, aquello me parecía más alto de lo que me pueda parecer hoy.
En el estrechamiento que está alrededor de las coordenadas 38,14º N y 3,46ª O, hay, hubo, o creo recordarlo así, una piedra extraordinaria.
Yo fui allí con tío Jose, con la "furgo" y un plantel de primos y primas al uso. Bajamos y, no muy lejos de la carretera accedimos a una piedra que se parecía a un castillo, tenía un pasadizo de entrada, que subía a un patio de armas, arbustos de la zona llenaban el patio. Las murallas, casi cortadas a pico, nos permitían dominar a todo aquel que hubiera querido conquistarlo. Eramos guerreros dispuestos a dar nuestra vida o nuestras almas por quién sabe qué, pero, aguerridos, lo que se dice aguerridos, más que el mismísimo Cervantes en Lepanto.
Sin embargo, una fuerza modesta nos derrotó. En determinado momento, no demasiado tiempo después de nuestra llegada, la voz del Caballero Don José María Díaz del Corral y Sáenz de Santamaría, dijo: "Chicos, nos vamos".
Cedimos las armas con los honores propios de caballeros no rendidos si no a la evidencia del lugar que ocupábamos en la escala familiar.
Bajamos del castillo, pero, entonces, subimos a la carroza que nos llevaba con nuestras amadas... madres o tías. ¡A ellas les rendiríamos nuestras armas!¡sólo a ellas!. Bien merecía la pena. Era hora de merendar.

Luego incluiré las fotos de la panda...











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