Yo sabía que tío Rafa 'jugaba al fútbol' pero, de verdad, es decir que no era cosa del patio de la abuela, sino en un equipo de "verdad". O sea, en alguno de Linares, de verdad... Creo que se llamaba el "Juventud" y, claro, le atribuí inmediatamente que llegaría lejos.
Lo que no esperaba es que un buen día me encontré con el tío Félix esperándome. Me iba a "llevar al fútbol", pero de verdad... Y todo eso era porque, decían que ¡por fin!, Linares tenía un "Estadio". O sea, todo novedoso, grande e importante.
El Estadio estaba en la carretera de Vadollano, justo enfrente de lo que, por entonces o inmediatamente después, era la Fábrica de Santana y eso era importante. Ya entonces, jugábamos a que Jaén era el pueblo más importante de la provincia de Linares como orgullo patrio y, claro, Santana, el Estadio, tío Rafa jugando en un equipo importante era.... demasiado.
Empezó el partido -primero que veía en mi vida- y me asombró la cantidad de gente -espectadores-que chillaban como posesos, pero auténticamente poseídos de una energía que, creí entender, era para "animar" a los "suyos".... O sea, estaba metido en una vorágine de cosas nuevas, importantes y "de futuro", que también lo decían.
Nada, un puñado de minutos de juego y, más o menos, lo del patio de la abuela, pero a lo grande... con un montón de chillones.
Me sorprendió un epíteto: les decían "¡maletas!, ¡maletas!"... y no supe entender que eso tenía que ver con el bien o el mal hacer. Era sólo eso, "¡maleta!"....
Pues me contagié y, cuando delante de nosotros los jugadores hicieron algo rematadamente mal porque la pelota salió del campo y ninguno de los contendientes pareció satisfecho con el tema... yo grité a todo pulmón "¡baúles!". Tanto que, a pesar de tener sólo seis o siete años, me oyeron un montón de gente.
Vi a los espectadores reírse y... mirarme, que era lo peor. Me agarré psicológicamente a tío Félix y él, también, se reía a mandíbula batiente.
Desconcierto, arreglado prontamente porque el tío me acogió y dijo que no se decía eso, que lo de "maletas" era por lo malos que eran y, por tanto, no tenía que ver con baúles.
Acabó el partido, nos fuimos a casa y aquello se contó en el comedor de casa de la abuela. Todos rieron a más no poder y, me apapacharon con cariñicos y mohines. Me reconocían mi originalidad.
No volví al futbol nunca más, ¿para qué? ¿para ver baúles?.