El caso es que, a raíz de no sé qué novela (¿De Salgari?¿De Verne?¿de Conrad?) en la que salían los nativos de no sé qué lugar disparando -de forma mortífera- unas cerbatanas, surgió la conversación con mi padre.
Papá, ¿era posible disparar y cazar con cerbatanas?. Mi padre contestó que sí, que, al parecer, eso era cierto.
Y, lo que resultó es que trató de agenciarse una cerbatana. Evidentemente con tío Félix.
Félix, ¿tendrás por ahí un tubo que pueda servir de cerbatana?.
Al cabo de un ratito apareció Félix con un tubo de cobre, de aproximadamente diez milímetros de diámetro, y de unos 70/80 cm de largo. Ideal. Bueno, no del todo, porque tenía bastante "cardenillo".
Se limpió hasta dejarlo refulgente y, ya está, ¡ya teníamos cerbatana!.
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cerbatana de cobre |
Empezó entonces el problema de los dardos. Había que diseñarlos para que fueran eficaces.
Después de algunos ensayos llegó papá a la conclusión de que tenían que ser cónicos, por aquello de la fluidodinámica, vamos, digo yo, y con algo de punta para clavarse. Es más, para fijar el alfiler al cono de papel le echaba, con muchísimo cuidados una gota de nuestro pegamento "Imedio", de ese, sí, el que colocaba con el olor químico tan agradable.
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Flechas para la cerbatana |
Pues, como se muestra en el dibujo, los consiguió. ¡y de qué forma!.¡Daban no susto, sino pánico!. Salían del arma a tropecientos metros por segundo y, al llegar a una puerta se clavaban perfectamente.
Ahora, eso sí, una vez comprobado y demostrado didácticamente, que las cerbatanas podían disparar, con precisión y mortífera eficacia.... se prohibieron.
El caso es que aquella cerbatana nos gustó y Pablo y yo buscamos unos proyectiles menos eficaces, aunque fueran más guarros.
Creo que empezamos a tirar bolas de papel mascado que más que daño, daban asco a quien alcanzaran.
Pero papá no se quedó tranquilo, había que buscar algún arma arrojadiza a distancia que fuera certera y menos dañinos.
Para eso estaban los "exámenes de reválida". Es decir, las octavillas de griego, latín o física y química que, cortadas por la mitad y dobladas a la otra mitad y a la otra mitad, constituían un rectángulo de pliegues. Al doblarlo, ahora en sentido perpendicular, dos veces, por la mitad era una "v" sumamente interesante.
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la octavilla doblada, redoblada y, finalmente, el proyectil |
El problema era elegir y dar, claro, al "blanco" deseado. Cuando se empleaban bien llegabas a tener bastante puntería y más de una vez nos vimos impactados por unos papelitos que te daban en las posaderas.
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¡Disparando! |
O sea que, aunque fueran con balas de pequeño calibre, papá dejó un gen artillero.
Es más, buscó por todas las armerías de Granada hasta que encontró una escopera "Norica", de aire comprimido, 4,5 mm de calibre que, en la punta tenía una especie de embudo en el que se le acoplaba un corcho.
Pues teníamos una escopeta de corchos "de las de verdad", las otras, las de chapa estampada, eran de mentirijilla.
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la "escopeta de corchos" |
¡Menudas batallas campales llegamos a montar en el larguíiiiisimo pasillo de la calle Manuel de Falla!.
¡Ah! y si venían primos, pues ¡más a luchar!....